Lo que sé, lo que no sé y lo que podría saber
Guía práctica para no convertirse en un ignorante (Primera parte)
'Por sabiduría no solo hemos de entender la prudencia en el obrar, sino un perfecto conocimiento de cuanto el hombre puede conocer, bien en relación con la conducta que debe adoptar en la vida, bien en relación con la conservación de la salud o con la invención de todas las artes'. René Descartes, Prefacio a Los principios de la Filosofía.
Empecemos desmontando un mito propio de la estupidez posmoderna, encarnada en gurús de la sabiduría vital que pululan por librerías y redes sociales como una plaga; la ignorancia nunca es buena. No lo es, para empezar, porque desde que uno es consciente vive inmerso en un torbellino de datos que nuestro cerebro pretende procesar para saber qué hacer con ellos, valorar aquellos que son útiles, aquellos que debemos desechar, aquellos sobre los que vale la pena construir y aquellos que más pronto que tarde olvidaremos por intranscendentes. Si nosotros, en base a nuestra capacidad crítica, a nuestra razón, no establecemos los filtros para procesar toda esa desorbitante información que recibimos, acabaremos convirtiéndonos en la versión cutre, más aún, de esos tronistas que pululan por los programas del corazón, o peor aún, en los tertulianos que los entrevistan. Es como si dejáramos nuestro ordenador abierto a cualquier virus o troyano que pretenda acceder a él, dejaría de ser nuestro ordenador para ser un pelele en manos de otros. Como un antivirus de nuestro cerebro actúa la sabiduría; nos ayuda a ser conscientes de aquello que no sabemos, a investigar lo que podríamos, y deberíamos, saber, y a valorar si lo que sabemos tiene credibilidad y utilidad o no.
Empecemos desmontando un mito propio de la estupidez posmoderna, encarnada en gurús de la sabiduría vital que pululan por librerías y redes sociales como una plaga; la ignorancia nunca es buena
El filósofo Fernando Savater propone tres preguntas que nos ayudarán en nuestra criba acerca de los conocimientos que poseemos: 1. ¿Cómo los he obtenido? ¿Cómo sé lo que sé o lo que creo saber? 2. ¿Hasta qué punto estoy seguro de ellos? 3. ¿Cómo puedo ampliarlos, mejorarlos, o en su caso, sustituirlos por otros más fiables?
Tenemos por un lado aquellas cosas que sabemos a través de otros, de carácter muy diverso, mis padres me insistían cuando era un niño que no debía bañarme inmediatamente después de comer, tal y como sus padres les insistían a ellos, llamémosle tradición o sabiduría popular, tan abierta a la falsedad como cualquier otro tipo de conocimiento, por mucho que a algunos les pese. Igualmente, hoy día tomamos por ciertas las cosas que leemos en Facebook o Twitter simplemente porque las comparte algún amigo de algún otro amigo o quién sabe de dónde procede originalmente la noticia, pero el mero hecho de verlas compartidas por alguien en quien presuntamente confiamos, le otorga aparente credibilidad.
Con bastante más rigor, se supone, he adquirido todos aquellos conocimientos que me da haber estudiado, desde mis nociones de geometría, aritmética, idiomas, literatura, lengua, y mil saberes más que mientras más absurdos me parecían en mi infancia o adolescencia, más útiles me parecen hoy día en un mundo tan enmarañado. Otras tantas cosas proceden de aquello que llamamos experiencia; que los cristales cortan si intentas cogerlos sin precaución, algo que por lo que sea sigue resbalando por mi sabiduría, que Granada es una ciudad preciosa y que lo tiene todo para ser uno de los mejores lugares del mundo para vivir, salvo algunas idioteces idiosincráticas del ser granaíno, como que ser maleducado es un bien cultural a conservar, y mil recuerdos de experiencias vitales, desde los juegos de aquel ingenuo niño que aún permanecen en el ingenuo adulto que ahora soy, mis experiencias en amores y desamores, en encantamientos y en odios, estúpidos la mayor parte de ellos, en cosas que me hacen gozar y cosas que me hacen sufrir, en mis sueños y en mis fracasos, de todo he aprendido y de todo he sacado alguna pequeña sabiduría práctica, o no.
