La justicia y la lotería de la vida
'La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento'. John Rawls
La vida es una lotería. ¿Cuántas veces lo habremos pensado o dicho cuando algún acto del azar nos ha proporcionado éxito o fracaso en nuestras vidas? A veces, aun teniendo todo a tu favor, fracasas, y a veces, aun teniendo todo en contra, alcanzas el éxito. Hacer las cosas bien, esforzarte, tiene su recompensa, pero siempre habrá otros factores que incidan en que las cosas salgan bien o no. Sea el azar o sea la intervención humana que se ha interpuesto en tu camino. Es parte del juego de la vida. Supongamos de partida que hay un buen porcentaje que depende de ti. Pero, no es lo mismo si sales el último de la parrilla de salida, que de los primeros, por muy buen conductor que seas de fórmula 1. La posición de salida determinará en gran parte el resultado final. Ya lo estamos viendo con el desafortunado Fernando Alonso. Si eres hombre, tienes en muchos puestos de trabajo ventaja, ya sea para obtener esos trabajos, porque por ejemplo no vas a quedarte embarazado. Ya sea para tener mejores salarios, o ya sea para escalar en la jerarquía de la empresa. No es que lo diga yo, lo dicen claramente las estadísticas. Igualmente, si no tienes el color de piel adecuado, seas hombre o mujer, es probable, que incluso tengas más obstáculos para obtener algún tipo de éxito. Y no digamos, si a las dificultades de sexo, o el color de la piel, o la religión o el lugar de nacimiento, añadimos el que quizá sea el factor más determinante de todos: la situación económica en la que has nacido. Y ahí, sí que el mérito o la voluntad propia tienen muy poco que ver. Vale, más bien nada que ver. Luego, le podemos añadir mil factores más que determinan tu camino en la vida, que dependen del azar; tus propias capacidades; algunas personas son más inteligentes y otras menos. Pueden ocurrirte accidentes o enfermedades, físicas o mentales, que pueden marcar profundamente tu peregrinaje al éxito en la vida. Otro debate, es hasta qué punto la cultura neoliberal del dinero y el lujo por lo innecesario ha definido por nosotros nuestras prioridades y el concepto de éxito en la vida. Pero dejemos ese debate para otro momento.
¿Queremos vivir bajo los dictados del azar en la vida o del azar que guió la de nuestros progenitores y sus antepasados? O ¿establecemos unos principios éticos que instauren unos mínimos de equidad y justicia que equilibren los azares de la vida?
Ya tenemos, más o menos, todos los elementos en la coctelera de la argumentación, y podemos empezar a barajarlos; seguramente si te han tocado todas las cartas buenas; eres hombre, has nacido en una buena posición social y económica, en algún país del primer mundo y tienes el color de piel y la religión adecuada, estarás contentísimo. ¡Eres un ganador de la lotería de la vida! Puede que no tengas todas las cartas buenas, pero sí las suficientes como para obtener unos holgados beneficios. En ese caso, seguramente también te sentirás satisfecho. Pero, y si resulta que te han tocado malas cartas, quizá no todas, pero si algunas, y no has nacido con el color de piel adecuado, o el sexo, o tu familia apenas tiene recursos para ir tirando, o aun peor; has tenido algún accidente o enfermedad que te ha lastrado definitivamente. Entonces no solo maldecirás tu suerte, sino que clamarás por algo más. Y ahí está la madre del cordero de nuestras sociedades. Y ahí entra nuestra decisión ¿queremos vivir bajo los dictados del azar en la vida o del azar que guió la de nuestros progenitores y sus antepasados? O ¿establecemos unos principios éticos que instauren unos mínimos de equidad y justicia que equilibren los azares de la vida?
Un filósofo, John Rawls, dedicó gran parte de su obra y de su pensamiento a este problema, y nos planteó una cuestión crucial que pretendía disipar las dudas, no ya de aquellos que viven en el lado equivocado del éxito, sino para aquellos que lo disfrutan. Llamó a su planteamiento la posición original; imaginemos un experimento en el que juntamos en una sala a afortunados y desafortunados, pobres y ricos, y pidámosles que elaboren el modelo de sociedad en el que les gustaría vivir; has de partir de un principio básico; ignora tu situación actual, y plantéate qué harías si no supieras si ibas a nacer pobre, rico, hombre o mujer, blanco o negro, o del color de piel que fuera, más o menos inteligente, sano o enfermo, homosexual o heterosexual, en Europa o en África. Un velo de ignorancia te impediría ver todos los factores que iban a afectarte, ya fuera de nacimiento, o después, durante los azares de la vida. Entonces ¿qué harías? Rawls, con bastante tino, cree que si no eres un sociópata, establecerías tu modelo social bajo unas premisas que garantizaran un mínimo de libertad e igualdad, que se encontrarían bajo el paraguas de una determinada concepción social de la justicia.
