La llegada de los bárbaros

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 10 de Marzo de 2019
'Bárbaros!', (1810-1814) de la serie 'Desastres de la guerra [dibujo], 38', de Francisco de Goya.
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'Bárbaros!', (1810-1814) de la serie 'Desastres de la guerra [dibujo], 38', de Francisco de Goya.

'No soy un dictador, tan solo he simplificado la democracia'. Adolf Hitler

Dados los errores, evitables en algunos casos, obscenos en otros, de la práctica política, es muy fácil caer en esa ola emocional de descredito de la política, de condena de los políticos, dictados como anatema general desde pulpitos populistas. Si nos paramos a reflexionar, y dejarnos llevar un poco más por el cerebro, y un poco menos por las entrañas, nos daremos cuenta que estas diatribas siempre han venido acompañadas de oleadas reaccionarias, incursiones bárbaras, que han deteriorado avances en el progreso de la humanidad, recortando derechos y libertades. Antaño los bárbaros recortaban las fronteras de la civilización romana, pedazo a pedazo, hasta que un día, el imperio que había proporcionado innumerables avances y progresos, cayó ante las acometidas bárbaras, hundiendo a Europa en siglos de oscuridad. La historia nos muestra con qué facilidad los bárbaros que tratan de erosionar los sistemas democráticos actúan desde dentro, al igual que las tribus bárbaras que llevaron al colapso a Roma. Difícilmente, estos nuevos bárbaros que en pleno siglo XXI prueban con sus acometidas la resistencia de los derechos adquiridos, de las democracias consolidadas, no se reconocerán como parte del sistema democrático en el que actúan, pero no nos engañemos, en el que no creen.

Si nos paramos a reflexionar, y dejarnos llevar un poco más por el cerebro, y un poco menos por las entrañas, nos daremos cuenta que estas diatribas siempre han venido acompañadas de oleadas reaccionarias, incursiones bárbaras, que han deteriorado avances en el progreso de la humanidad, recortando derechos y libertades

Sus proclamas llenas de hiel cargan contra los políticos tradicionales, contra la política tradicional, no es que ellos no adquieran los mismos reprobables vicios de algunos de estos políticos, o las taras de alguno de los partidos políticos más tradicionales, pero lo ocultan bajo el ruido de sus improperios. Todo ha de estar bajo sospecha, salvo ellos, que si en algo corrupto les pillan, o en alguna mentira flagrante, no importa, pues si eso sucede es porque el sistema tradicional teme sus verdades, tan simples como ellos. El ruido de la basura que esparcen, el miedo y la intimidación, que emplean, lo tapa todo. Se definen como los más puros demócratas, solo pretenden simplificar la democracia, salvarla y purgarla de tantas cosas innecesarias que impiden que funcione con el orden que debe. Y qué mejor manera de hacerlo, que limitando los derechos de las mujeres, de los trabajadores, de colectivos LGTBI, el derecho a la interrupción del embarazo, o la libertad de expresión, todas esas políticas complejas, causa de tantos males y del libertinaje que corroe los valores centrales de la patria. Religión, bandera, racismo, más o menos encubierto, como su adherencia a la democracia, toros y caza, vuelta a lo simple. La libertad de expresión, la justicia social, igualdad real de hombres y mujeres, derechos para los demócratas tradicionales, no son sino libertinaje para esos nuevos demócratas, esos bárbaros que acusan a estas causas y derechos de complicar la democracia, y que son las que impiden que haya una democracia verdadera. Volvamos a lo básico, reclaman, lo simple, a su fanático y bárbaro estilo, un lugar donde el orden se imponga al caos, que viene a ser, donde cada uno ocupe el lugar que le corresponde; los ricos en los áticos, los pobres  en los suburbios, el dinero en el bolsillo de los pudientes y no en impuestos que se lo quiten para distribuirlo, los trabajadores calladitos que ya les vale con tener trabajo, los inmigrantes sirviendo con reverencias a los decentes ciudadanos patrios, y las mujeres siendo el descanso del guerrero, su lugar tradicional, callando cuando su hombre habla, y en silencio cuando éste se lo pida.

