El #MeToo y la incómoda verdad sobre el arte

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 18 de Febrero de 2018
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'El arte solo ofrece alternativas a quien no está prisionero de los medios de comunicación de masas'. Umberto Eco

La nueva ola del movimiento feminista simbolizada por el #MeToo, inspirada por los ecos de la desigual lucha contra los abusos sexuales en las universidades estadounidenses en los noventa, y los abusos recientemente descubiertos en la industria cinematográfica, ha despertado a la sociedad de la impunidad con la que durante tanto tiempo hombres poderosos, en diferentes ámbitos, se han valido de su posición para aprovecharse, de diferentes mujeres, como en el caso del productor Harvey Weinstein, o de jóvenes y no tan jóvenes actores, como en el caso de Kevin Spacey. Otras muchas denuncias, la mayoría con visos de credibilidad, se han incorporado en el camino. Sin embargo, últimamente algunas voces críticas, entre ellas algunas provenientes del propio movimiento feminista, advierten del peligro de que este movimiento pierda su identidad original, y la natural rabia convierta la denuncia justificada en una caza de brujas, cuando no en una vuelta a un puritanismo moral en materia sexual que afecte tanto a hombres como mujeres en su libertad, y que tanto ha costado, a anteriores olas feministas, conseguir. El problema es que no se distinga entre actos en verdad constituyentes de delito, con otros, más o menos reprochables, cuya naturaleza es de una ambigua insensibilidad moral, que no son constitutivos de delito, y que por su naturaleza son complejos de juzgar en términos morales, y aquellos en los que se persiga a gente sobre la que no hay ninguna prueba real de delito, más que la acusación. La sospecha de que un justo movimiento reivindicativo como el  #MeToo podría derivar en una caza de brujas comenzó con casos como el de un senador demócrata, Al Franken, obligado a dimitir porque en su anterior carrera artística como cómico fingía tocar los pechos de una colega mientras dormía. A eso, se ha añadido la reciente o antigua, según se mire, polémica con Woddy Allen, o la elaboración de listas de culpables, que van desde denunciables abusos reales a encuentros sospechosos, sin que en los mismos haya ningún delito, ni prueba de que se fueran a producir, produciéndose una condena social previa a cualquier demostración real de delito.

Contaminar la justa reivindicación podría permitir que el patriarcado reaccione contraatacando, ensuciando su imagen y no se produzcan los avances que debería impulsar este movimiento

Hoy día, feministas como Laura Kipnis, piden salvaguardar la esencia inicial del movimiento, separándolo de las indiscriminadas denuncias provenientes de otros intereses, que lo han podido contaminar. Contaminar la justa reivindicación podría permitir que el patriarcado reaccione contraatacando, ensuciando su imagen y no se produzcan los avances que debería impulsar este movimiento. En Francia, un manifiesto controvertido de mujeres, intelectuales y artistas, ha advertido del peligro  de que una ola  de puritanismo se apropie de la justa reivindicación del feminismo de evitar los abusos del patriarcado, y avisa que los límites del comportamiento moral en torno al sexo son ambiguos, y que se debe evitar la condena per se, sin que haya pruebas reales que lo justifiquen. La historiadora y ensayista Mary Beard, nada sospechosa de no visibilizar los abusos que en la historia los hombres han cometido para silenciar a las mujeres, reconocía en una entrevista que le preocupa a dónde puede derivar esta denuncia, sin atender a la complejidad moral de este tipo de comportamientos de carácter sexual, en hombres y en mujeres.

Es sin duda sintomático que los casos más llamativos, tanto en un sentido  como en el otro, en el de claramente culpables, y en el de comportamiento dudoso moralmente, se hayan dado en el ámbito del arte, de lo artístico, de la creación, donde la polémica siempre ha acompañado la difícil tarea distinguir la moralidad de una obra; separándola o contaminándola con la naturaleza moral de los actos de aquellos artistas que la concibieron.

