Guerras en el baúl del olvido
En los últimos meses hemos escuchado hablar en los medios de comunicación largo y tendido del caso de Siria, no tanto por el conflicto que mantiene en vilo a este país como por lo que a nosotros nos afecta: los refugiados que ha de acoger España. Al principio, reconozcámoslo, lo veíamos con recelo, después de décadas negando la entrada a inmigrantes africanos no acabábamos de entender la diferencia entre sirios y marroquíes o senegaleses. De pronto, la espeluznante imagen de Aylan, un niño sirio de 3 años que aparecía muerto en una playa, dio la vuelta al mundo acompañada de un estremecimiento global. Incluso la postura del gobierno español dio un giro y donde había dicho “Diego” ahora decía “digo”: España estaba dispuesta a acoger a tantos sirios como le asignaran desde Europa.
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Gracias a esto hemos conocido levemente la realidad de un país como Siria, que lleva 4 años sufriendo una guerra civil de tal magnitud que ya ha causado 220.000 muertos, 4 millones de refugiados y 12 millones de personas que necesitan de la solidaridad para seguir viviendo.
Esta semana hablaba con Paco, un amigo de Canal Sur Televisión que acaba de visitar El Congo Belga, donde ha permanecido un par de semanas muy cerca de la situación que atraviesa este país. Me explicaba cómo la inexistencia de pensiones de jubilación animaba a las parejas a tener varios hijos para que en su vejez pudieran mantenerlos porque, de lo contrario, acabarían muertos, solos, en cualquier esquina. No existe ni sanidad ni educación pública, y para deshacerse de las basuras las familias hacen agujeros enormes en las inmediaciones de sus casas y una vez que los llenan, los tapan para abrir otro nuevo. Y es que sólo empieza ahora a existir un servicio de recogida de residuos, previo pago, por supuesto. En esta situación, parece que es habitual ver a decenas de niños pequeños solos por las calles, expuestos a personas ignorantes o sin escrúpulos capaces de violar a las niñas cómo creencia supersticiosa para incrementar el poder personal o colgar a los niños hasta la muerte con el fin de que sus almas les acompañen el resto de sus vidas y les confieran poder.
Paco repetía: “Cuando vas allí y ves cómo vives se te acaban todas las tonterías que llevas en la cabeza. Europa y sus estados del bienestar son una isla”.
En la República Democrática de El Congo se supone que la guerra acabó en 2003, pero incluso Amnistía Internacional reconoce que la violencia por parte de grupos armados que actúan con impunidad sigue existiendo hasta nuestros días. Un país donde podemos encontrar recursos naturales tan preciados como el coltán, los diamantes, el cobalto, el oro y la columbotantalita, quienes menos beneficios reciben de dichos recursos son sus propios habitantes, que ven cómo los grandes inversores extranjeros se enriquecen a fuerza de explotar a un pueblo sin acceso a la cultura, a la sanidad o a unas mínimas condiciones de dignidad para vivir.
Desafortunadamente, el caso del Congo no es único: Libia y Sahel cuenta con un despliegue de tropas internacionales. Pese a ello, las pugnas por el gas y el petróleo, las rivalidades entre milicias y los intereses contrapuestos de las potencias extranjeras podrían llegar a desgarrar este territorio.
En Nigeria han muerto más de 20.000 personas desde 2009 y 2,1 millones han tenido que desplazarse por culpa del grupo terrorista Boko Haram que ha declarado ser parte del Estado Islámico y que también actúa con suma impunidad.
Sudán del Sur, Somalia, Yemen, Ucrania, son ejemplos de conflictos armados, en algunos casos después de una guerra, de los cuales no se hacen eco los medios de comunicación. Ni nos importan demasiado. Para que vamos a dárnoslas de cultos.
Aunque sería un buen ejercicio, ahora que muchos consideramos que se está poniendo en cuestión el Estado del bienestar en este país, el cerrar los ojos y por un momento imaginar que hemos nacido en uno de estos países, que hemos sido niños abandonados a su suerte con pocos años, en plena calle, o en el mejor de los casos acompañados de una familia que necesita que trabajemos desde los 7 u 8 años 10 y 12 horas diarias para poder sobrevivir. Niños que mueren a veces en las calles, que conviven con naturalidad con las armas y los disparos y que ni siquiera se consideran merecedores de una vida digna.
Los más ilusos tratan de entrar en España y otros países de Europa como refugiados políticos, aunque tan sólo una ínfima parte de ellos lo consigue. El resto, se embarca en viajes terribles por tierra y mar para acceder a un futuro que tienen claro que en su país no existe. Y después, los vemos chapurreando español para vendernos cds, dvds, o bisutería. Y los miramos como si fueran inferiores, como si pensáramos que tienen menos derechos que nosotros, que son más incultos e ignorantes. Pese a que muchos de ellos son valientes supervivientes de una guerra, conocen varios idiomas o incluso tienen una formación universitaria. Nunca lo descubriremos porque nos parece tan imposible que nos cuesta acercarnos a conocer su verdadera historia.
Somos afortunados. Y el hecho de que otros vivan peor no significa que no debamos tratar de conseguir lo que consideremos justo y luchar por ello. Pero sí que nos debería animar a ser solidarios, a darnos cuenta de que Europa y EEUU dirigen los hilos y los destinos de gran parte de los países más pobres del mundo. Y deciden con una pasmosa tranquilidad si hay guerra o paz, si se acoge o no a refugiados y si mueren en masa o no dentro del propio estado. Ser consciente de ello ya es dar un pequeño paso para cambiarlo.