Más superricos a costa de los demás
Si es usted superrico, es decir, una de esos 701 contribuyentes de este país que ganan más de 30 millones de euros al año, están de enhorabuena. No solo por el dineral que acumulan sino porque las estadísticas evidencian que ganarán cada vez más dinero. Eso es lo que se deduce del informe de la Agencia Tributaria que hemos conocido esta semana y que pone de manifiesto que en 2019 el número de superricos aumentó desde los 608 del año anterior hasta los 701 contribuyentes, de los cuales solo 240 pagaron el impuesto sobre patrimonio, la mayoría de fuera de Madrid porque allí están exentos de hacerlo. Si nos retrotraemos a 2011 encontramos que la cifra era de 352, de forma que hasta 2019, justo antes de la pandemia, se había duplicado la cifra.
Y teniendo en cuenta que la pandemia ha afectado especialmente a los sectores más desfavorecidos e incluso a las clases medias, es de esperar que las cifras al respecto no permitan ser demasiado optimistas en un próximo futuro, con lo que cada vez es más obvio que los superricos imponen la ley y el resto estamos supeditados a sus normas
Curioso, cuanto menos, que durante los años en los que España sufría el azote de una crisis inmobiliaria que destrozó millones de hogares, que dejó en la bancarrota a miles de personas, que hizo crecer exponencialmente la cifra de pobres en nuestro país, unos cuantos se beneficiaron de las ganancias de pescadores que surgen de los ríos revueltos.
Los informes económicos establecen que la clase media en España pierde peso. Antes de la pandemia, ya sabíamos que el nivel había descendido a porcentajes solo equiparables a los años 80, es decir, que de un 66% había caído a un 58%, nada menos que ocho puntos, según un informe de la Universidad de Alcalá. Estos índices reflejan que la sociedad española cada vez se parece más a la norteamericana en lugar de a la europea, porque la brecha entre los ricos y los pobres es cada vez mayor.
Y teniendo en cuenta que la pandemia ha afectado especialmente a los sectores más desfavorecidos e incluso a las clases medias, es de esperar que las cifras al respecto no permitan ser demasiado optimistas en un próximo futuro, con lo que cada vez es más obvio que los superricos imponen la ley y el resto estamos supeditados a sus normas.
Es cierto que en los últimos años ha subido el salario mínimo e incluso se habla de un nuevo aumento, aunque de qué sirve si muchos trabajadores siguen viéndose obligados a aceptar contratos fraudulentos, a esforzarse el doble de horas por el mismo sueldo, a soñar con remuneraciones superiores a esos 1200 euros que a principios de siglo ya nos parecían limitados.
A lo que me refiero es a que los millonarios pueden contratar bufetes solventes, acceder a personalidades políticas, chantajear incluso a las autoridades con despedir trabajadores o cerrar empresas, todo a cambio de pagar menos para el Erario Público o subir sus ingresos
Seamos sinceros: no es fácil concienciar a los superricos de que deben ser generosos y solidarios con la sociedad; tampoco al resto, es cierto, pero es que sin recursos no hay acceso a las posibilidades de aquellos que están forrados. A lo que me refiero es a que los millonarios pueden contratar bufetes solventes, acceder a personalidades políticas, chantajear incluso a las autoridades con despedir trabajadores o cerrar empresas, todo a cambio de pagar menos para el Erario Público o subir sus ingresos.
Estoy cansado de escuchar las voces que ponen en valor a esas figuras nacionales o internacionales que nadan en el lujo más extremo porque dicen haber construido esta sociedad, porque han contribuido a su economía o porque dan limosnas que a nosotros nos parecen cifras abrumadoras. No niego que haya individuos cuyo esfuerzo se haya traducido después de años en un imperio, pero son bastantes menos de los que nos hacen creer. Además, sin las miles de personas que trabajan para estos hombres y mujeres supermillonarios, no habrían conseguido multiplicar esa fortuna, mientras ellos han conservado el mismo estatus.
Una sociedad solo puede evolucionar expandiendo confianza entre los distintos sectores de la población. Estamos de enhorabuena porque en 2020 un 50,7% de los españoles confiaba en sus vecinos, un índice siete puntos por encima de la estadística de CIS anterior, un dato optimista que deberá ser refrendado en próximos años para considerar la importancia de esa subida. No obstante, el 90% de los españoles desconfía de las formaciones políticas, solo un 42% se fía de la radio, un 34% de la prensa escrita y un 31% de la televisión, lo cual pone de manifiesto una caída histórica de la confianza de los ciudadanos en la política, el gobierno y los medios de comunicación. De hecho, España es el tercer país del mundo por la cola en nivel de confianza en sus instituciones. Creemos en los vecinos y en la sanidad, pero en casi nada más.
Después de conocer que los ricos son cada vez más ricos y que la clase media cae en picado, aumentando la cifra de pobreza en nuestro país, los casos de corrupción, el distinto rasero de la Justicia o la falta de ética política no es fácil establecer una relación de confianza, como sucede en otros países, y sin embargo es la única manera de evolucionar como sociedad en su conjunto
Después de conocer que los ricos son cada vez más ricos y que la clase media cae en picado, aumentando la cifra de pobreza en nuestro país, los casos de corrupción, el distinto rasero de la Justicia o la falta de ética política no es fácil establecer una relación de confianza, como sucede en otros países, y sin embargo es la única manera de evolucionar como sociedad en su conjunto.
Mientras no consideremos que estamos todos en el mismo barco, que la vida no trata de que se obtenga más a costa de los demás sino de repartir felicidad para ser más todos más felices, seguimos anclados en un pantano de aguas farragosas, sin posibilidad de avance. Por desgracia, la tendencia a obedecer sin rechistar se está expandiendo por el temor a quedarse al margen del mercado laboral y las luchas obreras protagonizadas por nuestros padres y abuelos son solo un vago recuerdo lejano que no casa con la idea de atesorar esas migajas que se distribuyen desigualmente para perpetuar el sistema.
Los superricos ahora lo tienen más fácil para seguir acumulando ganancias después de una pandemia adherida a la sanitaria que se ha extendido sin límite: el miedo, ese que nos paraliza, que nos impide decidir en función de lo que queremos y que nos aboca a aceptar lo mínimo, mientras que las clases más holgadas se frotan las manos porque tienen las herramientas necesarias para manipular y otorgar solo lo justo para continuar ampliando su fortuna.
Cuanto más pequeños e insignificantes nos veamos, más lo seremos, cuanto menos pensemos que podemos hacer, menos haremos, cuanto más espacio cedamos, más nos quitarán.