El miedo a la incertidumbre

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 17 de Noviembre de 2017
Veisa

Hay personas a las que les da miedo subirse a un avión o tirarse en paracaídas, otros que temen sacarse sangre o ver una película de terror. Lo confieso, a mí me asusta especialmente algo aparentemente inocente: pasar la ITV del coche.

Da igual que haya llevado el vehículo a la revisión oportuna, o que no haya nada que me haga pensar que no la superaré; el hecho es que cada vez que me dirijo a este examen siento, de alguna forma, que me van a juzgar y que si no lo apruebo soy culpable de algo y me ocurrirá algo malo. Así lo experimento. Como un miedo irracional seguramente a la incertidumbre, porque no tengo ni idea de mecánica y tengo la impresión de que estoy en manos de expertos que me pueden hacer sacar los colores.

Me atiende un hombre serio que me dice que suba un poco la ventanilla y yo obedezco, pero la elevo demasiado, así que la tengo que bajar. Resulta que es para colocarme el altavoz, si me hubiera avisado antes, no me habría equivocado. “¡Qué más da! ¡No pasa nada!” y, sin embargo, sigo muy nervioso. Me dice que salga del coche y yo creo que ya he hecho algo mal, pero… 

Esta semana he vivido esa experiencia, de nuevo, con nervios. Y al llegar a la estación de Peligros, que parece que la han colocado en ese pueblo como aviso a navegantes porque podría estar llena de peligros, valga la redundancia, nunca sé por dónde entrar. Al final, tal vez incitado por los nervios, acabo accediendo pese a la señal de prohibido el paso que indica que me he equivocado. Y pienso que será como las señales de centros comerciales, donde nunca se hace demasiado caso, pero justo al entrar aparece un vehículo que sale y que me pega un susto porque me lo encuentro enfrente. De todas formas, continúo y le pido perdón con un gesto al conductor antes de dar toda una vuelta en el interior porque, si bien he ido muchas veces, aún me lío a la hora de encontrar la oficina. Cuando paso a ella veo una pantalla que va anunciando los coches que comienzan la revisión y, como tengo cita, me siento a esperar un rato. Veo que van señalando en la ventanilla la matrícula del automóvil cuyo dueño debe pasar por caja. Y cuando han pasado 20 minutos me percato de que hay una máquina donde tienes que pulsar en tu matrícula para que después puedas iniciar los trámites, aunque hayas pedido cita previa. He perdido 20 minutos. No me quiero agobiar, así que toco en la máquina donde aparece mi matrícula y vuelvo a esperar. No tardan demasiado en llamarme. Entrego la documentación y pago. Pasé la primera prueba, la más fácil. Ahora toca salir y llevar el vehículo al aparcamiento correspondiente para que me avisen de que tengo que entrar en una de las líneas de examen. En otra pantalla surgen los números de matrícula en intermitente, mientras por un altavoz que apenas se escucha informan del coche al que le toca. Casi no aparto la mirada de ella por miedo a que se me pase la vez, una tontería porque hay tiempo suficiente para enterarte, arrancar el motor y dirigirte al túnel correspondiente. Y por fin, veo mi numeración, debo pasar por la línea 4. Empieza el examen.

Me atiende un hombre serio que me dice que suba un poco la ventanilla y yo obedezco, pero la elevo demasiado, así que la tengo que bajar. Resulta que es para colocarme el altavoz, si me hubiera avisado antes, no me habría equivocado. “¡Qué más da! ¡No pasa nada!” y, sin embargo, sigo muy nervioso. Me dice que salga del coche y yo creo que ya he hecho algo mal, pero… ¡Qué va! Sólo es para que él compruebe el arranque, los cinturones, el asiento…En fin, esas cosas. Y yo espero casi temblando, lo achaco al frío, pero hay una parte de mí que sabe que no es únicamente por eso.

Vuelvo a entrar en el interior, según las indicaciones del técnico, después de que le hagan la prueba de gases. Estoy tentado a preguntar si ha ido bien, porque no tengo ni idea de lo que significa lo que aparece en la pantalla, si es bueno o malo, pero temo caer mal al profesional y me callo, por si las moscas, no vayamos a tentar a la bicha.

“Vaya frenando un poco hasta que yo le diga. Y ahora frene a tope”. Y en ese momento meto el pie con todas mis fuerzas, como si quiera atravesar el suelo del coche, no vaya a ser que por no hacerlo indique que frena menos de lo necesario. Repito la maniobra con las ruedas de atrás.

De nuevo pienso si podría preguntarle: “¿Cómo va todo?”; y otra vez me achanto. Seguimos para bingo. Me pide que avance despacio y circulo a 1 km por hora, no sea que me pase y acabe enfadando al operario y me suspenda.

De nuevo pienso si podría preguntarle: “¿Cómo va todo?”; y otra vez me achanto. Seguimos para bingo. Me pide que avance despacio y circulo a 1 km por hora, no sea que me pase y acabe enfadando al operario y me suspenda. Dejo el freno de mano quitado y el motor  parado y el técnico me avisa de que le escucharé a través del altavoz

Dejo el freno de mano quitado y el motor  parado y el técnico me avisa de que le escucharé a través del altavoz. Me dice “mueva el volante” pero no le entiendo y como está debajo no sé si bajarme y preguntarle porque no me va a escuchar desde el asiento del conductor. De nuevo me invade la incertidumbre de no saber qué hacer. Abro la puerta y entonces le vuelvo a oír y, ahora sí que le entiendo. Trato de mover el volante de izquierda a derecha al máximo y a toda velocidad porque considero que es la forma más adecuada. Luego me pide que frene y lo hago como si me fuera la vida en ello. Ya está. El hombre sube y me dice que aparque fuera y espere. No sé si he aprobado o no, si me va a echar la bronca por no tener a punto todo lo examinado y mis nervios, pese a haber terminado, siguen de punta. Son apenas 5 minutos y me planteo que si no la paso sólo tendré que arreglar lo que me diga y ya está, que no hay por qué ponerse tan alterado. “¿Y si me dice que el coche está para la chatarra? ¿Cómo lo justificaré ante él? No puede ser. El mecánico lo vio y no encontró nada raro”. Por fin aparece el operario serio con mis papeles y sentencia:

            –Ya se puede ir. Todo está bien.

Y siento como si hubiera aprobado el examen de selectividad o incluso el de conducción de nuevo, se acabó el martirio. Tengo un año de respiro antes de otra nueva revisión. Tal vez esta vez le diga a mi mecánico que me pase él la ITV y me evito este mal trago, aunque…bien pensado, no es para tanto. Sólo se trata de ver si el coche está bien o mal y en el peor de los casos arreglar los desperfectos. Vuelvo a casa liberado, tengo ganas de celebrarlo, como si fuera mi cumpleaños o me hubieran ascendido en el trabajo. Dura solo un rato, pero es una sensación muy gratificante.

Entonces me vuelvo a plantear qué curioso es esto del miedo, que te limita, entorpece tus pasos por un supuesto peligro que no está ahí, sólo en tu mente, en tus pensamientos. Y si hubiera vivido la cita de la ITV como una aventura tal vez lo hubiera podido evitar. Claro que sólo me lo planteo cuando ya ha terminado.

 

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).