“Más falso que (el currículum de) un político”

No sé si la actual coyuntura política, -utilizo este eufemismo para no referirme al cada vez más irrespirable clima de confrontación-, alimentada por el ‘calorcillo’ del verano y su frecuente contribución a serpientes informativas, habrá contribuido más o menos, pero el caso es que la prensa que me llega estos días está plagada de noticias, artículos e incluso editoriales relacionadas con la proliferación de currículums falsos o exagerados, donde las mentiras y la sobrevaloración de los títulos parecen ser la norma más que la excepción.
(Dejaré para otro día aquellas manipulaciones que entran en lo delictivo como aparentar una titulación que es exigida para desarrollar una actividad profesional o mentir sobre su posesión y acceder a puestos que la requieran, algunas de las irregularidades que han saltado a la palestra estos días).
En nuestro mercado laboral, el curriculum vitae ha sido la primera carta de presentación para lograr el empleo soñado. En la actualidad hay incluso empresas, aplicaciones y técnicas que exageran, de manera interesada, sobre la importancia de un atractivo CV y embaucan a sus clientes y potenciales usuarios sobre sus bondades.
Siempre ha habido una tendencia al retoque en los méritos y a la hipérbole. Conozco directamente decenas de casos, “sin desagerar”, de personas que han mentido sobre sus carreras, sobre sus expedientes académicos o sobre su experiencia profesional; pero lo de llevarlo al currículum y exponerse a publicarlo me parece un salto cualitativo.
Desconfío tanto de los curriculos muy engordados, con abundante paja, como detesto esa moda de hacerlos cada vez más cortos, centrados en la estética que facilita enmascarar algunas referencias
Desconfío tanto de los curriculos muy engordados, con abundante paja, como detesto esa moda de hacerlos cada vez más cortos, centrados en la estética que facilita enmascarar algunas referencias. Lo que me parece ridículo es que se inflen experiencias laborales o se inventen certificaciones que nunca se obtuvieron, con lo fácil que es comprobar su falta de autenticidad. Especialmente estúpido me resulta lo de mentir con el dominio de idiomas o querer aparentar titulaciones que no se poseen, como aquello de indicar “inició sus estudios en…” que hay que ser muy tontos para no entender lo que significa.
Una de las razones que encuentro a esta, al parecer, creciente práctica, es la sobrevaloración de los títulos, (escribo esta palabra y me acuerdo de Feijóo y su ‘broma’ con las ‘vacaciones sobrevaloradas’ y me entra la risa), en especial en España, un país en el que hace unas pocas décadas los titulados universitarios eran un porcentaje bajo de la población, habitualmente perteneciente a una determinada extracción social. Especialmente valoradas eran algunas titulaciones, casi todas entonces masculinizadas. Quizás ello haya llevado a otorgarles un valor absolutamente desproporcionado.
Pero en la medida en la que hoy casi la mitad de la población tiene estudios superiores, superando a la media de la OCDE (40%) y a la de la UE (37%), y habiendo crecido 6 puntos porcentuales en la última década, puede parecer que lo que lleve a que abunden los casos en los que políticos hayan sido pillados in fragranti mintiendo sobre sus ‘pertenencias académicas’ debe ir acompañado de unos grandes complejos por poseer currículums exiguos, sobre todo si se hacía mientras se predicaba la meritocracia y la cultura del esfuerzo.
Yo encuentro relación en muchos casos con la oleada de postureo y de falsedad con la que mucha gente adorna en las redes sociales su (pobre) vida real. Un ejemplo: cada vez que me llega un anuncio de esa aplicación en la que puedes colocarte virtualmente en cualquier lugar del mundo, quitando las personas o cosas no deseadas, me entra una pena pensando cuánta frustración debe esconderse en los que sucumben a su uso. ¿Ignoran que la lectura les puede llevar a vivir experiencias más emocionantes en cualquier rincón del mundo?
Muchos se preguntarán cómo hemos llegado a esto. Pienso que la presión social y laboral, la falta de regulación estricta en algunos procesos de selección y la percepción de que los títulos abren puertas rápidamente, son algunos de los factores que más lo han alimentado. De igual manera pesa esa cultura de la meritocracia, mal entendida, en la que se confunde tener más certificados, (sobre todo si son de los que valen una pasta gansa), como sinónimo de mayor valía.
Para luchar contra este lastre en la selección de personal, tanto en las administraciones públicas como en las empresas, se deben reforzar los procesos de verificación de antecedentes y experiencias
Para luchar contra este lastre en la selección de personal, tanto en las administraciones públicas como en las empresas, se deben reforzar los procesos de verificación de antecedentes y experiencias. Además, se debe promover una cultura que valore las habilidades prácticas, las competencias adecuadas a cada puesto y la experiencia real, por encima de la titulitis. La educación y la sensibilización sobre la importancia de la honestidad en los currículums también son elementos claves para cambiar esta realidad.
Si en política triunfara la estrategia de la honestidad, la de defender la verdad, la de haber llegado con trabajo, esfuerzo, sacrificio y capacidad de superación, valores superiores y más importantes que esos certificados que llevan detrás la marca de los miles de euros que cuestan, y que en apenas un par de minutos de entrevista, sin ser experto, se puede advertir de su más que relativa utilidad y aprovechamiento.
Mi titulación universitaria superior, aunque ya antigua, -de cuando se salía licenciado-, es cierta; mi máster -con TFM incluido sobre restauración natural y paisajística del Sacromonte-, auténtico y mi adscripción como profesor externo a la UGR desde hace tres años, real como la vida misma
Hablo con la autoridad que me da decir que yo también pequé (venialmente) cuando trabajaba de camarero en Andorra y decía que me iba a un proceso de inmersión lingüística o cuando contaba en mi experiencia laboral en el departamento de contabilidad en unos grandes almacenes (cuando en realidad era ‘cajero’ -de descargar cajas-). Pero aquellos complejos de humildad, ya superados y convertidos en orgullo personal y familiar, forman parte de mi curriculum vitae, utilizado ahora en sentido literal. Por contra, mi titulación universitaria superior, aunque ya antigua, -de cuando se salía licenciado-, es cierta; mi máster -con TFM incluido sobre restauración natural y paisajística del Sacromonte-, auténtico y mi adscripción como profesor externo a la UGR desde hace tres años, real como la vida misma.
Quizás lo más grave y menos comprensible es que estas malas praxis se hayan extendido tanto en el campo de la política, que a diferencia de las entrevistas de trabajo, es una forma de representación, no un concurso de méritos y se puede representar bien a determinados sectores sociales y profesionales, sin tener títulos, presumiendo de haber sido cura antes que fraile, por ejemplo. Quizás eso proporcionaría una mayor riqueza y ‘biodiversidad’ en nuestras instituciones y nos daría una mayor conexión con nuestros representantes, y a ellos con nosotros.
Hay quien pondrá el acento en que el problema no es tanto que fulano no hubiera terminado un grado, mengano llamara máster a un ‘cursillo del PPO’ o zutano dijera que era médico sin serlo, sino que hubieran mentido de manera sostenida sobre ello. Y no le faltará alguna razón porque si son capaces de mentir, y mantener el engaño, poniendo datos falsos en una declaración pública y publicada, o si no estás al tanto (es un poner) en lo que ponen los folletos de propaganda de tu partido sobre tus méritos, es que pueden mentir en cualquier cosa (otro suponer, sobre la declaración de bienes) y no valen para la política ni ‘pa ná’. Son unos farfollas.
Nota: Los ejemplos utilizados en este artículo son inventados; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Si alguien se siente aludido… agua y ajo.