La importancia de educar las emociones

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 9 de Febrero de 2020
De la serie "Aliento corto" de Mirit Ben Nun.
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De la serie "Aliento corto" de Mirit Ben Nun.
'Elimina tu opinión y eliminaras la queja “me han ofendido”, elimina la queja “me han ofendido” y la ofensa desaparecerá'. Marco Aurelio

No nos ofende quien quiere, sino aquellos que pueden, y si nos negamos a ello, nadie puede, o nadie debería poder ofendernos. En la fortaleza de nuestro sentido común, en la seguridad de nuestra racionalidad, en el control de nuestras emociones, nadie puede entrar, si no les dejamos pasar. Todos nos hemos sentido ofendidos, todos hemos sido acusados de ofender. El principal problema es que rara vez pensamos antes de actuar, o en este caso de reaccionar exageradamente ante una opinión que no te va a afectar en nada de lo esencial de tu vida, salvo que tu propia inseguridad lo permita. El camino de la ofensa, el de ida, es un camino fácil, no tanto el de vuelta, pues una vez que entramos en esa espiral de sentirse ofendido, ofender, el daño es irreparable, un círculo vicioso sin final, el deterioro ya está hecho, y solo nos queda lamernos las heridas propias, y lamentar profundamente, si nos queda decoro moral, las heridas causadas en carne ajena.

No sabemos muy bien si ese es el punto cero desde el que se ha extendido a la política, o más probablemente que la política no sea sino un espejo que amplifica todas las taras de una sociedad que está enferma, con partidos políticos y millones de votantes encaramados al extremismo de la ofensa más absurda

La ofensa se ha convertido en un espectáculo, de hecho es el enganche de numerosos programas de realidad donde unos y otros se despellejan en un odio virtual mientras el circo romano de los espectadores se congratula disfrutando del espectáculo. No sabemos muy bien si ese es el punto cero desde el que se ha extendido a la política, o más probablemente que la política no sea sino un espejo que amplifica todas las taras de una sociedad que está enferma, con partidos políticos y millones de votantes encaramados al extremismo de la ofensa más absurda. Nos ofende España, dicen algunos independentistas, nos ofende Cataluña, dicen los defensores de las esencias patrias y del pin parental, nos ofenden los chistes y el arte, dicen algunos jueces amparándose en esa anomalía democrática que es la “ley mordaza”, y así podríamos seguir, hasta que a alguno se le vaya más la cabeza de lo debido y le ofenda que simplemente respiren a su lado gente que no piensa, siente, vive, como él, y da igual que eso suceda en un espectro político o en otro. No está bien.

A algunos les ofende que a nuestros niños y niñas les enseñen en los colegios tolerancia al que no piensa como ellos, a apreciar las culturas ajenas, a desterrar el odio por cómo cada uno vive su sexualidad, aprender igualdad y a combatir la violencia machista, y a respetar la libertad que supone convivir con modos de vida plurales, que es el pilar de toda sociedad democrática. La política del odio procede de mala fe en algunos casos, pero en otros, procede de confundir nuestro espacio de libertad personal con el de los demás. Profundicemos un poco a ver si somos capaces de encontrar algunas vacunas que nos libren de la fiebre de la ofensa que parece habernos contagiado a unos y otros.

La primera vacuna ante la ofensa ajena es el humor. Responder con humor, incluso con un ligero toque de ironía al que pretende agredirnos con la ofensa, y arrastrarnos al barro de la mala educación

La primera vacuna ante la ofensa ajena es el humor. Responder con humor, incluso con un ligero toque de ironía al que pretende agredirnos con la ofensa, y arrastrarnos al barro de la mala educación. Se cuenta una anécdota del conocido director de orquesta Von Karajan; al volver una esquina le sucedió algo que nos ha sucedido a todos, chocó con otra persona, que respondió gritándole imbécil. En lugar de sentirse ofendido y responder con otro insulto, o como suele suceder a veces, con agresividad, hizo un amable saludo al ofensor y se presentó: Von Karajan. El humor y la ironía no es siempre la solución, pero casi siempre es una buena solución. Si te has equivocado en algo, te disculpas, si no es así, y estás seguro de ti mismo, de la bondad de tus acciones, o de tus opiniones, qué más da lo que otros opinen o te digan. El insulto o la agresividad les causan más daño al ofensor que al ofendido, si nos negamos a entrar en ese estúpido juego, y nada mejor que emplear una sonrisa, que es el mejor antídoto para dulcificar la hiel de la ofensa.