La experiencia es útil, pero no nos proporciona una guía moral exacta de la idoneidad de nuestras acciones; aquello que en un momento de nuestra vida nos resultó satisfactorio o entretenido, en otro nos aburre o nos hiere, ayudar ayuda, pero tampoco es la panacea, las situaciones cambian, nosotros cambiamos
Hasta aquí las diferentes maneras en las que aprendemos esas cosas que llamamos aquello que sabemos; 1. Por otras personas o por medios de comunicación o redes sociales, etc. 2. Por mis estudios 3. Por mis experiencias. Ahora debemos abordar la segunda de las preguntas que plantea el filósofo vasco; ¿hasta qué punto estoy seguro, tengo certeza de todas esas cosas? Si actuamos con sabiduría, un principio básico ha de presidir nuestras presuntas certidumbres, la prudencia que nos proporciona la duda; fiarme de que algo es cierto porque me lo han dicho, o porque lo he visto en las redes sociales, o lo he oído en un banal programa de televisión, o en el twitter de algún famoso, no es muy prudente. Puede que esa gente no haya querido engañarme, pero ellos lo estén, puede que sí que quieran engañarme vendiéndome humo, o puede que sea porque a la gente le gusta presumir de lo que sabe aunque no sepa realmente de lo que habla. Quién sabe, motivos para dudar de todos esos conocimientos tenemos de sobra con tal de ser un poco prudentes a la hora de dar validez a toda esa información. Y sobre lo que te dicen los medios de comunicación, tendemos a creernos aquello que nos cuentan los que están de acuerdo con lo que ya pensamos, que no resulta especialmente útil. Lo que sí sería de mayor utilidad es contrastar medios de comunicación diferentes, y a ser posible, con cierta credibilidad, y no consultar, por poner un ejemplo: www.tengobulosparatomarteporidiotaparadarytomar.com.
De las cosas que aprendí en la escuela, en el instituto y en la facultad, tengo mayores motivos para fiarme, pero igualmente, alguno que otro para ser escéptico. Algunas normas lingüísticas han cambiado, la geografía humana sigue continuamente haciéndolo, y la ciencia siguiendo su naturaleza, continua descartando hipótesis que antes parecían totalmente certeras y ahora no tanto, o han sido sustituidas por otros paradigmas de conocimiento. Mis experiencias, la tercera fuente de conocimientos, sin duda han moldeado mi carácter, pero no me dan ninguna certeza de que no vaya a cometer una y otra vez los mismos errores, a veces la experiencia es tan solo una excusa que utilizamos para advertir, a la gente más joven que nosotros, de que no hagan aquello que no queremos que hagan, no aquello que no hubiéramos hecho nosotros con su edad. La experiencia es útil, pero no nos proporciona una guía moral exacta de la idoneidad de nuestras acciones; aquello que en un momento de nuestra vida nos resultó satisfactorio o entretenido, en otro nos aburre o nos hiere, ayudar ayuda, pero tampoco es la panacea, las situaciones cambian, nosotros cambiamos.
Podría dar la impresión tras leer estos primeros párrafos que es nuestro destino terminar convertidos en estúpidos tronistas o aprendices de tertulianos del corazón, no, quiere decir que si no quieres convertirte en un ignorante que tomen por idiota en la vida, más te vale utilizar un filtro critico en todo conocimiento adquirido, proceda de donde proceda, debatir con otros que piensen diferente, y puedan proporcionar ángulos y perspectivas alternativas, y ante todo, encontrar argumentos racionales que eviten que nuestra estupidez e ignorancia se conviertan en dogmas. El principio esencial de esa guía práctica para evitar al idiota en el que nos convierte no dudar de aquello que sabemos, comienza y termina en aprender a utilizar la razón. Desgraciadamente, no es algo innato, es algo que hemos de aprender a ejercer en un continuo concurso de errores y aciertos, y que es mucho más complicado que dejarnos llevar por la superstición y la ignorancia.
El principio esencial de esa guía práctica para evitar al idiota en el que nos convierte no dudar de aquello que sabemos, comienza y termina en aprender a utilizar la razón. Desgraciadamente, no es algo innato, es algo que hemos de aprender a ejercer en un continuo concurso de errores y aciertos, y que es mucho más complicado que dejarnos llevar por la superstición y la ignorancia
Savater define la razón como un conjunto de hábitos deductivos, tanteos y cautelas, en parte, dictados por la experiencia y en parte, basados en las pautas de la lógica. Esa combinación nos permite establecer relaciones causales, y ayudarnos a ver porque algo está constituido de una determinada forma y no de otra. La capacidad de razonar nos ayuda a emplear la lógica y saber qué fenómenos, qué cosas, como aquellas que rigen las leyes de la matemática y de la lógica son, y aquellas que no pueden ser, como que dos más dos son cinco, o que una cosa no puede ser blanca y negra al mismo tiempo, y que sobre el resto de conocimientos, puedo adquirir cierto grado de certeza, en mayor o menor medida, pero que siempre podemos adquirir nuevos datos y perspectivas que nos hagan revisar nuestra opinión.
