Gracias, Santidad
Hace mucho tiempo que el papa nos tiene a algunos algo confundidos. Parece que defiende opiniones muy avanzadas, pero a la hora de la verdad no se materializan en hechos. Como ejemplo, recuerdo cómo se mostró partidario de perseguir los abusos sexuales en la Iglesia y después nos enterábamos que había encubierto al cardenal de Washington. Por eso, cada afirmación o declaración aparentemente innovadora hay que tomarla con pinzas y esperar a ver lo que sucede en adelante.
Por ejemplo, en el último documental que se acaba de presentar en el festival de Roma, titulado «Francesco», realizado por el director ruso multipremiado Evgeny Afineevsky, Su Santidad expresa que «las personas homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Nadie debe ser expulsado o sentirse miserable por ello». Y continúa expresando que «lo que tenemos que crear es una ley de unión civil. De esa manera están cubiertos legalmente. Yo lo defendí».
Es un paso importante hacia adelante, sobre todo para aquellos retrógrados ocultos en el seno de la Iglesia católica que se consideran jueces necesarios y que condenan a cuantos no se corresponden con su idea de lo que es ser una buena persona
Después añade que «dar más importancia al adjetivo (homosexual) que al nombre (ser humano) no es bueno» y que aquellos que les rechazan «no tienen un corazón humano».
Es un paso importante hacia adelante, sobre todo para aquellos retrógrados ocultos en el seno de la Iglesia católica que se consideran jueces necesarios y que condenan a cuantos no se corresponden con su idea de lo que es ser una buena persona. En nuestra memoria quedan grabados los comentarios homófobos de arzobispos como el de Granada, una máquina de decir sandeces y de encrespar los ánimos. Por desgracia, no es de los que más barbaridades sueltan por la boca: el cardenal Antonio Cañizares hablaba de la dictadura de la ideología de género y el obispo de Alcalá Juan Antonio Reig nos enviaba directamente al infierno a los homosexuales. Son innumerables los casos de personas LGTBI+ que sufren algún tipo de discriminación en el seno de la Iglesia católica. Claro que también hemos escuchado desde los púlpitos afirmaciones contra inmigrantes.
Las últimas declaraciones del papa vienen bien para acallar estupideces y empezar a oír hablar desde un punto de vista más humano. Con esta premisa que pone en evidencia mi satisfacción porque la máxima autoridad vaticana haya dado un salto adelante en este tema, he de decir que el verdadero paso sería respetar por completo al prójimo. Por supuesto que tenemos derecho a estar en una familia y, además, que esa familia sea la nuestra. Y también tenemos derecho a una ley de unión civil o incluso a considerarnos un matrimonio, aunque de eso no hable Su Santidad.
Después de años de lucha, todavía parece del siglo XVI no entender que cada uno tiene derecho a elegir a quien quiera como compañero o compañera de vida, sin que por ello tenga que someterse al juicio de un grupo de personas que nunca comprenderá el verdadero significado de la palabra «amar».
El papa Francisco lleva años haciendo declaraciones aparentemente improvisadas y. algunas veces, tiempo después, acaba matizándolas y reculando, como si su intención fuera contentar a todo el mundo más que llevar un mensaje único que, por cierto, es evidente que no comparten muchos de sus obispos y arzobispos a tenor de las actitudes y afirmaciones ultraconservadoras que sostienen
Uno que no se considera católico no deja de asombrarse por comentarios de autoridades eclesiásticas que dicen barbaridades como que la vacuna de la Covid se hace «a partir de fetos abortados» o que aseguran que la homosexualidad es un «desorden moral y un pecado», alejadas de la supuesta ley de Dios que afirma con rotundidad que todos somos hijos de Dios. No dice que todos seamos hijos de Dios excepto los gais o los inmigrantes o los abortistas, dicen que todos somos hijos de Dios.
Y con esa ley que lleva dos mil años en vigor, sigue habiendo personas que sorprendentemente ostentan un cargo importante en la Iglesia y se esmeran en distinguir entre unos hijos de Dios y otros, como si los únicos válidos fueran los que piensan como ellos o los que actúan tal y como a ellos les parece bien.
El papa Francisco lleva años haciendo declaraciones aparentemente improvisadas y. algunas veces, tiempo después, acaba matizándolas y reculando, como si su intención fuera contentar a todo el mundo más que llevar un mensaje único que, por cierto, es evidente que no comparten muchos de sus obispos y arzobispos a tenor de las actitudes y afirmaciones ultraconservadoras que sostienen.
No creo yo que el personaje que nos han descrito como Jesús de Nazaret tuviera una sola palabra contra alguno de estos grupos de población, así que solo espero que esta muestra de esperanza para los súbditos católicos que también son parte de la comunidad LGTBI+ no se interrumpa y que nazca de aquí una nueva relación en la que todos seamos considerados iguales y no haya distinciones por razón de sexo, raza, clase social o religión.
Bienvenidas sean las declaraciones del papa. Estaría fenomenal que si llegan las matizaciones sean con el fin de ahondar más en la igualdad, el respecto y la aceptación a todos por igual.