Otro argumento de peso, otra vacuna que deberíamos probar, es aceptar lo farragosa y llena de vericuetos y dudas que es la búsqueda de la verdad, o lo más aproximado a ella que podamos obtener

La segunda vacuna es recordar que no hay derecho a sentirse ofendido por no compartir modos de vida, opiniones o creencias, por extraños que nos parezcan. Recuerdo en mis tiempos de facultad, allá por el pleistoceno, o eso me parece a mí, una charla de Fernando Savater, en la que con vehemencia habló de la libertad para ir contra cualquier opinión, idea o creencia, sin que existiera el derecho a sentirse ofendidos. Todos sabemos que este es un principio de la democracia liberal que utilizan los dogmáticos, intolerantes y populistas para pretender socavar esa libertad en la que no creen, estableciendo leyes mordazas por doquier que al final perjudican a todo el mundo. El filósofo vasco  negaba que nadie pudiera argüir que se siente ofendido ante una obra de arte, opinión, creencia, porque el precio es demasiado alto. Esos cimientos que constituyen la pluralidad y libertad de nuestra sociedad comenzarían a resquebrajarse. Stuart Mill afirmaba siglos antes lo mismo con similar vehemencia: libertad de gustos e intereses, de elaborar el plan de nuestra vida de acuerdo con nuestro carácter, de hacer lo que nos plazca, sin impedimentos de nuestros iguales, siempre y cuando lo que hagamos no les haga daño, por mucho que consideren que nuestra conducta es insensata, malsana o equivocada. Y si alguien cree o piensa que una conducta es malsana, imaginemos aquellos tiempos en que llevar falda corta, o no llevar sombrero, era considerado así, el problema es suyo, no nuestro.

Otro argumento de peso, otra vacuna que deberíamos probar, es aceptar lo farragosa y llena de vericuetos y dudas que es la búsqueda de la verdad, o lo más aproximado a ella que podamos obtener. Y para ello, si algo ha demostrado la historia es lo imprescindible de un clima de libertad donde poder debatir, discrepar, hablar, pensar, compartir públicamente nuestras opiniones. Por tanto, ni nuestras certezas, ni las certezas ajenas pueden emplearse como arma de destrucción masiva, cargadas con la perniciosa ojiva nuclear del me has ofendido.

No por menos conocido es menos cierto el popular refrán de dime de que presumes y te diré de qué careces, y todos aquellos que juegan a sentirse ofendidos porque les molesta que otra persona no entienda la sexualidad de la misma manera de ellos, o que les guste la misma comida o tenga la misma religión, gustos o creencias de los que aparentemente se sienten seguros, lo que muestran con su animadversión a que los demás en su libertad, practiquen su propia manera de entender la vida, es inseguridad en sus propias creencias. Básicamente el problema es suyo, y puedes optar por tratar de hacerle ver que está equivocado,  u optar por no hacerles el menor caso.

