'Luciano de Samósata y sus lecciones para el buen vivir'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 13 de Marzo de 2022
Luciano de Samósata
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Luciano de Samósata
'Pronto la ciudad estuvo llena de una multitud de gentes a las que desde hacía tiempo habían privado de corazón y cerebro'. Luciano de Samósata

No todo tiempo pasado es mejor, ni tampoco necesariamente peor, pero lo que sí que suele suceder es que si escuchamos los ecos de las enseñanzas más valiosas de tiempos pretéritos aprenderemos valiosas lecciones, y pocas de ellas son más relevantes que las que nos muestran cómo vivir mejor. El camino al buen vivir necesita desbrozar todo aquello que no solo no es necesario para disfrutar de nuestra existencia, sino que se convierte en un estorbo. Un filósofo de los primeros siglos del Imperio Romano, asociado al movimiento cínico por el carácter sarcástico de sus escritos, pero que no se dejaba aprisionar por ninguna doctrina, nos ayudará a desbrozar algunas de esas malas hierbas que nos impiden saborear la vida como deberíamos hacer, y no perdernos en banales laberintos de supercherías  y malas decisiones.

Solo nos basta con mirar cualquier mañana las noticias o aún peor las redes sociales, para ver que no solo no avanzamos, sino que retrocedemos ante la superchería banal a pesar de los siglos transcurridos

Luciano de Samósata es un filósofo difícil de definir, ni platónico, ni epicúreo, ni estoico, ni plenamente cínico. No encaja en ninguno de los trajes especulativos con los que solemos abrigar a aquellos pensadores cuyas lecciones nos indican qué camino hemos de escoger, o como en el caso del sabio romano nos advierten de aquellos caminos que solo nos llevarán, o bien a callejones sin salida, o bien a caer en manos especulativas ajenas, y de esta manera convertirnos en parte del adocenado rebaño de ovejas de los iluminados que pretenden engañarnos en su beneficio: Pronto la ciudad estuvo llena de una multitud de gentes a las que desde hacía tiempo habían privado de corazón y cerebro, criticaba con dureza en Alejando o el falso profeta. Amonestaba duramente a aquellos charlatanes que fingían tener soluciones mágicas ante cualquier tipo de problemas, y a aquellos que sutilmente adoctrinados caían embobados. Un puñado de trucos, acompañados por fácil demagogia bastaba para confundir a las masas. Solo nos basta con mirar cualquier mañana las noticias o aún peor las redes sociales, para ver que no solo no avanzamos, sino que retrocedemos ante la superchería banal a pesar de los siglos transcurridos. Antivacunas, falsas noticias, apelaciones a los instintos más guturales y bárbaros, racismo, machismo, mitos nacionalistas de glorias pasadas, y demás bárbaras agresiones a la razón que sustituyen con demasiada voracidad las cosas importantes de la vida.

Samósata, su apodo, proviene de lo que hoy día es Samsat en Turquía. Nacido en el segundo siglo de nuestra Era probablemente en Siria, de familia muy modesta. Estudió retórica y leyes en las provincias romanas de Asía menor, viajando posteriormente por diferentes territorios del Imperio; Egipto, Grecia, La Galia y la misma Roma. Sus escritos destacan por destilar una dulce ironía con la que pretende denunciar a los que considera charlatanes, se disfracen de eruditos filósofos, de apóstoles de salvíficas religiones o de meros magos con sobrenaturales poderes. Ante su sarcástica mirada caen platónicos y estoicos, aunque también los cínicos y epicúreos son víctimas de sus dardos. Si salva especialmente a estas últimas dos corrientes de pensamiento no es tanto por sus tesis o argumentos, sino por su carácter eminentemente práctico. El entusiasmo excesivo en las creencias, filosóficas, religiosas o de cualquier índice, solo lleva al absurdo. Apacigüemos esos ardores especulativos y centrémonos en el buen y práctico vivir. Las prisas no son buenas para saber vivir, pero el entusiasmo sin sentido, aún menos.

La filosofía tiene una tarea principal, y no es adoctrinar, sino denunciar el adoctrinamiento ajeno, que suele estar lleno de malas hierbas llenas de supersticiones, dogmas estúpidos, falsas creencias, que hay que remover para evitar que los pocos jardines que encontraremos en nuestra vida se echen a perder

Poco amigo de los espectáculos con los que los callejeros filósofos cínicos llamaban la atención sí comparte con ellos la franqueza, la coherencia entre lo que se cree y cómo se vive, y la crítica ante la escoria hipócrita que suele esconderse en el corazón de los mortales, impudicia moral que hay que extirpar a través de una continuada denuncia irónica. Michel Onfray compara la tarea autoimpuesta por Luciano con la de Nietzsche, que no es otra que incomodar a los estúpidos. Qué mejor tarea para una filosofía práctica. Si denunciamos e incomodamos a los estúpidos que nos rodean, quizá podamos hasta sacar algo en limpio de nuestra vital y anodina existencia. La filosofía tiene una tarea principal, y no es adoctrinar, sino denunciar el adoctrinamiento ajeno, que suele estar lleno de malas hierbas llenas de supersticiones, dogmas estúpidos, falsas creencias, que hay que remover para evitar que los pocos jardines que encontraremos en nuestra vida se echen a perder.

