Campaña contra la violencia digital

'¿Hay que comenzar el curso pegándole fuego al profesor de filosofía?'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 17 de Abril de 2022
'El Pensador' de Auguste Rodin (1840 -1917).
musee-rodin.fr
'El Pensador' de Auguste Rodin (1840 -1917).
'No enseguida. Esperad un poco. Al menos dadle tiempo antes de mandarlo a la hoguera. La filosofía es un continente lleno de gente, de personas, de ideas, de pensamientos contradictorios, diversos, útiles para el éxito de vuestra existencia, a fin de que podáis regocijaros continuamente en vuestra vida y construirla día tras día'. Michel Onfray, Antimanual de  filosofía.

Estas semanas atrás hemos asistido a la enésima polémica de las últimas décadas sobre el aprendizaje de la filosofía en la escuela. La polémica va y viene con cada nueva ley educativa que cada nuevo gobierno legisla como si fuera a ser la última y definitiva, cuando es solo una más hasta que llegue algún otro partido con diferente ideología al poder y la cambie otra vez con la misma proclama de que esta vez sí que es definitiva. Si no nos podemos poner de acuerdo en nuestra sociedad acerca de cuál es el mínimo común denominador que nuestros niños y adolescentes deben aprender y cómo hacerlo,  es absurdo confiar en que a una disciplina, cuyo principal valor es aprender a pensar críticamente, no le sucedan los mismos y tristes vaivenes educativos. Su desvalorización constante en nuestra sociedad, no solo en el ámbito educativo, es una muestra definitiva del fracaso del aprendizaje de la filosofía. Platón  en boca de Sócrates venía a decir que si sabes lo que es la virtud, de verdad, y por tanto lo que es justo, no puedes comportarte injustamente. Está claro que  si lo que es la filosofía, y cuál es su verdadero valor, hubiera calado en nuestra sociedad, ni cada dos por tres cambiaríamos las leyes educativas, ni seguiría el constante péndulo entre el desinterés y la devaluación de la pedagogía de la misma en nuestras escuelas e institutos.

Solo hay una disciplina que trasciende a las demás sabidurías, ciencias, prácticas, que las impregna y nos muestra el camino crítico de la razón, y es la filosofía

No es pretensión de este texto escribir sobre cambios legislativos que permitan que más allá del bachillerato debiera garantizarse una pedagogía que enseñara a pensar a los niños y niñas, a los adolescentes cuyo cerebro, y por tanto su personalidad, está en formación, sino explicar qué sentido tiene hacerlo, porqué hemos de seguir insistiendo en un sistema educativo que enseñe no solo a memorizar o a trabajar aptitudes que te permitan encontrar algún empleo, sino en enseñar a pensar por sí mismas a cada una de las generaciones que heredará el futuro. Y solo hay una disciplina que trasciende a las demás sabidurías, ciencias, prácticas, que las impregna y nos muestra el camino crítico de la razón, y es la filosofía.

Antes que nada, habría que aclarar una confusión muy común y creer que por implantar una asignatura que enseñe ciudadanía ya está cubierto el cupo del pensamiento crítico. A todo infante y a todo adolescente se le debería enseñar que viven en sociedad, que hay valores como la democracia y la libertad que no proceden del cielo, que en tanto ciudadano tienes derechos y deberes y cuáles son, que si crees que la educación debe ser un derecho para todo el mundo, como la sanidad, han de existir los impuestos, porque el dinero tampoco sale del cielo, que es normal que quien gane más pague más, y demás cosas que a los adultos deberían sernos evidentes, pero no lo son, entre otras cosas debido al fracaso de una educación en valores cívicos y en filosofía. Que robar dinero público o prevaricar con el mismo es una afrenta a nuestra constitución mayor que expresar disconformidad con una bandera.

No se trata de que los adolescentes, y menos los niños, aprendan a diferenciar los juicios sintéticos a priori kantianos de los juicios analíticos, se trata de mostrarles que toda esa árida filosofía se planteaba preguntas que aún son pertinentes hoy día

Diferente a esos valores ciudadanos es enseñar filosofía a través de la ética. Lo que se trata es de porqué hemos de aprender los hábitos éticos que nos permiten ser ciudadanos democráticos. Qué se encuentra detrás de esos valores constitucionales. Es importante que esos principios  no se aprendan como si memorizáramos la lista de los reyes godos, sino buscar las raíces, comprender que hay unos principios morales, una evolución ética de las sociedades democráticas, en convivencia, solidaridad, libertad, tolerancia, y demás valores críticos esenciales. No se trata de que los adolescentes, y menos los niños, aprendan a diferenciar los juicios sintéticos a priori kantianos de los juicios analíticos, se trata de mostrarles que toda esa árida filosofía se planteaba preguntas que aún son pertinentes hoy día. Y enseñarles que no hemos de darles las mismas respuestas, ni limitarnos siquiera a las mismas preguntas, pero sí aprender ese interés por trascender lo que nos es dado y pensarlo críticamente. Asegurarnos de tener la capacidad de hacernos preguntas continuamente y de evaluar las respuestas que nos dan, o que nos damos. No han de aprender de memoria la jerga filosófica, sino qué llevó a Kant a preguntarse sobre la libertad, y qué respuestas nos ofreció. Si los antiguos filósofos griegos, incluido Aristóteles, comprendían que toda su sabiduría había de estar al servicio de la felicidad, incluida la política, por qué no enseñar a través de las preguntas de la filosofía cómo aprender a ser felices y no únicamente a ser útiles laboralmente a una sociedad o encajar en moldes establecidos.