El empleo de la razón nos permite organizar jerárquicamente, de mayor a menor grado de certeza, todos aquellos conocimientos que poseemos, provengan de donde provengan; de otras fuentes, de los estudios o de mis experiencias. Esa organización se establece en base a unos criterios que comienzan por armonizar mis creencias subjetivas con lo intersubjetivo, con los conocimientos ajenos a los míos. No hay una razón personal, no existe eso que se llama mi razón, por definición es algo intersubjetivo, que tiende a ser universal, aunque ésta sea permanentemente revisable, en base a nuevos aprendizajes. La universalidad tiene que ver con que en principio todas las personas la poseen, y dos, que si todos aceptan los métodos y criterios de la racionalidad, es comprensible para cualquiera.
La razón tiene un objetivo; la búsqueda de la verdad, que como antes señalábamos, nunca puede conjugarse en singular por definición. Si alguien, en un debate que pretende basarse en argumentos racionales, corta por lo sano con aquello de “es mi verdad, tú tienes la tuya”, significa, pura y llanamente, que ha renunciado a su búsqueda, y prefiere quedarse con su creencia, sin contraste.
La razón tiene un objetivo; la búsqueda de la verdad, que nunca puede conjugarse en singular por definición. Si alguien, en un debate que pretende basarse en argumentos racionales, corta por lo sano con aquello de “es mi verdad, tú tienes la tuya”, significa, pura y llanamente, que ha renunciado a su búsqueda, y prefiere quedarse con su creencia, sin contraste
La verdad tiene que ver con la realidad, y como la realidad, es plural, lo que está muy alejado de afirmar aquello de todo vale, pues cada dimensión de la realidad tiene su propio campo de medida de certidumbre; por ejemplo, tenemos el ámbito religioso, una persona en el pasado podría sentir que estaba en contacto con los dioses, y en el presente, creer y afirmar, que su dios, el único verdadero, le fortalece. Nadie dudaría de que eso es verdad para la persona que lo afirma, igualmente un ateo estaría en lo cierto al afirmar que nunca ha visto ni sentido nada que le haga creer en la existencia de un dios o de varios, ambas son verdades subjetivas. Un poeta podría hablarnos de la belleza de enjuagar una lágrima con una sonrisa e iluminar con un arcoíris el rostro de la persona amada, y ese campo de la realidad, el poético, también tiene su verdad. Un científico podría explicarnos cómo surgió el universo, y lo que sucedió cuando en ese instante se creó el tiempo, y también nos estaría diciendo la verdad. El problema es difuminar la verdad de estos tres ámbitos de la realidad y no distinguirlos, algo demasiado común en la historia de la humanidad. Cada verdad tiene sus características, en ciencia esperamos exactitud, en las artes, aparte del dominio técnico, una capacidad expresiva que ponga en juego conceptos más etéreos, como la emoción o la belleza. Sin duda hay verdad en el arte, pero ni de lejos podemos aplicar los criterios de verdad científica al mismo. En ética y política también existen verdades, diferentes de las de las ciencias o de las artísticas, en este caso lo que se puede pedir es el criterio del rigor en la argumentación racional, evitando falacias y haciendo pasar datos falsos por verdaderos, o buscando apelar a las emociones y no a un discurso racional. La historia, también posee su verdad, pero es muy compleja, como toda verdad aplicada a las acciones humanas, pues siempre juzgamos en base a interpretaciones de hechos. Eso no significa que no debamos exigir criterios de rigor, y de argumentación en las proclamadas verdades históricas, todo lo contrario. Si es tan fácil manipular el futuro de nuestras sociedades a través de manipular las verdades del presente, esto se debe a la sencillez con que hemos admitido la manipulación del pasado en base a intereses particulares.
El uso adecuado de la razón, nunca dogmático, su convivencia plural con otras formas de comprender el mundo, sin mezclar ámbitos y dando a cada cuál la importancia y el rigor que tiene, nos permite dejar de comportarnos como ignorantes, que tarde o temprano nos convierte en idiotas fácilmente manipulables, y el primer paso es un examen de conciencia que nos haga reflexionar sobre lo que sabemos, cómo lo sabemos, qué valor de verdad tienen esos conocimientos, y en qué ámbitos son aplicables, y en cuáles no. Es bueno conocer qué cosas ignoro, y no pretender saber lo que no sé. Debo buscar aprender aquellos conocimientos que me son útiles en la vida, con el sencillo objetivo de saber dónde mirar y a qué prestar atención en la vida, ya sea con la exactitud de la ciencia, con el rigor de la ética y el supuesto rigor de la política, o en la búsqueda de la belleza y la expresión de mis emociones a través del arte.