Al igual que denuncia a aquellos que hacen de su vida un espectáculo para defender sus creencias, sean filósofos o predicadores de alguna religión, alaba a quienes con honestidad, sin sobrepuja, tratan de sanar a través de la filosofía el corazón enfermo de los seres humanos. En la vida de Demónax alaba al filósofo cínico. Buen orador, culto y defensor de la humildad, predica con el ejemplo una vida sencilla alejada de fuegos de artificios y nefastos deseos de gloria. Se es filósofo cuando se vive tal y como se predica, no cuando se convierte todo en un espectáculo con el que llamar la atención. Se trata de ser, no de parecer. Primera y gran lección que todo aspirante a filosofar en la vida debiera llevar tatuada en la frente para deletrearla al mirarse al espejo.

La verdadera pena en la vida no son las afecciones dramáticas que ineludiblemente nos alcanzarán, sino la pérdida de la amistad o no saber disfrutar de la misma

El ejemplo de Demónax le lleva a destacar las virtudes que hemos de seguir en la vida; denunciar a las almas enfermas que se pierden por sus deseos de riqueza o a aquellas que persisten en conductas que perjudican tanto a extraños como a ellos mismos. Un matiz importante: se odia la enfermedad, no al enfermo. No hay por qué vilipendiar con odio para denunciar los vicios morales. Si algo está mal, se señala sin humillar a aquel cuya conducta es errónea. Ser maestro de la vida, en cualquiera de las acepciones o usos que empleemos, es incompatible con el desprecio al que yerra. Y al igual que los epicúreos, el filósofo chipriota Demónax ensalza la amistad como la verdadera salsa que adereza con sabor la vida. La verdadera pena en la vida no son las afecciones dramáticas que ineludiblemente nos alcanzarán, sino la pérdida de la amistad o no saber disfrutar de la misma. Todo el mundo merece la dádiva de la amistad, y solo hemos de renunciar a ella cuando irremediablemente nos demuestren que no merecen obtener tal don por nuestra parte.

La broma y la burla es su manera de responder a la hostilidad e hipocresía que observa con pesimismo, y que circunda un mundo que no tardaría mucho en caer en decadencia

Luciano de Samósata es implacable con aquellos que no viven según los principios que predican; el epicúreo que alaba la sobriedad pero se pirra por los dulces, al escéptico que denuncia la seguridad de todo conocimiento, salvo la seguridad propia con la que denuncia el ajeno, o al estoico que pretende dar una imagen de humilde y despreocupado cuando en realidad interpreta un papel que no se cree. El filósofo francés Michael Onfray destaca la denuncia sobre la hipocresía que ofrece Luciano en El banquete de Alcifrón. Obra en la cual  a través  de una metáfora denuncia la insinceridad de la especie humana, simbolizada en un estoico que ronca dormido tras haberse atiborrado frente a la sobriedad que predica. A un epicúreo ebrio que trata de manosear a la interprete que toca la lira, cuando su doctrina repudia tal comportamiento al abrirse a los apetitos sin control. O un presunto cínico que trata de violar a la cantante del espectáculo.

Luciano, como otros pensadores en tiempos de crisis, afila su sentido del humor como arma, utiliza la ironía como forma de denuncia. La broma y la burla es su manera de responder a la hostilidad e hipocresía que observa con pesimismo, y que circunda un mundo que no tardaría mucho en caer en decadencia. Pero frente a aquellos que se repliegan en sí mismos, como los estoicos, o que hacen el payaso para llamar la atención, como algunos de esos que se dicen llamar cínicos, o los que se escudan en viejas o nuevas religiones (conocía el cristianismo y fue demoledor en sus críticas), o en adoctrinamientos filosóficos alejados del sentido común, como los neoplatónicos, eleva la sonrisa, el buen vivir como alternativa. Reírse es mucho más sano que el llanto. Lamentarse y hundirse en la miseria de lo que denuncia no vale para nada. Qué mejor manera de responder a la hipocresía, a la superchería, a la falta de decoro por amor a lujos innecesarios, que reírnos de los que caen en ello, y vivir con honestidad, con la sonrisa como bandera, y con el sentido común que nos ofrece el ejemplo de la gente humilde que aprende de qué depende en verdad la felicidad.

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”