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Había una vez un circo

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 12 de Junio de 2020
Juan y su familia.
J.T.
Juan y su familia.

Era solo un niño y la piel ya se me erizaba cada vez que los altavoces de un vehículo anunciaban por mi pueblo vasco que el circo había llegado. Instalaban la carpa en el barrio contiguo al mío y a veces caminaba por los alrededores solo para tener oportunidad de robar una imagen de ese mundo paralelo al mío en el que la magia era posible, los hombres y las mujeres eran casi superhéroes y se habían habituado a concitar las miradas de un numeroso público ávido de ser transportado al país de Nunca Jamás. Recuerdo hacia los trece años cómo me emocioné al ver desde el exterior de la carpa, antes de empezar la función, a unos chavales de mi edad aprendiendo a hacer equilibrio y absorto con la escena conseguí atraer la atención de uno de esos chicos que se acercó a la cinta que delimitaba el espacio y me hizo muchas preguntas: Quién era, si tenía amigos, si estudiaba en un colegio, mientras yo me deshacía en halagos hacia todos ellos… Al llegar a casa se lo conté feliz a mis padres porque sentía que había podido colarme en las vidas de unos jóvenes que llegarían a ser estrellas del circo. Ahora, cuando lo pienso, imagino que tal vez el muchacho se interesaba por una vida tan distinta a la suya, tan normal y que envidiaba tanto como yo la de él.

El caso es que la gente del circo siempre me ha parecido especial. Por eso, cuando me encontré hace unos días con Juan Alcaraz, el dueño del circo Apolo, era capaz de ver más allá de un pequeño espectáculo conducido por cuatro personas casi en la quiebra más absoluta

El caso es que la gente del circo siempre me ha parecido especial. Por eso, cuando me encontré hace unos días con Juan Alcaraz, el dueño del circo Apolo, era capaz de ver más allá de un pequeño espectáculo conducido por cuatro personas casi en la quiebra más absoluta.

Su rostro iluminado por una sonrisa reflejaba marcadas vivencias alegres acostumbradas a solapar otras de fuerte calado mucho más tristes. Me contó lo afortunado que fue de nacer en Almería, porque allí era donde tenían sus padres el circo en ese momento, y de haber crecido en una familia nómada donde los lazos se fortalecen a falta de vínculos exteriores por culpa de la falta de arraigo a un territorio concreto. Recibió clases en el circo, aprendió con otros hijos de artistas rodeados de aquel mundo maravilloso en el que la sociedad les admiraba y aplaudía, con el bagaje que ofrece viajar cada semana a una ciudad diferente. Descubrió el amor dentro de la carpa, con otra artista, y a los diecisiete años ya realizaba un número olímpico espectacular: él se colocaba debajo y sostenía a su hermana y su hermano, que realizaban conjuntamente figuras que hacían las delicias del público. Aunque participaba con sus padres en un espectáculo relativamente importante, sus miras estaban puestas en uno de los más grandes: el de los Hermanos Tonetti. Así que, cuando tuvo oportunidad, actuó para ellos a modo de prueba y las reacciones de técnicos, responsables y demás representantes de la compañía fueron tan unánimes que Juan y sus hermanos salieron de allí con una promesa de contrato en cuanto él fuera mayor de edad, un año después. Los siguientes diez fueron un continuo baño de multitudes, de los Hermanos Tonetti al circo Mundial, de un circo de una pista a otro de varias y de allí a actuar en una plaza de toros ante miles de espectadores. A Juan se le llena la cara de vivencias cuando recuerda lo feliz que era, lo mucho que se apoyaba en sus compañeros, los primeros años de su matrimonio con Patricia.

Conoció a Ángel Cristo, a los hermanos Aragón, a todo el que fue alguien en el mundo del circo en España en el último cuarto del siglo pasado y me cuenta que no cambiaría su pasado por nada, que no se arrepiente de sus decisiones, que lleva en la sangre saltar a la pista...