Es esencial la filosofía porque es necesario trabajar con nuestros niños y niñas a controlar sus emociones

Es esencial la filosofía porque es necesario trabajar con nuestros niños y niñas a controlar sus emociones. Si Aristóteles creía que era fundamental encontrar la virtud de las mismas en un equilibrio entre dos excesos, por qué no utilizar lo que nos enseñó para que desde la infancia eduquemos en el control adecuado de las mismas pasiones que nos desbordan y nos destruyen. La adolescencia se caracteriza  por la necesidad de rebeldía e independencia, la necesidad de encontrar su propio camino. Obligarles a escoger uno suele llevar al desastre o la frustración, o ambas cosas. Por qué no proporcionarles las herramientas críticas de la filosofía para que puedan orientarse por sí mismos y no corran el riesgo de resbalar y caer por su pretensión de rebeldía. Por qué no aprender desde la infancia y la adolescencia con Epicuro  valores como la importancia de la amistad para que la vida tenga sentido, del sinsentido de discriminar por géneros o por etnia o por posición social, y el valor de que nos da atemperarnos contra los vaivenes del azar, no permitiendo que los excesos nos atrapen. Que esta vida es la única de la que tenemos certeza que vamos a vivir y que importa cada segundo. Que se encuentra en nuestra naturaleza evitar el dolor, que no hay nada malo en buscar el placer, siempre que no te esclavice a ti mismo, o lo utilices para esclavizar a los demás. Que siempre hay un precio a pagar por el desborde de las pasiones, que hemos de medir cuidadosamente cuándo merece la pena disfrutar de algo y cuándo no lo merece. Apreciar a valorar lo natural y necesario (agua, comida, techo), y la alegría de disfrutar de un poquito más de vez en cuando siempre que no te lleve a la estúpida ambición de querer más y más a cualquier precio. Que el amor es una amistad bien llevada y no el control y descontrol de tratar de poseer a quien amas. Qué hay de malo en que nuestros niños y adolescentes aprendan a través de la sabia mirada de pensadores como Epicuro todas estas cosas.

Muchas de nuestras miserias contemporáneas vienen precisamente de haber criado generaciones habituadas a no pensar

Cuántas veces hemos oído pedir en escuelas, institutos o universidades, exámenes que no obliguen a pensar. Muchas de nuestras miserias contemporáneas vienen precisamente de haber criado generaciones habituadas a no pensar. El filósofo español José Antonio Marina rememora una frase de un librepensador caribeño del XIX, que en el margen de un libro de Kant escribió: no sé si el autor se ha percatado de que la verdad, además de verdadera, es divertida. Enseñar a pensar críticamente también puede ser divertido, y se ha de hacer desde la más tierna infancia, porque es en tempranas edades, incluida la adolescencia, donde aquello que no solo aprendemos, sino que sentimos aprendiendo, es lo que marcará nuestro futuro devenir. Aquellos que enseñan filosofía, en cualquier ámbito, también tienen responsabilidades  a la hora de hacer la filosofía divertida y más ligera, cuando ha de serlo, que es tan importante, como cuando ha de ser sería o académica. Oportunidad para ambas visiones hay.

Si de algo pecamos en exceso en nuestra sociedad es de estupidez mental, iluminar a través de la filosofía todo aquello que nos ha de importar en la vida; la felicidad, la libertad, el dolor, el placer, el arte, la libertad, la política, la historia y una miríada de distintas disciplinas, es la mejor vacuna contra la estupidez

Si de algo pecamos en exceso en nuestra sociedad es de estupidez mental, iluminar a través de la filosofía todo aquello que nos ha de importar en la vida; la felicidad, la libertad, el dolor, el placer, el arte, la libertad, la política, la historia y una miríada de distintas disciplinas, es la mejor vacuna contra la estupidez. Si nos quejamos tanto de la injusticia, no será porque no sabemos ni siquiera cómo practicar la justicia en nuestra propia vida, no solo en la ajena. Y el aprendizaje, o la ausencia del mismo, crítico a través de la filosofía, tiene mucho que ver con ello.

Una filosofía que en la escuela debiera llevar grabada a fuego las pedagógicas palabras de Michel Onfray: presentaros una lectura crítica del mundo que permita un pensamiento diferente y alternativo. Este deseo crítico tiene un objetivo más elevado: permitir que a partir de una comprensión más clara de lo que os rodea podáis encontrar un sentido para vuestra existencia, y un proyecto para vuestra vida, libre de las obsesiones modernas: el dinero, la fama, las apariencias y la superficialidad.

Y si en verdad queremos esto para nuestros niños y adolescentes, solo hay una receta educativa, enseñar a pensar críticamente, a filosofar, pues filosofar no es recitar de memoria las categorías de Aristóteles o cualquier otro legado de sabiduría que nos dejaran filósofos y filósofas a lo largo de los siglos. Aprender a filosofar es mantener la actitud que les llevó a hacerse preguntas que diferían de los dogmas establecidos, a ansiar respuestas, y ofrecernos guía para que encontremos nuestro propio camino. Los filósofos, como nos indica Onfray, nos proporcionan mapa y brújula,  para ayudar a orientarnos en el mapa de la vida, pero han de ser los niños y adolescentes los que decidan en qué dirección viajar, y qué maravillosos paisajes de la existencia descubrirán con su ayuda. Sin la filosofía, incluso a tempranas edades, quizá no será imposible, pero si improbable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”