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Los impávidos

Blog - Alejandro V. García - Alejandro V. García - Martes, 24 de Mayo de 2016

Es pasmosa la capacidad humana para abstraerse del hundimiento y para inventar argumentos con que fingir el insondable vacío de su decadencia. En el PP de Granada, por ejemplo, están contentísimos. Se han hecho una foto como si fueran los titulares de un equipo de fútbol ganador; han formado a los jefes delante de la Fuente de las Batallas, como si hubieran ganado una guerra de agua o un torneo triangular de pijamas; a cada mando le han recosido con bramante una sonrisa a los mofletes que, por su tirantez, recuerda a un lomo relleno antes de hornear; se han llamado a sí mismos austeros y moderados; han relajado el tono y el empaque de sus ternos y han olvidado para siempre el presente de indicativo del verbo corromper.

Es decir, con la inestimable ayuda de su coach (que es un entrenador personal producto de psicólogo y jesuita desagregado) han escenificado en plena calle un clase maestra de resiliencia, que es la vieja virtud, pero con nombre nuevo, de mantener a raya las tendencias autodestructivas. Dios los bendiga.

Sin embargo, cuesta creer que hayan sido capaces de superar mediante una simple sesión de psicoterapia los batacazos consecutivos que han sufrido en menos de un año y que los han elevado desde la inmensidad del poder a lo que el filósofo rumano Emil Cioran llamó las cimas de la desesperación. Porque hace menos de un año el PP, con su presidente a la cabeza, Sebastián Pérez, aún campeaba en la Diputación, aplastaba con sus calcañares las sierpes de la izquierda y hasta mandaba callar, bajo amenaza de retirar la publicidad, a los periodistas irredentos; porque su jefe de Cultura, aquel torrente del verso, aún se permitía el derecho a vetar al director de cine Portabella; porque hace aun menos de un año su alcalde, José Torres Hurtado, se mofaba de la oposición y de los ciudadanos con la ayuda inestimable de su más bien grotesco generalato; porque hasta hace un rato como aquel que dice la soldadesca municipal aún se pavoneaba, gracias a la mayoría absoluta, de sus demenciales razones de gobierno; porque todavía explotaba a costa del procomún su imagen en la televisión local; porque salían en las procesiones creyéndose unos sampedros y otros pelayos; porque mentían con impunidad sobre los presupuestos; porque abrían y cerraban guerras a su antojo con el prestigio que dan trece años de impunidad y, en fin, porque hace apenas un año el alcalde y su señora iluminaban el Corpus con la prepotencia de los personajes del Génesis. “¡Hágase la luz!”, decía la alcaldesa consorte y con un movimiento de dedo, como en el fresco de la Capilla Sixtina, no sólo desaparecían las tinieblas sino que encima de una entrevista estelada de faralaes un coro entonaba las sevillanas del milagro: aquí seguían.

Pues bien toda esa grandeza, todo ese poder, esa capacidad insoportable de llamar a lo negro blanco, esa jactancia más bien facinerosa que llevó al presidente de la Diputación a restituir el bastón de mando a su madre como si fuera un recuerdo de familia extraviado por circunstancias de guerra, se ha secado en menos de un año. Incluso algunos se han inmolado. El alcalde ha sido arrastrado entre un pudoroso embalaje de cartón a la comisaría a declarar no se sabe por cuántos supuestos delitos; la delegada de Urbanismo, que tenía el poder inmenso de una finca urbana, ha sido recalificada a solarillo de uso agrícola. El presidente del partido ha aceptado tragar el veneno de la humillación y dimitir de concejal. Y hasta la sede social donde viven ha levantado las sospechas de la justicia.

Y sin embargo, todos esos pésimos ejemplos de política rancia y mentirosa, siguen ahí, restituidos, atirantados como viejas colchonetas, formados de uno en fondo como si nada hubiera pasado, como si aún mantuvieran incólume el poder familiar y de clase, sonriendo bajo el chorro de las aguas lustrales de la Fuente de las Batallas a la espera de que el pueblo, el suyo, que es más resiliente que ellos mismos, renueve sus energía en el coach de Nuestra Señora de las Angustias y recicle el voto que los ponga de nuevo camino de la gloria como si nada hubiera pasado.