Si hoy día leemos con detenimiento la vacua y demagógica simplicidad de los programas populistas en nuestro país veremos que ambas actitudes se encuentran bien presentes 

En un libro, Weimar entre nosotros, que narra la fragilidad de las democracias ante los populismos, el diplomático y literato José María Ridao destaca dos actitudes que caracterizan el ataque con los que los nuevos bárbaros pretenden debilitar, desde dentro, las esencias de la democracia; la política no es honesta, algo que extienden a todo el mundo que la práctica, menos a ellos, y cualquier solución que éstos políticos tradicionales propongan a los males sociales está destinada al fracaso. El diálogo es cosa de débiles. Lo que emparenta directamente con la segunda actitud; lo que hace falta es mano dura, pues el diálogo debilita a la auténtica democracia que ellos defienden. La política no es un asunto complejo, son los políticos los que la vuelven compleja con sus marrullerías, aducen. Si hoy día acudimos, y leemos con detenimiento la vacua y demagógica simplicidad de los programas populistas en nuestro país, o en similares, que se limitan a enunciar un decálogo grandilocuente, sin explicar lo más mínimo como podrían aplicarse esas medidas, ni las consecuencias de hacerlo, veremos que ambas actitudes se encuentran bien presentes hoy día en nuestra vida, no solo política, sino social y familiar, sin ser plenamente conscientes del daño que nos estamos causando, a nosotros y a las generaciones que habrán de venir, y nos miraran perplejos ante la  pasividad que tuvimos con las acometidas bárbaras.

La libertad de expresión, la justicia social, igualdad real de hombres y mujeres, derechos para los demócratas tradicionales, no son sino libertinaje para esos nuevos demócratas, esos bárbaros que acusan a estas causas y derechos de complicar la democracia, y que son las que impiden que haya una democracia verdadera

El fanatismo, de cualquier tipo, religioso o político, odia la complejidad, en todo. Las cosas son o blancas o negras, o estás conmigo o estás contra mí. La razón, la argumentación no tienen cabida, las emociones son lo que importan, abstractas, por supuesto, porque si las concretáramos en personas que sufren, y no en entes abstractos, como la patria, hablaríamos de temas complejos, llenos de grises, que obligarían a la gente a pensar antes de actuar, y esa no es su manera de hacer las cosas, mientras menos se piense y más se sienta, mejor, no vaya a ser que nos demos cuenta de que estamos quedando como ignorantes. ¿Qué tienen que ver los ignorantes, como aquellos que hoy día aducen que la tierra es plana, y que llevamos siglos de engaños que nos ocultan esa simple verdad, con los nuevos bárbaros que han llegado a nuestro horizonte político? Mucho, tienen que ver más de lo a primera vista podríamos pensar. Comparten el mismo básico mecanismo mental, la negación de la complejidad de la realidad y la búsqueda de la simplicidad binaria en la que aposentan su credo. Ambos tipos, terraplanistas ignorantes y bárbaros, se cultivan en tiempos de incertidumbre, y germinan alimentados por el odio al otro. Las evidencias, con arduas demostraciones complejas, de la política, en un caso, y de la ciencia en el otro, por ejemplo del cambio climático, son un engaño. Evidencias, que en su ignorancia mesiánica, no son sino ardides, para que la gente sencilla no pueda cultivar donde quiera, construir teleféricos en espacios protegidos, o consumir lo que desee, cuando desee, o utilizar sus coches contaminantes cuando les dé la gana. La opinión propia, en ambos ejemplos, ignorantes y bárbaros, importa más que la opinión de los expertos. La verdad no se encuentra argumentando, ni dialogando, se cree en ella o no.

