Sierra Nevada, Ahora y siempre.

El mejor concierto

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Viernes, 26 de Junio de 2015
James Brown en plena actuación.
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James Brown en plena actuación.

Fue en 1986, lo que quiere decir que el año que viene hará de eso treinta años, diosmíodemivida. Lo dio en mayo, en las fiestas de San Isidro, cuando en Madrid tiraron la casa por la ventana y trajeron, gratis total, a este hombre y a los Kinks (por separado) a un recinto de la Casa de Campo que bautizaron como rockódromo.

Conocía a James Brown, pero en realidad no lo había trabajado casi nada hasta unos meses antes. Cuando llegué a Madrid a estudiar periodismo, di con dos fulanos que fueron cruciales en mi formación cultural. Uno se llama Luis y al otro le apodaban Puchón. Eran gallegos, como otros muchos que vivían en no me acuerdo qué colegio mayor. Como, por ejemplo, otro muchacho al que llamábamos Sibilio porque tenía el pelo ensortijado, como el famoso jugador de baloncesto. 
 
El tal Sibilio controlaba un montón de música negra y en su cuarto sonaban todo el tiempo Otis Redding, Sam & Dave, Sam Cooke y otros muchos monstruos del género. Allí los escuchábamos mientras hablábamos de películas, de libros, de chicas o de música, mientras quizás deberíamos estar estudiando. Aunque no sentíamos remordimientos, porque al cabo eso también era un aprendizaje para nosotros.
 
Estoy casi seguro de que los tres gallegos citados estuvieron conmigo en ese concierto, que no recuerdo si empezó puntual o no pero sí cómo comenzó: con la subida al escenario de una banda de doce músicos uniformados en la que sobresalía una sección de vientos brutal, una base rítmica que se repetía una y otra vez y un showman que tenía como única misión calentar al respetable y gritar a pleno pulmón: “¡¡¡¡James Brownl!!!! ¡¡¡¡James Brown!!!! ¡¡¡¡James Brown!!!! Y el público, claro, ejercía de eco totalmente entregado. Una puesta en escena bárbara.
 
Esa especie de introducción, aderezada con maravillosos solos de todos y cada uno de los músicos (el baterista hizo doblete: primero se ejercitó a los platos y luego agarró el bajo para dejarnos boquiabiertos), se prolongó por espacio de aproximadamente tres cuartos de hora. El artista no salía y, fascinados como estábamos, ni siquiera lo echábamos de menos.
 
Pero al final salió y la cosa, que ya de por sí era extraordinaria, mejoró muchísimo más hasta alcanzar niveles realmente sublimes. Todo lo que me habían contado, todo lo que había leído, todo era cierto: James Brown, ahí arriba, era un auténtico huracán, una fiera de escenario, un artista con un dominio de la situación como no había visto nunca, ni nunca he vuelto a ver después.
 
Lo de menos fue que cantara sus grandes éxitos, su ‘Sex machine’, su ‘I feel good’, su ‘Papa´s got a brand new bag’, su ‘Please, please, please’.  Lo que de verdad importó fue cómo los interpretó. Y sobre todo, cómo dirigió a la soberbia banda (y disciplinada, de ser cierto eso que aseguran de que al que fallara una nota lo multaban) para que creara ese ritmo hipnótico, repetitivo, que te va envolviendo, que te termina atrapando y que consigue que al final pierdas la noción del tiempo: estás en la música, eres parte de ella. Así podrías estar horas y horas y horas.
 
Y tanto. A la una y media de la mañana pasaba el último metro. Lo recuerdo porque noté que un buen porcentaje del público decidió marcharse. Pero el concierto estaba en pleno apogeo, la banda estaba a gusto y nada hacía presagiar que la cosa se cortaría de golpe. Lo tuve claro: me quedaba. No tenía ni idea de cómo volvería a Malasaña, donde vivía, y mira que había un buen trecho. Pero estaba en el concierto de mi vida, en lo mejor que había visto en directo con absoluta seguridad. En algo único, irrepetible. Siendo así, ¿qué me importaba a mí un detallito como pegarme después una caminata agotadora hasta el centro? 
Aquello terminó a las tres, lo que quiere decir que el concierto se prolongó por espacio de más de cuatro horas, y no me quedó más remedio que regresar a pata, no me acuerdo de si solo o en compañía. Pero puedo asegurar que fue uno de mis mejores paseos, porque llevaba todavía la música dentro. Fue una sensación maravillosa.
 
PD: Cuatro o cinco años después volví a ver a James Brown, precedido de Los Ronaldos, en la plaza de toros de Málaga. Fue una actuación absolutamente decepcionante. El grupo era minúsculo, él salió desganado y ventiló el asunto en menos de dos horas. Sin vigor, sin brío, sin pasión. Pero, después de todo, eso me sirvió para valorar aún más la extraordinaria noche del rockódromo. 
PD (2): Pensaba que no iba a encontrar palabras para describir el concierto de James Brown en Madrid y al final me han salido unas cuantas, fíjate tú.
 
Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).