Lo que de verdad me importa
Nos pasamos la vida mirando el vaso medio vacío, buscando el pero, la imperfección dentro de lo perfecto, la nota discordante, el punto negativo que nos convierta en víctimas para poder seguir lamentando nuestra suerte y considerar que no podemos hacer nada por cambiarla porque nos viene dada. Por eso, hoy os propongo dar un giro al prisma y utilizar un caleidoscopio de colores para poner en valor todo aquello que nos engrandece y nos hace ser más felices. Esto es lo que personalmente me llena a mí:
– Adoro el primer beso de mi hijo cuando regresa del colegio y atropelladamente intenta contarme varias historias a la vez. Estamos acostumbrados a hablar de la diferencia del amor que profesas a tus padres, a tus hijos, a tus hermanos, a tu pareja…pero es solo una ilusión. No existen distintos tipos de amor, solo hay una forma de amar y se distingue porque ese momento en el que lo compartes es pleno en sí mismo, no necesita nada más para hacerte feliz.
– Me encanta la sensación de libertad que desprendo justo en el momento en que me dan las vacaciones en el trabajo. Es como si una enorme puerta de posibilidades se abriera ante mí para ofrecérmelas todas a un tiempo. No tiene nada que ver con que me guste o no la labor a la que dedico la mayor parte del tiempo, sino más bien con la certeza de que justo en ese instante en el que la siento, no hay nada que me la pueda robar, porque está dentro de mí. Da igual lo que suceda en el mundo, lo único que percibo es LIBERTAD.
– Me emociona el momento en que comienza un nuevo año. Tal vez, en algún rincón de mi corazón infantil siga creyendo en la magia. El hecho es que mientras me como las uvas me veo asistiendo al inicio de una nueva vida más llena de aventuras y oportunidades. Es como si con el año viejo, por una vez, tuviera el poder de exiliar a los problemas, de lanzar lejos todo aquello que me impide ser feliz. Por unos minutos, las campanadas se convierten en una pausa en el camino para soñar sueños más hermosos y volar hacia metas más apetecibles. Es como un borrón y cuenta nueva.
– Soy feliz cuando, después de varios meses, me vuelvo a reunir con mi familia para pasar un día entero juntos y puedo vivir esa sensación de estar en casa, de no haberme marchado nunca, de poder decir o hacer todo lo que quiera porque los tuyos te conocen tanto que no puede haber malinterpretaciones y si las hubiera, en pocos minutos se habrán olvidado. Me ocurre algo parecido cuando me reúno con mis amigos de toda la vida.
– ¡Qué gustazo esa cerveza congelada en pleno verano, con la sal del mar aún en los labios, y una tapita de gambas!; es un ahora único: sales de la playa y te chupas los labios y notas que el agua salada incrementa tu sed y entonces te diriges al chiringuito, donde están tus amigos, y ves llegar al camarero con esa jarra congelada por el exterior y con la espuma de la cerveza rebosante en el interior, acompañada de un plato de quisquillas fresquitas, que sabes que son para ti. Y antes de coger la primera, tomas la jarra por el asa y te la llevas a la boca y percibes como el líquido dorado va humedeciendo la sequedad de tu garganta, como la lluvia refresca el terreno cuando llega de improviso en verano. En ese instante no hay nada que pueda romper la felicidad. En ese ahora solo hay posibilidad de disfrutar.
– Me apasiona la sensación de alegría causada por la ausencia de planes al despertarme un sábado por la mañana. Abrir los ojos y recordar que no tengo nada que hacer y que al mismo tiempo puedo tomar la decisión de jugar con mi familia, ver una película, salir a pasear, ir a la playa o al monte o estar leyendo en un sofá, me convierte en el tío más afortunado del mundo. Y si, además, soy capaz de dejar fluir el día sin llenarlo de ocupaciones, entonces el disfrute es aún mayor, porque ni siquiera tengo que preocuparme de hacer planes.
– Saber que tengo una buena película en cartera, que no me va a decepcionar, y que he preparado mis palomitas, el helado, un refresco o una copa para degustarla, mientras la veo junto a mi pareja sin otras preocupaciones que las que me transmiten los actores de la pantalla, que las disfruto porque sé que no son reales; ese es un momento que se acerca mucho a la dicha, para mí.
Y cuando echo la vista hacia lo que he escrito, sin planificarlo, me doy cuenta de que se trata de momentos cotidianos, muy baratos, extremadamente sencillos, para los cuales no es necesario ser rico, ni tener mucho tiempo libre, sino abrirte en cada momento a la posibilidad de que estén a punto de llegar.
Si crees que tienes muchos problemas, sufrirás, pero incluso entonces, sólo con que te enfoques unos minutos en aquello que te hace feliz descubrirás que mientras pensabas en lo bueno te olvidaste de las preocupaciones y por tanto, dejaste de tenerlas. Si consiguieras no pensar en ellas para siempre, ya no existirían más. ¿Qué no es posible? Te animo a que te atrevas a intentarlo. Empieza escribiendo una lista con aquellas cosas que a ti te hacen feliz y tal vez logres cambiar tu estado de ánimo. Es gratis, es sencillo y sólo requiere de unos minutos. Además, no hay nada que perder, excepto que lo que te impide estar bien.