Mis deseos para 2018
El final de un año se convierte para cada uno de nosotros en un punto de inflexión que nos permite hacer balance de lo que ha sido el que se va y al mismo tiempo lanzar nuestras expectativas de cara al que va a entrar. Más allá de deseos utópicos como que acaben todas las guerras, que nadie pase hambre, que todos seamos felices, permítanme que hoy me detenga en aquello que creo que podría facilitarnos la vida en 2018.
Si pudiera pedir algo sería que se incrementase la felicidad laboral, que los trabajadores encontráramos motivos para disfrutar en nuestro empleo y sintiéramos un poquito, por lo menos, que la mayor contraprestación no fuera el salario sino aquello que hacemos porque en sí mismo nos haga felices
El paro siempre aparece en las encuestas y estadísticas como uno de los problemas que más nos preocupa a los españoles. No es extraño, teniendo en cuenta que seguimos arrastrando las consecuencias de una crisis cuya gestión política ha desembocado en una desigualdad social que ha reducido el salario de las clases medias y obreras a la vez que las mayores fortunas veían cómo se incrementaba su patrimonio económico personal. Sería obvio y tal vez iluso pedir a 2018 que se acabara el paro, ¡ojalá! Al menos, estaría bien que cambiara nuestra relación global con el trabajo. Si pudiera pedir algo sería que se incrementase la felicidad laboral, que los trabajadores encontráramos motivos para disfrutar en nuestro empleo y sintiéramos un poquito, por lo menos, que la mayor contraprestación no fuera el salario sino aquello que hacemos porque en sí mismo nos haga felices. Eso ya no depende del jefe, ni del empresario, ni del encargado, sino de nosotros mismos. Requiere analizar las funciones que realizamos y asegurarnos de que nos gusta desempeñarlas y, en caso contrario, iniciar el camino hacia un cambio laboral. Trabajar en lo que nos apasione nos conducirá, sin duda, a una vida más feliz.
La corrupción política, ese aire de prepotencia e invulnerabilidad que parece sobrevolar en los últimos años alrededor de estos profesionales que se supone que deberían dedicarse al servicio de la sociedad, ha degradado la valoración que todos tenemos de ellos. Sería ingenuo desear que los políticos pensaran exclusivamente en nosotros para adoptar sus decisiones, pero lo que sí es posible es que comiencen a dar pasos los unos hacia los otros para comprometerse en ciertos temas. Cataluña y los catalanes, después de las elecciones, necesitan ese consenso, que ante una fragmentación social tan evidente mostrada en los comicios, los dirigentes políticos estuvieran por una vez a la altura y se sentaran a hablar entre ellos para iniciar un camino inclusivo de toda la sociedad, tratando de evitar agradar únicamente a los votantes de cada grupo. Si han sido ellos los que la han provocado, ellos deberían ser los que solucionaran esta crisis que nos ha tenido en vilo durante buena parte de 2017. Únicamente hace falta políticos vocacionales, con ganas de buscar acuerdos más que de poner de manifiesto las diferencias que impidan alcanzarlos.
La violencia de género, las agresiones racistas, homófobas, o a indigentes, la falta de respeto al diferente, la desigualdad entre el hombre y la mujer o la solidaridad son algunos de los conceptos que necesitamos erradicar ya y solo es posible cuando se empieza desde pequeños, en los colegios
Y si hay una forma de experimentar un viraje social sin precedentes esa tiene que ser únicamente a través de la educación. Tengo la impresión de que cada nueva ley de educación adoptada en los últimos 30 años se ha producido a costa de un alejamiento de los propios profesionales, los maestros, esos que conocen como nadie las carencias y puntos flacos de la educación. Es cierto que globalmente podemos sentirnos satisfechos del avance en este sentido en las últimas décadas, pero todavía ostentamos desgraciadamente los puestos de cola a nivel europeo. Y yo siempre me he preguntado: ¿Por qué si Finlandia es un país al que envidiamos por la calidad de su enseñanza, no lo imitamos? No hay justificaciones económicas para ello, porque la educación de nuestros pequeños conformará el futuro de este país. La violencia de género, las agresiones racistas, homófobas, o a indigentes, la falta de respeto al diferente, la desigualdad entre el hombre y la mujer o la solidaridad son algunos de los conceptos que necesitamos erradicar ya y solo es posible cuando se empieza desde pequeños, en los colegios. Hace falta un nuevo modelo educativo que priorice la transmisión de valores por encima incluso de los datos, una enseñanza más personalizada, que persiga las potencialidades de los niños más que ahondar en sus fracasos. Y para eso hay que consultar a los profesores, a los educadores, a los monitores, a quienes afrontan diariamente esta tarea con medios escasos y en aulas abarrotadas en las que los alumnos son números para unos maestros que ni siquiera consiguen aprenderse todos los nombres al final de curso.
Y para finalizar, que ya creo que estoy pidiendo demasiado a 2018, me encantaría que la razón dejará un poco de espacio al corazón, que nos permitiéramos experimentar todo tipo de emociones y que no las ocultáramos, las penas no se ahogan en alcohol porque saben nadar
Y para finalizar, que ya creo que estoy pidiendo demasiado a 2018, me encantaría que la razón dejará un poco de espacio al corazón, que nos permitiéramos experimentar todo tipo de emociones y que no las ocultáramos, las penas no se ahogan en alcohol porque saben nadar. Un poco más de amor y un poco menos de juicio hacia los demás podrían conducirnos directamente a una mayor felicidad. Solo hay que darse cuenta de lo que sentimos cuando abrazamos con todo nuestro cariño a nuestra madre, a nuestro hijo, a nuestros amigos. En ese instante no hay juicio, solo amor y no necesitamos nada más, ni dinero, ni cosas materiales, ni trabajo… porque es un instante perfecto. ¿Es posible extender esa emoción? Les invito a intentarlo. El mundo sería mejor así al final de 2018. ¡Feliz año a todos!