Conoció a Ángel Cristo, a los hermanos Aragón, a todo el que fue alguien en el mundo del circo en España en el último cuarto del siglo pasado y me cuenta que no cambiaría su pasado por nada, que no se arrepiente de sus decisiones, que lleva en la sangre saltar a la pista, actuar ante la gente, sentirse el centro de las miradas y en especial se siente satisfecho cuando recuerda a esas personas que entraron al espectáculo deprimidos y al salir se le acercaron para agradecerle que le hubieran alegrado el día y la vida por un instante.

Podría decir que la Covid-19 le ha colocado en la quiebra y sería creíble, pero Juan siempre se ha distinguido por decir la verdad y reconoce que este último circo es tan pequeño que solo puede llevarlo por los pueblos y que, aun así, no acaba de sacar la cabeza a flote. Su troupe quedó varada en el dique seco de Pinos Genil cuando llegó el confinamiento y el nivel de precariedad de su familia era tan alto que no había ahorros ni para poder comer. Unas lágrimas gruesas afloran a sus párpados al recordar que no pudo dar más que pan con mantequilla a la familia durante varios días y entonces se encontró con el alcalde y le sirvió de ángel de la guarda. Gracias a la solidaridad del pueblo han podido salir adelante y ahora actúan para ellos gratuitamente, pero necesitan de la caridad para superar el día a día.

Unas lágrimas gruesas afloran a sus párpados al recordar que no pudo dar más que pan con mantequilla a la familia durante varios días y entonces se encontró con el alcalde y le sirvió de ángel de la guarda. Gracias a la solidaridad del pueblo han podido salir adelante y ahora actúan para ellos gratuitamente, pero necesitan de la caridad para superar el día a día

La Covid-19 no ha arramblado con sus sueños y sigue imaginando que los niños han dejado de ver Youtube y empiezan a elegir jugar de nuevo en las calles, abandonar sus tablets y Nintendos o teléfonos para interesarse por un chico que arriesga su vida cada día haciendo equilibrios sobre tablas móviles elevables, por los chistes entrañables y blancos de un matrimonio que ha criado a varios hijos, por artilugios estrambóticos que no se ven por la calle, en definitiva, por su circo. Y así, se ilusiona con que podría contratar a más gente, porque él tiene todos los permisos necesarios para componer un circo de grandes dimensiones, para conducir los tráileres o para dirigir al personal imprescindible. Y compraría una carpa que ahora está fuera de sus posibilidades económicas y reviviría aquella etapa de su vida que parece tan lejana en la que acariciaba las estrellas cuando las dificultades para comer eran una quimera imposible.

Antes de marcharme, le doy las gracias por todos aquellos niños que crecimos visitando cada cierto tiempo una carpa y nos sentimos privilegiados por infiltrarnos durante un rato en un mundo lleno de magia, color, ilusión y alegría donde los problemas cotidianos no tenían cabida

Antes de marcharme, le doy las gracias por todos aquellos niños que crecimos visitando cada cierto tiempo una carpa y nos sentimos privilegiados por infiltrarnos durante un rato en un mundo lleno de magia, color, ilusión y alegría donde los problemas cotidianos no tenían cabida. Ahora que seguimos aplaudiendo a los sanitarios por la encomiable labor que han realizado estos meses, igual que valoramos a arquitectos o a albañiles que construyen nuestras casas o a investigadores que arrojan luz sobre nuestro mundo, deberíamos al mismo tiempo evitar relegar a aquellos cuya función no es visible a efectos materiales, porque si bien es verdad que admiramos a los artistas, pocos apoyarían a sus hijos para que siguieran ese camino. En esta sociedad materialista solo aquello que se ve se valora, pese a que lo que no se ve siempre sea primordial. Yo, al menos, soy más feliz gracias a las canciones de Pau Donés, que me han acompañado durante buena parte de mi vida, y a las películas de Marlon Brandon y a los números circenses de Juan Alcaraz y de otros miles de colegas suyos, porque cumplen la función esencial de transformar la tristeza en felicidad, ¿habrá algo más importante que eso? Gracias, Juan.

 

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).