Las redes sociales son un caldo de cultivo privilegiado para el crecimiento de su ignorancia, da igual que les muestres datos que desengañan sus simplicidades, sean sobre los supuestos beneficios extras de inmigrantes, sean las diferencias de salarios entre hombres y mujeres por el mismo trabajo, sea el bulo de que son los extranjeros son los que matan a sus parejas, sean cualquiera de esos flagrantes bulos que circulan como gasolina echada al fuego

Las redes sociales son un caldo de cultivo privilegiado para el crecimiento de su ignorancia, da igual que les muestres datos que desengañan sus simplicidades, sean sobre los supuestos beneficios extras de inmigrantes, sean las diferencias de salarios entre hombres y mujeres por el mismo trabajo, sea el bulo de que son los extranjeros son los que matan a sus parejas, sean cualquiera de esos flagrantes bulos que circulan como gasolina echada al fuego. Creen lo que quieren creer para no ser sacados de la seguridad que les proporciona su ignorancia. Responden no con argumentos, sino con improperios o amenazas, es la fuerza y la intimidación, con lo que pretenden imponerse, eso y gestos pretendidamente grandilocuentes. Crean una realidad alternativa, en la que no vive la mayoría de los comunes, llena de amenazas que justifican su odio y desprecio y sus ataques continuados a las fronteras de los derechos y libertades sociales. Todo son conspiraciones, gente que manipula los datos y las evidencias para engañar, como aquel delirio colectivo de los dirigentes del Partido Popular ante los trágicos atentados del 11M, con tal de atribuirlo a ETA y no a los terroristas islámicos. Es conveniente recordarlo en vísperas de su aniversario, porque creámoslo o no, a pesar de la abrumadora evidencia a lo largo de los años de quienes fueron los culpables, aún existen creyentes. Así funciona la ignorancia del fanático, las pruebas y evidencias en contra de sus simples bulos, no demuestran su error o ignorancia, demuestra que existe una conspiración para despojarles de sus creencias. Al fanático, le une con sus correligionarios la comodidad de aceptar esa fabulación de una conspiración, simple, antes que asumir la complejidad de las verdades que rechazan, un cuento de buenos y malos, donde ellos son los buenos, y los homosexuales, lesbianas, inmigrantes, nacionalistas (los otros, no ellos, que no emplean banderas para tapar problemas sociales),  feministas, artistas, políticos, todos, son los malos.

Responden no con argumentos, sino con improperios o amenazas, es la fuerza y la intimidación, con lo que pretenden imponerse, eso y gestos pretendidamente grandilocuentes. Crean una realidad alternativa, en la que no vive la mayoría de los comunes, llena de amenazas que justifican su odio y desprecio y sus ataques continuados a las fronteras de los derechos y libertades sociales

La juventud, que siempre ha sido la vanguardia de las primaveras de nuestra libertad, de nuestro compromiso con la justicia social, se encuentra no ya adormilada en su mayoría, sino que observamos perplejos la atracción, estética en muchos casos, como ocurrió con el fascismo en los años veinte y treinta del pasado siglo, que estos bárbaros ejercen en algunos sectores  de ella que se les han unido. Ignorantes quizá de la historia, o indiferentes al sufrimiento causado por la ignorancia y barbarie populista en oleadas anteriores. Quizá creyendo que se encuentran a salvo dentro de la burbuja de banales emociones que confunden con política, con el subidón de enarbolar banderas y cantar legionarios himnos, encontrando enemigos que justifiquen el vacío de sus vidas. Quizá porque los demás, que sí somos conscientes de los peligros de la llegada de los nuevos bárbaros, les hemos fallado.

Les fallamos porque no les ofrecemos una nueva narrativa, compleja como lo es la vida y como lo es la política, en tanto es el arte de convivir unos con otros,  donde cada uno sentimos de una manera, vivimos de una manera, amamos de una manera y pensamos de una manera. Y a pesar de ello, o precisamente por ello, necesitamos de un lugar donde todos; vivamos, pensemos, sintamos, o amemos de una u otra manera, tenemos el mismo derecho a una vida digna. Les hemos fallado en promover una sociedad donde los valores que hacen crecer la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia, desemboquen en una vida digna para todos, y esas sean las banderas que nos unan. Banderas  que sean síntoma de  una alegría compartida, y no puñales con los que hacernos sangrar, unos a otros. Les hemos fallado, y los bárbaros se encuentran a las puertas de nuestros derechos y libertades, como antaño los bárbaros que asolaron Roma, qué haremos ahora, asistir impasibles a la desolación que se avecina o resistir, esa es la cuestión. 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”