En primera plana tenemos uno de esos casos que ha resurgido con una peculiar virulencia al calor de las reivindicaciones del movimiento, la polémica de la existencia o no, por parte de Woddy Allen, de delitos de abuso, y la condena social, sin que haya ningún juicio real de por medio, ni ninguna nueva prueba. Cualquiera que haya asistido a uno de esos cíclicos espectáculos que se dan en los medios de comunicación de masas y que son como gasolina que incendian el fuego de las redes sociales, estará al tanto de esta polémica, similar a la de otros artistas que han pasado de ser admirados y glorificados como ejemplo, a ser parias, objeto de censura y destierro artístico. Su compañía, de ser requerida con entusiasmo, a ser tóxica. A Woody Allen se le ha condenado  por su indecente comportamiento, se ha pedido el boicot, a trabajar con él, y a su obra, a pesar de que siempre haya negado las acusaciones, y ningún juez haya encontrado pruebas para condenarle. Es culpable, no solo el personaje, sino su obra, de ser admirada, ha pasado a ser censurable.

Nos lanzamos como buitres a odiar lo que antes amábamos, sin matices, nos sentimos más cómodos sin obligarnos a reconocer la imperfecta complejidad de los juicios morales, cuando atañen a los demás, otra cosa es la indulgencia y matices con los que justificamos nuestros propios actos

No es nada nuevo, las cazas de brujas se han dado, iniciadas por motivos encomiables y justos a veces, estúpidos y absurdos en otras ocasiones, en la historia de la humanidad, incontables veces. Da igual que el motivo inicial fuera más o menos justo, el resultado es el mismo, la indiscriminada caza de aquel que parezca sospechoso, sin importar lo más mínimo que no haya prueba real, contrastada con todos los derechos que se supone que garantizan ese principio básico de que hay que demostrar la culpabilidad, y no la inocencia. Nos lanzamos como buitres a odiar lo que antes amábamos, sin matices, nos sentimos más cómodos sin obligarnos a reconocer la imperfecta complejidad de los juicios morales, cuando atañen a los demás, otra cosa es la indulgencia y matices con los que justificamos nuestros propios actos.

Como todos aquellos temas que tienen alcance moral, el comportamiento en torno al sexo es complejo, los grises que acompañan los matices de bondad y maldad, no pueden simplificarse. La moral es compleja, los seres humanos somos complejos moralmente, capaces de realizar acciones bondadosas, y también acciones miserables. Con las personas buenas o malas sucede como con las actrices o actores, que a pesar de tener buenos y agradables físicos se les aplica el photoshop para que encarnen una belleza irreal, que ni se da, ni se dará nunca. La naturaleza humana es imperfecta física y moralmente. Esa es la realidad, ni hay bondad absoluta, ni maldad absoluta. No al menos en el noventa y nueve coma todos los nueves que desees añadir. Sin embargo, a los personajes públicos se les etiqueta como buenos o malos, sin atender a su naturaleza similar a la nuestra, ni tan bueno, ni tan malos.

Ya hemos resaltado que si hay un mundo donde esta polémica alcanza especial relevancia es el arte, que por su propia naturaleza, debe ser polémico, cuestionar, crear, molestar. Si miramos hacia atrás y hacemos una lista de obras de arte, pinturas, novelas, películas, canciones de Pop o Rock, controvertidas a la luz de su ambigüedad moral, nunca terminaríamos. Lo hipócrita es criticar cuando se censura el arte porque ha puesto de manifiesto una crítica social, política o religiosa, con la que estamos de acuerdo, y luego, censurarlo cuando la crítica que rezuma esa obra es contraria a nuestro criterio o posicionamiento moral.

Lo hipócrita es criticar cuando se censura el arte porque ha puesto de manifiesto una crítica social, política o religiosa, con la que estamos de acuerdo, y luego, censurarlo cuando la crítica que rezuma esa obra es contraria a nuestro criterio o posicionamiento moral

Intentemos aclarar un poco los diferentes planos de este debate, y de esta manera reflexionar sobre la incómoda verdad del arte que tanto nos cuesta reconocer, y el peligro de las cazas de brujas con justificación moral, sea el principio en el que se basan más o menos justo, o no.

