Lo que de verdad importa
Mira que no comulgo con las ideas de Albert Rivera, pero tengo que reconocer que el otro día me emocionó. Es tan extraño como loable que un líder tome la determinación de abandonar su puesto al comprobar que su mensaje no ha calado y que se considera responsable del fracaso de su formación. Otros sufrieron resultados similares y ni siquiera se plantearon la dimisión. En fin, no es esto lo que más me interesa de ese discurso del político sino la cara de satisfacción con la que él aseguró que quería dedicar más tiempo a los suyos, emplearse en su familia y disfrutar un poco más de la vida.
Y si miramos alrededor observaremos que hemos construido una sociedad en torno a la carrera laboral y su sueldo y el que no los tiene está peor visto y en función de cómo sea este se le venerará más o menos o incluso se le despreciará
Parece que todos consideramos que nos tenemos que sacrificar por el mundo. Desde pequeños nos enseñan a hacer tres y cuatro horas de deberes, convirtiendo nuestras diminutas vidas en un continuo camino de trabajo, donde el juego deja de tener espacio. Hay niños que se levantan a estudiar a las 7 de la mañana y continúan después de las clases, hasta la cena. Es una preparación inconsciente para una vida adulta en la que se verán obligados a trabajar diez o doce horas diarias para obtener a cambio un salario que les permita subsistir.
Y si miramos alrededor observaremos que hemos construido una sociedad en torno a la carrera laboral y su sueldo y el que no los tiene está peor visto y en función de cómo sea este se le venerará más o menos o incluso se le despreciará. El esfuerzo, el tesón, el sacrificio son parte de los cimientos que hemos colocado bajo nuestras existencias. Así, cuando nos enteramos de que alguien tiene que dejar a su esposa y sus hijos durante toda la semana porque le ha salido un contrato en otra ciudad, le admiramos y creemos que es un gran hombre. Claro que no valoramos el hecho de que esa persona esté poniendo a su familia en un segundo plano con respecto al empleo, esté restando minutos de disfrutar con sus hijos, con su mujer, y lo haga como un sacrificio necesario.
Hay miles de padres en España que apenas pueden ver a los niños porque cuando salen están durmiendo y cuando regresan ya están de nuevo acostados. Hay una idea que sobrevuela en el aire a modo de consuelo: «¡Qué mérito tiene, no para de trabajar por su familia!».
Nos han contado que eso es la vida: sacrificio, trabajo, esfuerzo… Nos han explicado desde siempre que esos son los motores que nos llevarán a un futuro lleno de comodidades, pero en realidad, lo que no percibimos es que lo único que obtenemos son más necesidades que cubrir, más sufrimiento, más sudor, más empeño
Y lo peor de todo es que la mayoría de ellos no hacen algo que les guste, solo se sacrifican para tener dinero y poder mantener a los suyos. Muchos estarían encantados de pasar más tiempo a su lado, pero se lo impide todo ese esfuerzo que se sienten obligados a realizar. Y un día, después de una vida entera de trabajo, se jubilan y sus hijos, ya mayores, que han aprendido su ejemplo, tampoco tienen tiempo para pasarlo con ellos, así que sin un quehacer cotidiano al que aferrarse no acaban de ubicarse en un mar repleto de tiempo libre.
Nos han contado que eso es la vida: sacrificio, trabajo, esfuerzo… Nos han explicado desde siempre que esos son los motores que nos llevarán a un futuro lleno de comodidades, pero en realidad, lo que no percibimos es que lo único que obtenemos son más necesidades que cubrir, más sufrimiento, más sudor, más empeño.
En realidad, lo creamos o no, somos nosotros los que elegimos en cada momento. Pensamos que no tenemos más opción que seguir por ese sendero, que no hay otra forma más que la del éxito social, ser reconocido por los demás como alguien que hace lo que debe. Y nos levantamos tristes o enfadados porque sabemos que nuestro día estará lleno de obligaciones que no queremos cumplir aunque no veamos otra salida.
¿Y si descubriéramos que la vida no es más que una sucesión de momentos que seleccionamos nosotros en función de nuestras creencias personales, que no dependen de los demás, ni están supeditadas a nuestros jefes ni a nuestros dirigentes políticos? ¿Y si entendiéramos que el único instante en el que podemos ser felices es ahora y que jamás podremos lograrlo en el futuro o en el pasado? ¿Y si empezáramos a ser más amables con nosotros mismos, más indulgentes?
¿Y si entendiéramos que el único instante en el que podemos ser felices es ahora y que jamás podremos lograrlo en el futuro o en el pasado? ¿Y si empezáramos a ser más amables con nosotros mismos, más indulgentes?
No es que el sacrificio sea malo, es que nos conduce a la infelicidad porque conlleva unas expectativas que nunca acaban cumpliéndose. La verdad es que si no esperas nada de tus actos, entonces no hay sacrificio; en ese caso, es solo una elección que haces conscientemente y entiendes que tiene consecuencias que traduces como positivas o negativas. Si no sales de bares por cuidar a tus hijos, no tienes la sensación de hartazgo porque lo decides tú y, en caso contrario, tal vez tendrías que buscar huecos para salir de vez en cuando y que te pesara menos, porque valorarías más el tiempo que pasas con los niños.
Rivera tiene la fortuna de no necesitar dinero y por eso considera que ahora para él es el momento de dedicarlo en exclusiva a su familia, pero eso no quiere decir que los demás no podamos tomar la misma determinación.
¿Alguien cambiaría un rato de charla con un amigo al que no ve desde hace tiempo o una comida en familia por trabajar en lo que no le gusta, si supiera que no va a haber consecuencias negativas para él hiciera lo que hiciera?
¿Cuánto vale una carcajada sentida profundamente o un abrazo de tus padres o un beso de tus hijos? No tiene precio y, sin embargo, todos lo relegamos por detrás del empleo o del dinero
¿Cuánto vale una carcajada sentida profundamente o un abrazo de tus padres o un beso de tus hijos? No tiene precio y, sin embargo, todos lo relegamos por detrás del empleo o del dinero.
Si trabajas tanto que no tienes tiempo de darle un beso a tu hijo le estás enseñando que tu función laboral es más importante que el cariño que le ofreces y eso es lo que aprenderá y lo repetirá cuando sea adulto.
Por cursi que parezca, solo el amor nos puede hacer felices, cada cosa que hacemos en cada momento es por obtener más amor de nuestros jefes, de nuestros amigos, de nuestra familia, aunque lo traduzcamos de otra forma. Y pese a que esto es una obviedad, elegimos la lucha, el dolor, el sufrimiento, el sacrificio… No es criticable, aunque no debemos olvidar que somos nosotros los que lo decidimos, nadie más. Es más fácil quejarse, censurar el sistema, culpar al mundo, a la sociedad o al vecino del quinto, pero eso no nos exime de la responsabilidad de convertir nuestras vidas en aquello que nosotros elijamos.