Hijos que lo tienen todo
Las personas de mi generación crecimos escuchando a nuestros padres aquello de que el dinero no crecía en los árboles, que no se puede tener todo, que teníamos que elegir, que había que trabajar para vivir, que era necesario esforzarse para obtener cualquier cosa y que debíamos aprender a no despilfarrar.
Esos valores impregnados en nuestra piel a fuego nos condujeron a vivir todo aquello en lo que nos enseñaron a creer. Y nosotros hemos elegido cambiar estos mensajes por otros más amables para nuestros hijos basados en la premisa de “no quiero que sufras como yo para conseguir lo mismo
De hecho, tal vez esos valores impregnados en nuestra piel a fuego nos condujeron a vivir todo aquello en lo que nos enseñaron a creer. Y nosotros hemos elegido cambiar estos mensajes por otros más amables para nuestros hijos basados en la premisa de “no quiero que sufras como yo para conseguir lo mismo”. Y en base a ella, nos hemos esforzado en exceso para que la vida les sea fácil desde bebés: si no quieren comer puchero, que coman patatas fritas; si no les gusta la fruta, les damos zumos; si prefieren una marca concreta, nos arrojamos a por ella ávidos de agradarles; que no llore, no le gritemos ni nos enfademos con él y que ni se nos ocurra soltar un cachete en el culo o una torta porque nosotros sufríamos mucho cuando lo vivíamos con nuestros padres y puede interpretarse como maltrato. Y una vez que nos hemos acostumbrado a ceder, continuamos en esa misma senda el resto de la vida. Si a los 10 años nuestro hijo nos confiesa que los suspensos del colegio tienen que ver con una profesora que les denigra, entonces sí que alzaremos el hacha de guerra, pero no contra el niño sino contra la docente, a la cual acudiremos a pedir explicaciones, a levantarle la voz e incluso a amenazarle si fuera necesario, todo con tal de que el niño vea que le creemos y le apoyamos.
Cuando nos diga que quiere tocar el trombón, le compraremos uno, porque es bueno alentar sus facultades musicales y si al año siguiente se cansa y prefiere la guitarra, tampoco nos agobiaremos, le acompañaremos a elegir la mejor de todas para que no coartar sus posibilidades artísticas.
Seguramente empujaremos a nuestro hijo a optar por una carrera universitaria hasta que nos convenzamos de que no quiere estudiar y entonces le ofreceremos la posibilidad de trabajar en la empresa de papá, o de buscar el empleo que se adapte a sus cualidades o, si tenemos algo de efectivo, no dudaremos en ponerle un negocio.
Y aunque todo lo que he contado parezca la vida de una familia acomodada, no siempre es así. Muchas veces se trata de padres ahogados, que se adeudan completamente con tal de que sus sucesores disfruten de comodidades y eludan obstáculos que nosotros mismos tuvimos que salvar porque nuestros padres consideraban que éramos autosuficientes para emprender el camino en solitario tal y como ellos hicieron en una época anterior.
Los valores trasmitidos por nuestros mayores conllevaban un peligro adherido: el de limitar nuestros logros, acotar nuestras posibilidades, al considerar que debíamos mantener los pies en la tierra y no aspirar a sueños imposibles. Claro, para ellos la cita del empresario norteamericano Les Brown “Apunta a la luna y si fallas al menos aterrizarás entre las estrellas” no tenía ningún sentido, eso quedaba reservado para las personas con dinero.
Por otro lado, el cambio de actitud actual de los padres tampoco reporta otra consecuencia que la de considerar a los hijos como seres incapaces, dependientes, ineptos, a los que siempre hay que ayudar, evitarles problemas, sacarles de apuros, restarles sufrimiento. Y al mismo tiempo, esas nuevas generaciones crecen con los modelos de Belén Esteban, de Ronaldo, de cantantes de Operación Triunfo, de youtubers como El Rubius o políticos corruptos que soslayan el peso de la justicia; personas que son ídolos más por los ingentes ingresos que por los valores que trasmiten.
Y aunque gran parte de la juventud sigue siendo sana, porque madura lo suficiente, y acabará tomando las riendas para afearnos nuestros errores educacionales a través de los nuevos valores que trasmitan a sus hijos, nuestros futuros nietos, hay otra parte que ha interiorizado tanto el mensaje que considera que todos aquellos que están a su alrededor tienen como función principal y casi única la de ayudar a complacerle
Y aunque gran parte de la juventud sigue siendo sana, porque madura lo suficiente, y acabará tomando las riendas para afearnos nuestros errores educacionales a través de los nuevos valores que trasmitan a sus hijos, nuestros futuros nietos, hay otra parte que ha interiorizado tanto el mensaje que considera que todos aquellos que están a su alrededor tienen como función principal y casi única la de ayudar a complacerle. Y así, surgen chicos como “La manada”, ese grupo que se enfrenta a un delito de violación masiva a una joven de 18 años y que cuenta cada vez con más defensores en la sociedad, con tertulianos televisivos, periodísticos y radiofónicos que dudan de si se trató de una violación, que ponen en cuestión si la chica les provocó o fue una relación consentida.
Y es que, desafortunadamente, aunque debería ser al contrario, da la sensación de que en este momento hay un sector de la juventud que retorna a creencias aparentemente enterradas como que las mujeres están por debajo de los hombres o que tienen que acatar sus deseos. Muchas veces es la consecuencia de esa excesiva sobreprotección, de tomar sin tener que pedir porque desde pequeños sus padres le han enseñado que son sus sirvientes, sus criados, y que están ahí para apoyarles, defenderles, comprenderles y perdonarles todo.
A lo largo de la historia, las violaciones han sido uno de los problemas recurrentes de la sociedad, apoyadas en la ventaja de una mayor corpulencia física, por lo general, del hombre frente a la mujer; no obstante, algo está cambiando a peor si el debate se establece en la cuestión de si la joven de 18 años consintió en una relación masiva con cinco chicos, veinteañeros. Serán los jueces los que tomarán la determinación final y así nos enteraremos de si son condenados a 22 años y 10 meses de prisión como pide la acusación o son liberados, pero el debate ya está lanzando en sí mismo un peligroso mensaje a otros jóvenes, educados en base a una desmedida sobreprotección, que se han podido quedar con la imagen de 5 chicos, una chica, una fiesta y sexo, sin colocarle la etiqueta de delito o de dolor o de falta de respeto.
Igualmente se suceden de esta forma las agresiones a inmigrantes, a homosexuales, a personas sin hogar, porque cuando desde niños hemos recibido una educación en la que el respeto no aparecía entre los primeros valores, existe el peligro de que una parte de los jóvenes se olvide de él y dedique la mayor parte de sus esfuerzos al disfrute del momento, a conseguirlo todo ya, caiga quien caiga, sea a costa de lo que sea. Afortunadamente, hay otra parte de la juventud mucho más poderosa que ha sido capaz de superar incluso esa sobreprotección paterna liberándose de ella y emprendiendo un camino excelso hacia la madurez, de respeto a los demás y amor al mundo en el que nacieron. ¡Ojalá sean esos los que acaben gobernando nuestros futuros!