Tenemos por un lado la relación de un artista con su obra, y el carácter simbólico de la obra más allá del artista. Pongámonos en lo peor, personajes que se han demostrado que eran unos energúmenos. Tenemos casos como los de Céline, escritor francés, próximo a los nazis durante la segunda guerra mundial. Recientemente hubo una polémica en Francia en torno a la publicación de unos panfletos deleznables por su antisemitismo. Al final, la editorial decidió no editarlos. Es un problema complejo; tenemos el ejemplo de Mi Lucha, que en Alemania, con una legislación muy activa contra el pensamiento nazi, está editado en una edición crítica, que sitúa al texto en su época y a su vez denuncia las inconsistencias del pensamiento del propio texto. ¿La censura es permisible en estos casos? Es complejo. Mi opinión, en un tema tan difícil, es que la censura tiende a hacer atractivo textos mezquinos como el citado, cuando una edición crítica y asequible puede sin embargo ayudar a situarlo donde deben estar. Tenemos por otro lado, otro problema, que no se da con Hitler, que era un mediocre escritor, pero si con Céline, que es realmente bueno, ¿qué hacemos con otras novelas, como Viaje al fin de la noche, sin duda una obra maestra de la literatura? ¿La desplazamos, obviamos, no la recomendamos, a pesar de su valor literario, debido al autor? Queramos o no, juzgar una obra de arte, o una actuación, o una dirección de una película, en base al comportamiento moral del creador, más allá de que podamos estar acertados o no con ese juicio moral, nos lleva a un callejón sin salida, pues la incómoda verdad es que al arte siempre va más allá del sujeto que lo creó, adquiere vida y significado propio, entre otras cosas porque depende, y mucho, de aquel que disfruta de esa obra de arte.

Queramos o no, juzgar una obra de arte, o una actuación, o una dirección de una película, en base al comportamiento moral del creador, más allá de que podamos estar acertados o no con ese juicio moral, nos lleva a un callejón sin salida, pues la incómoda verdad es que al arte siempre va más allá del sujeto que lo creó, adquiere vida y significado propio, entre otras cosas porque depende, y mucho, de aquel que disfruta de esa obra de arte

Pongamos otro ejemplo, entre otros muchos que podrían ser posibles; Shakespeare, el dramaturgo más aclamado, uno de los mejores escritores de todos los tiempos, junto a nuestro Miguel de Cervantes, sin embargo, hay incluso dudas de que realmente escribiera su obra, y no fuera su nombre una tapadera para otro autor. También hay periodos desconocidos de su biografía. El hecho es que desconocemos la catadura moral del personaje, como de otros tantos genios artísticos. Si descubriéramos que era un impresentable inmoral; ¿cambiaría eso nuestro juicio sobre su obra?

Volvamos al presente; hace relativamente poco asistimos a un caso, el de los titiriteros que utilizaban burlas satíricas a la religión e introducían temas tan polémicos como ETA en su obra; se les metió a juicio y se les juzgo mediáticamente. Más allá de la oportunidad de la obra o de su calidad, ellos se defendieron no ya apelando a la libertad de expresión, sino a que era una sátira, y como tal, ha de forzar los límites del humor, y que no estaba destinada al público infantil, que tampoco creo que en sí se escandalizaran, sino más bien lo hicieron sus padres. El problema surge cuando la misma gente que denuncia los excesos contra estos titiriteros, judiciales y mediáticos, o que, con toda la razón, denuncia los excesos de la multa que ha aplicado un juez a quién recientemente ha publicado un montaje fotográfico “artístico”, irónico, de su cara como un Cristo, sean los primeros que se lancen a esa caza de brujas contra personajes como Woody Allen, sin darse cuenta, que son dos caras de la misma moneda, y que tan injusto es lo uno, como lo otro.

El arte, al igual que la naturaleza humana, está lleno de matices difíciles de encasillar en un juego de blancos y negros, de buenos y malos absolutos. Cada cosa en su sitio, Woody Allen, es un magnifico creador de bellas obras de arte, y como persona, quién sabe, más moral o inmoral, dependiendo de quién lo juzgue, pero mientras no haya prueba de delito, aprovechar para generalizar un odio indiscriminado al personaje, y a su obra, dice más de nuestras deficiencias morales, que las del propio artista. Lo mismo con movimientos de carácter tan justo  y oportuno como el #Me Too; si dejamos que la rabia, la furia, por muy justificada que sea su origen, se convierta en algo indiscriminado, y pierda de vista los objetivos que debe perseguir, perderá su razón de ser.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”