Para el pensador estadounidense, todos los que elaboraran un sistema social sumido en el velo de la ignorancia querrían, que por principio, todo el mundo dispusiera de unos derechos inalienables relacionados con la libertad: Libertad de credo, de expresión, el voto individual y secreto. No vale hacer trampas y mirar por encima del velo y ver que nacerás estadounidense blanco y rico y creer que esos derechos sobre la libertad solo se aplicaran a aquellos que tienen tu misma condición. Si eres honesto, dirías lo mismo si resulta que hubieras nacido pobre o en Siria o Irán. Este es el Principio de la Libertad.
John Rawls dedicó gran parte de su obra y de su pensamiento a este problema, y nos planteó una cuestión crucial que pretendía disipar las dudas, no ya de aquellos que viven en el lado equivocado del éxito, sino para aquellos que lo disfrutan
Después, si siguiéramos con el experimento, y pidiéramos que los sujetos establecieran principios relacionados con la igualdad, nuestro filósofo cree que la gran mayoría optaría por organizar la sociedad de tal manera que la riqueza se distribuyera de manera mucho más equitativa que la que permite el mero azar, o las reglas del mercado, o la situación ya preexistente. Habría que ofrecer más ayudas a quienes tienen menos, los impuestos por ejemplo, nunca podrían ser iguales para las grandes fortunas o para los que más dinero ganan que para los que cobran sueldos que apenas les dan para vivir. E igualmente habría que garantizar un reparto que distribuyera parte de la riqueza a los que nada o casi nada tienen. Ahí está la equidad, ayudar desigualmente a los desiguales para poder ser más iguales. Rawls es partidario de establecer techos en los salarios escandalosamente altos y no permitirlos salvo que por algún mecanismo, a la vez que estos salarios crecen, crecieran exponencialmente los de los trabajadores. Este sería el Principio de la Diferencia.
Seguro que algún lector estará pensando que ese podría ser el caso, el límite de ganancias, para aquellos que ya han nacido ricos, o que han tenido la suerte de que les toque la lotería, la normal, no la de la vida. Pero hay otros casos, como el de las personas que se han hecho a sí mismas, en base a su extraordinaria inteligencia, su potente físico o sus habilidades técnicas, que podrían ganar lo que la gente estuviera dispuesta a dar con tal de disfrutar de su talento. Pensemos en Cristiano Ronaldo o Messi, si la gente paga precios desorbitados por verles jugar, ¿no deberían estos jugadores ganar millones y millones y más millones? Eso mismo le argumentó un filósofo conservador llamado Robert Nozick a Rawls. La respuesta de nuestro pensador fue una radical negación, porque al fin y al cabo, estos deportistas sin duda han hecho depender parte de su éxito del esfuerzo y voluntad personal, pero ha habido otro tanto que ha dependido de la lotería de la naturaleza al nacer. Por tanto, nadie dice que no deban ganar mucho dinero, pero sí hay que poner límites a las escandalosas cifras que cobran, porque esa riqueza que va a ellos, podría ir a sanidad, educación, combate de la pobreza y mil cosas más.
Y aquí, me gustaría detenerme en dos cuestiones; La primera es la diferencia entre la caridad y la solidaridad de un sistema social basado en la equidad. Un multimillonario puede ser muy generoso y donar ingentes cantidades de dinero a la causa que le sea más simpática, y sin duda es de alabar esa actitud. Pero, eso no tiene nada que ver con que mucho de ese dinero no tendría que haberlo ganado, y tendría que haber repercutido en un sistema social de redistribución, más justo y equitativo, para equilibrar las desigualdades. Moralmente lo justo es este sistema social, no el acto caritativo que depende de la voluntad de una persona, y si queremos, de su capricho por aquellas organizaciones que le sean más simpáticas. La segunda cuestión tiene que ver con que la genética está avanzando a pasos tan agigantados, que no tardando mucho, no solo se podría elegir el sexo de los hijos, sino sus aptitudes físicas, la eliminación de taras o enfermedades genéticas, etc. Es decir, que si no establecemos límites éticos y de derecho a la manipulación genética, resulta que además, los más poderosos ya no tendrían que depender de la lotería natural en cuanto a determinados aspectos del azar que podría condicionar su vida más allá de la riqueza con la que nacen.
Todos deberíamos dedicar unos minutos a ponernos en situación y pensar que haríamos si nos pusiéramos un velo de la ignorancia, antes de juzgar las actuaciones y las situaciones de los demás, como esas personas que viven en la pobreza en la calle, o esos otros que malviven vendiendo objetos a la intemperie, procedentes de la inmigración ilegal, o si eres hombre, las limitaciones de empleo o el sexismo o la violencia ejercida sobre muchas mujeres. Quizá, entonces, algunas de nuestras proclamas, sobre que cada cual tiene la suerte que se merece, caerían en la papelera, pues todos sabemos que en la mayoría de los casos eso no es cierto. Y que podríamos ser nosotros los que estuviéramos en esa situación, por nacimiento o por golpes del azar en la vida, y que no basta para aliviar nuestra conciencia donar de vez en cuando algún euro a alguna ONG. Hemos de lograr una sociedad con unos principios equitativos que dejen obsoleta la caridad, que permitan el crecimiento y la recompensa al esfuerzo individual, pero siempre bajo unos parámetros que reequilibren las cosas y que permitan un mínimo de dignidad vital para todo el mundo.