De inmigrantes y emigrantes
Ya lo decía ese maestro de la copla Juanito Valderrama “Adiós mi España querida, dentro de mi alma te llevo metida; aunque soy un emigrante jamás en la vida yo podré olvidarte”. Y es que pese a que no sea uno un patriota destacado ni vaya pregonando su origen español por los rincones, lo cierto es que la nacionalidad de uno se queda impresa en el alma y vayas a donde vayas, te acompaña.
También yo tuve que marcharme del País Vasco para encontrar trabajo y después de viajar a Madrid mi último destino ha sido Andalucía. Y Dios me libre de compararme con un emigrante que sólo lleva consigo el sueño de encontrar una vida mejor. En mi caso, tenía el apoyo de mi familia y unos estudios que me avalaban y que me han permitido trabajar en lo que me apasiona. Pero en mi cabeza permanece viva la imagen de mis padres despidiéndose de mí, de una mochila, algo de dinero y un coche propio que me llevaría a Madrid y con la certeza de que esa despedida significaba un cambio sin vuelta atrás: un adiós a mi familia, a mis amigos de toda la vida y a mi mundo conocido para buscar horizontes más ambiciosos que el acabar mis días trabajando en una oscura fábrica en el mejor de los casos.
Y la verdad es que intento no olvidarme de ello cada vez que leo la llegada de una patera repleta de inmigrantes africanos porque cada uno de ellos tiene una historia detrás que no conocemos y ni siquiera nos interesa. Es mejor para no identificarnos con ellos.
En infinidad de reportajes que he elaborado sobre inmigrantes me he encontrado con médicos, arquitectos, ingenieros, entre ellos, conocedores de varias lenguas y con la mirada perdida del dolor por haber dejado a los suyos. Era su única salida. No me olvidaré nunca de Mohamed, un chico de 25 años, que hablaba cinco idiomas y había acabado 2 carreras y que llegó procedente del Senegal. Casi muere en el viaje en patera y después de un par de años continuaba viviendo cuando le conocí hacinado junto a otros cientos de compatriotas en unas chabolas de plástico en San José de Níjar, Almería, con un calor espantoso, porque tenían trabajo en el campo y un sueldo pero nadie quería alquilarle un piso porque se presuponía que lo iba a destrozar. Algo parecido, seguramente, a lo que sufrieron en silencio muchos españoles en países como Alemania. Junto a Mohamed, una mujer me contaba cómo había llegado embarazada de 7 meses el año anterior, en una patera, arriesgando su vida y la de su bebé, con el objetivo de que su hijo naciera en tierra europea y fuera así considerado español.
Juanito Valderrama quiso hacer con su canción un homenaje a todos aquellos españoles que en los años de la dictadura se marcharon a otros países y volvían en verano con el coche cargado y simulando que habían alcanzado sus sueños; después, retornaban a esos países para seguir trabajando mucho hasta que les llegara la jubilación y pudieran volver a España.
Somos un país de emigrantes y paradójicamente no acabamos de identificarnos con los inmigrantes que llegan desde África. Las soluciones políticas deben pedirse a los políticos, pero los ciudadanos tenemos que estar por encima de esas decisiones y mirar frente a nosotros una realidad que, pese a que nos estorbe, es inevitable. Porque es ley de vida emigrar cuando falta el sustento hacia una nación con más oportunidades. Así nos estamos quedando sin el capital humano de grandes profesionales españoles que también se han marchado por culpa de la crisis. Pero de la misma forma que nos apenamos por los que se van desde aquí no nos damos cuenta de que también desde afuera tienen derecho a un futuro mejor.
A veces tratan de convencernos de que hay que elegir entre ayudar a los inmigrantes o a los españoles. En una sociedad moderna y evolucionada no debería tener que siquiera imaginarse dicho dilema.
¿De verdad alguien se piensa que por haber nacido en España este país le pertenece? Afortunadamente, tuvimos la suerte de caer aquí y por eso somos españoles, pero si hubiéramos caído en Tailandia seríamos tailandeses. Algo tan obvio parece que se nos olvida y que nos incita a pensamientos contra los inmigrantes: “Fastídiate, haber nacido en España”.
En lo que creo que todos podemos estar de acuerdo es en que nadie debería salir por obligación de su tierra para labrarse un futuro inexistente donde ha nacido. Por eso, creo que es más inteligente entender que todos, en un momento dado, podemos ser inmigrantes y formar parte de esas embarcaciones precarias que se hunden en mitad de la nada llevando a la muerte a sus pasajeros. Y sin olvidarnos de eso, comenzar a pedir soluciones políticas encaminadas a la ayuda en esos países de origen de una vez por todas para que el mundo no continúe indefinidamente dividido en el norte, abundante en oportunidades y el sur, repleto de pobreza.