Llame usted mañana (La odisea de la desatención al cliente)
No diré que lo vivido hace unos días puede llegar a las desventuras del desafortunado protagonista de El Proceso, que se inicia con estas premonitorias palabras; Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido. El pobre protagonista nunca llegó a saber de qué era culpable, a pesar de ser sometido a un proceso burocrático opaco, y en el que nadie nunca se hacía responsable de decirle que estaba pasando. Hasta que le llegó su definitiva y terminal condena. Tanto sufrió, que al final hizo todo para aligerar su ejecución, sin llegar a saber los motivos. No digo yo que una novela, pero quizá nuestro amigo Kafka hubiera sacado material para algún relato, entre lo angustioso y lo desternillante sobre la odisea que voy a narrar.
Todo empezó, cuando al igual que otros muchos millones de españoles, decidí cambiar mi compañía de internet. He de decir que dadas mis frustrantes experiencias con la atención al cliente, iba con algo de resquemor
Todo empezó, cuando al igual que otros muchos millones de españoles, decidí cambiar mi compañía de internet. He de decir que dadas mis frustrantes experiencias con la atención al cliente, iba con algo de resquemor. Por lo que a pesar de estar perdiendo bastante dinero, decidí esperar meses hasta que pudiera encontrar el suficiente valor para lo que iba a venir. Sorprendentemente, todo fue bien al inicio del proceso, lo que debería haberme hecho sospechar aún más; la oficina donde me atendieron (decidí hacerlo en una tienda física para no frustrarme en exceso por teléfono) me hizo los tramites en un espacio corto de tiempo. Bueno, corto para lo que me esperaba, entre la cola de espera y los trámites en sí, algo más de una hora y media. Pero lo importante es que salí contento como unas castañuelas. Un par de semanas después me llamaron para ir a colocar el router de la nueva compañía y ya fue el éxtasis. Pensé, eres un pesimista sin remedio, mira que pensar que algo saldría mal, con lo bien que lo hace el gobierno regulando y protegiendo a los consumidores, y lo bien que se portan las compañías de internet y telefonía con sus clientes. Al poco, recibí un amable email de la compañía abandonada donde lamentaba mi traición, y me animaban a rellenar una encuesta para conocer los motivos de tal villanía.
Hasta aquí todo perfecto. Respiré hondo y pensé que todo había acabado. Pero no. Un mes y medio después recibí una llamada a las 3 de la tarde que me despertó, todo hay que decirlo, de una pequeña pero placida siesta. En cualquier caso, seguro que era inmerecido ese descanso, así que tampoco voy a reprochar el horario intempestivo al que me llamaron. El motivo era la recogida del router de la compañía desechada; me dijeron el día, y me dieron a elegir horario, en el cual tendría que estar disponible. O por la mañana de 9 a 2 o por la tarde de 4 a 7. Y no, por lo visto no hay forma de devolverlo personalmente a alguna de las múltiples oficinas de las que disponen en la ciudad. Elegí el horario matutino ya que suelo aprovechar para escribir, con lo que tomándolo por el lado bueno, era una forma de emplear mi tiempo escribiendo y no perdiendo el tiempo haciendo cualquier otra cosa tan indecente como la escritura, pero un poquito más. Eso fue un viernes, y el horario de recogida un martes. Esos días algo me carcomía por dentro, y empecé a rezar todas las noches a los pobres y débiles dioses de los consumidores para que todo fuera bien. Se ve que los dioses y diosas que deberían defendernos de los atropellos empresariales han abandonado el panteón, quizá frustrados por su poco éxito, o quizá saturados de tantas peticiones. Pasó la mañana, las horas transcurrieron muy lentamente y no apareció nadie. En mis huesos intuía que la tormenta perfecta se avecinaba.
Decidí esperar un par de horas más allá del límite de las dos de la tarde, porque me temía que si no hacía nada me vería envuelto en uno de esos frustrantes infiernos a los que nos someten por cualquier acontecimiento las susodichas compañías. Entre otras cosas, que recibiera en el mejor de los casos una factura desproporcionada por quedarme un router que no quería ni me servía de nada, o que me incluyeran en el peor de los casos, en uno de esos listados de morosos que subcontratan a otras compañías para que te amarguen la vida con una deuda pendiente que no sabes de dónde diablos ha venido.
Se disculparon, pero qué sorpresa, ellos no podían hacer nada porque la empresa de recogida era una subcontrata de su subcontrata. Yo les dije, bueno, llamadles, y explicarles mi caso y me llamáis y me decís. La segunda en la frente
Armándome de valor, y lamentando que no tuviera algo de whiskey en mi casa para ver si era capaz de encontrar un poco más de coraje, decidí llamar a la compañía. Con toda la educación que pude les expliqué lo que me había pasado, a ver qué solución me daban. La primera en la frente. Ellos subcontrataban a la empresa que recogía los routers y lo único que podían hacer era darme su número de teléfono y que yo me las apañara. Me confirmaron que a ellos les aparecía en tránsito la recogida, y que mis datos de la misma estaban correctos. Pero, que pasara lo que pasara yo tenía que buscarme la vida. De poco valieron mis suaves protestas. Ellos no eran responsables. Decidí llamar a la susodicha subcontrata, que me dijeron que sí, que mis datos eran correctos, pero que les aparecía que habían pasado a recogerlo a la 1.15 del mediodía y que el paquete no estaba preparado, y por tanto la recogida era fallida. Me entraron escalofríos en ese momento. Con desesperación explique temeroso que ni siquiera me había movido para ir al cuarto de baño y que nadie había llamado a la puerta. Que llevaba todo el día esperando. Se disculparon, pero qué sorpresa, ellos no podían hacer nada porque la empresa de recogida era una subcontrata de su subcontrata. Yo les dije, bueno, llamadles, y explicarles mi caso y me llamáis y me decís. La segunda en la frente. Lo lamentaban pero ellos no podían hacer nada, si acaso darme el número de teléfono de la compañía subcontratada de la subcontrata. En fin, pelee, con educación e intenté dar algo de pena, que no me costó mucho porque me sentía miserable, pero de nada valió. Ellos no eran responsables. Me dieron el número y llamé a la compañía de recogida.
Sorpresa. La tercera en la frente. No sabían nada de mi expediente de recogida ni tenían mis datos. Volví a pelear bravamente para que llamaran a la compañía que les había subcontratado y les confirmaran que yo existía, que era una persona real y no un fantasma o un boot de esos que recorren internet haciéndose pasar por humano. Pero no. Ellos no eran responsables, tenía que dar un paso atrás y volver a la primera compañía subcontratada. Con toda la angustia vital del mundo volví a llamar, y explicar de nuevo mi caso y preguntar qué demonios hacía. Me dijeron que se habían equivocado, que mi caso pertenecía a otra compañía diferente subcontratada que debía hacer la recogida. Por supuesto, a pesar de mis suplicas y su error, me dijeron que era problema mío, que ellos me daban el número de expediente y el número de teléfono de esa compañía de mensajería, y que me las apañara. Tras rogar mucho, pero que mucho, saque el compromiso de que si me sucedía algo parecido a lo que me había pasado con la anterior, podía volver a llamarles y ver qué hacíamos. Supongo que la mujer que me atendió se apiadó de mi situación. Aún hay esperanza en este mundo.
Evidentemente, pocos días después me cobraron la recogida del router, que en lo que es cobrar parece que sí que son responsables, y por supuesto, como era de esperar, tengo nuevas complicaciones con la nueva compañía, pero esa es otra historia digna de ser contada en su momento