Uno de los principales problemas a la hora de gestionar las ofensas, es la gestión de las emociones, una carencia de nuestro sistema educativo, pues sería esencial un aprendizaje equilibrado, con una adecuada educación ética, en la que distingamos ofensa de daño, y a respetar aquello que no nos gusta por el hecho de diferir de nuestras creencias

Uno de los principales problemas a la hora de gestionar las ofensas, es la gestión de las emociones, una carencia de nuestro sistema educativo, pues sería esencial un aprendizaje equilibrado, con una adecuada educación ética, en la que distingamos ofensa de daño, y a respetar aquello que no nos gusta por el hecho de diferir de nuestras creencias. Esta educación ayudaría a crear una sociedad más sana, y una sociedad más sana, es una sociedad más equilibrada, justa y libre. Daniel Goleman autor de un libro que cambió radicalmente el enfoque sobre cómo entender las emociones; La inteligencia emocional. Por qué es más importante que el cociente intelectual (1995), lo explica con meridiana claridad: La gente empieza a darse cuenta que la razón por sí misma no puede resolver todos los problemas, no basta. La tecnología ha contribuido tanto a mejorar como a empeorar nuestra situación. Tenemos el mismo cerebro de siempre, y el corazón también es el mismo y nos mete en los mismos líos. El problema está en que  la capacidad de las emociones para apoderarse y secuestrar al cerebro cuando nos enfadamos va ahora de la mano de un poder de destrucción mucho mayor, producto del desarrollo tecnológico. De ahí que nuestras emociones nunca hayan sido tan peligrosas.

Solo tenemos que pensar en los acosos tecnológicos que muchos niños y niñas sufren hoy día, y que les hacen insoportables la existencia, y a los que todavía no hemos sabido reaccionar con firmeza, presteza y ante todo, disponiendo de las herramientas adecuadas para combatirlo.

Este paso nos lleva a la gestión de las emociones, especialmente las negativas, que si dejamos que tomen el control nos llevará a cometer errores que nos harán tanto daño a nosotros mismos, como a los demás, y de los que más pronto que tarde nos arrepentiremos

Goleman nos da cinco consejos que pueden ayudarnos en ese conflicto que tenemos entre nuestras emociones y nuestra razón, y que son una herramienta esencial para gestionar la riada de presuntas ofensas con las que convivimos cada día: Lo primero es educar nuestro autocontrol, a través de la introspección saber cómo funcionan nuestras emociones, nuestras fortalezas y debilidades y aprender a manejarlas. Este paso nos lleva a la gestión de las emociones, especialmente las negativas, que si dejamos que tomen el control nos llevará a cometer errores que nos harán tanto daño a nosotros mismos, como a los demás, y de los que más pronto que tarde nos arrepentiremos. La tercera herramienta es aprender a motivarse, la voluntad que diría Schopenhauer, para enfrentarnos a un mundo que nos concede pocas cosas, y en el que el fracaso es la norma, más que el éxito. Aprender a no  frustrase por que las cosas no salgan bien, en relaciones personales, trabajo, o quién sabe, es una herramienta esencial. La cuarta herramienta es una de las más necesarias, pero una de las más complicadas; la empatía. Aprender a ponerse en el lugar del otro, salir de nuestro egoísmo natural, aprender a detectar no solo en las palabras, pues rara vez estas nos dejan vislumbrar el dolor y el sufrimiento del otro, sino en sus gestos, y especialmente en sus silencios, su padecimiento. Por último, y no menos difícil, es la sociabilidad. Tal y como ya recalcó Aristóteles el ser humano no es nadie en soledad, es parte de algo mayor, de una muñeca rusa donde todas las partes han de encajar para su sociabilidad; familia, amigos, entornos sociales, medioambientales, cultura, y todo eso que nos moldea, y donde hemos de aprender la importancia de sentirnos bien con nosotros mismos, y a partir de ahí, hacer sentir bien a los demás, en tanto interactuamos con ellos. Sentirnos cómodos con nosotros mismos es un primer paso para comprender que nuestra interacción social también ha de tener como principal propósito no competir, o hacer daño a los demás, sino contribuir a su bienestar.

No hay recetas mágicas, sino mucho trabajo educativo, y mucho aprendizaje de inteligencia emocional, que unida a la razón, nos proporciona suficientes elementos para salir de la frustración de la ofensa continuada en la que estamos instalados, y quizá, tan solo quizá, ayudarnos en eso que decía también Aristóteles que era nuestra principal meta en la vida, ser felices, aunque solo sea un poco, y de vez en cuando.

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”