Gente inadecuada
Me lo dijo hace varios años un primo que trabaja en Madrid y me dejó cavilando: “En España hay una falta de profesionales acojonante, en todos los sectores”, soltó, y aunque está claro que no se debe generalizar y que hay muchísima gente muy válida en sus trabajos, con seguridad la mayoría, no es menos cierto que a veces te topas con cada elemento que te quedas con los pies colgando.
Empiezo con un ejemplo que no vendría a cuento, porque no es musical, pero que si no lo digo reviento: en un restaurante, hace unos días, la camarera que nos atendió empezó por revelarnos que la que tenía entre las manos era la segunda botella de vino que abría en su vida y terminó admitiendo que era su primer día de trabajo. Y sí, vale, pobrecilla, nadie nace sabiendo y todos hemos pasado por eso, pero ni ella debería ir pregonándolo alegremente (porque le perjudica, más que nada) ni a lo mejor el restaurante la tendría que haberla puesto a bregar con los clientes en su jornada de bautismo laboral. Aunque bueno, en todas partes cuecen habas: en mi primer día trabajando para una radio ya me dejaron ejercer de locutor sin tener (ellos y yo) ni pajolera idea de cómo se me daba eso. Que se me daba fatal, si hay que decirlo todo.
Vamos al turrón rockero: hace no mucho, en Sevilla, entré en una tienda muy grande y, aunque no iba para eso, mi vista se posó en la sección de tocadiscos. Porque el portátil que tengo se me escacharró y quiero otro, que se sepa. Le hice algunas preguntas al hombre que estaba al cargo y, para que yo supiera cómo sonaban los aparatejos, se ofreció gentilmente a pincharme un disquillo en un reproductor que me hacía especial tilín.
Me puso un elepé de Morrisey y yo, que alguna vez en mi vida he renunciado a la ironía pero no fue en esta ocasión, le dije que eso no podía escucharse bien de ninguna manera. No pilló la broma, cosa que tampoco me extrañó, hizo la prueba y, en principio, todos contentos.
Pero es que, minutos después, me fijé en otro tocadiscos que también parecía prometedor y le pregunté al encargado si podía repetir la prueba en él. Siempre amable aunque ligeramente azorado, llegó con otro elepé y me confesó que, por desgracia, sólo tenían discos de ese autor. Resulta que el disco en cuestión era de Van Morrison, no de Morrisey. No es que el buen señor hubiera leído el nombre con rapidez y no hubiera caído, es que cuando le dije que era otro artista, miró un elepé, miró el otro y se limitó a preguntar: “¿Ah, no?”
La situación me recordó anécdotas muy añejas, visitas que hacíamos de adolescentes a tiendas de discos de Algeciras y en las que poníamos a prueba a los dependientes preguntándoles por grupos más o menos raros. No conocían a ninguno y nosotros íbamos bajando el listón progresivamente, a ver alguna vez sonaba la flauta. Así hasta que un día uno le preguntó al de turno si tenía algo de Pink Floyd y el hombre, impertérrito, contestó: “No sé quién es ese señor”.
Vale, venga, puede que con la edad me esté poniendo tiquismiquis, cascarrabias, abuelo Cebolleta, lo que sea. Pero me parece a mí que, si en una carnicería debe trabajar alguien que distinga entre la ternera y el cerdo, si es inconcebible que se ponga a despachar pescado quien crea que la merluza es rectangular porque sólo la conoce por los palitos congelados, en tiendas especializadas en música debe funcionar gente que controle del género.
No pido enterados. De hecho, los detesto. Ya comenté en un artículo hace algunos meses que en las de Madrid abundaban los antipáticos, los sobrados, los que querían hacerte sentir como un gusano particularmente repugnante sólo por el hecho de que ellos SÍ SABÍAN quiénes eran los 13th Floor Elevators. Y esos elegidos, como todo el mundo sabe, están dotados de un aura especial.
Sólo reclamo, y creo que la razón me asiste, al menos en parte, a personas que puedan asesorarte, echarte una mano. Recomendarte, si ya hay cierto trato y confianza entre cliente y encargado, algún artista similar al que estás buscando. O incluso, si conoce tus gustos, desaconsejarte el disco de King Tubby que tienes entre las manos porque ha oído de tus propios labios que aborreces el dub. Un buen profesional puede abrirte caminos, en definitiva.
Los hay muy buenos, insisto. No tengo necesidad alguna de hacer la pelota a nadie, pero me apetece decir que en Granada hay uno que cumple sobradamente los requisitos, además de ser un tipo discreto y que sabe escuchar. Se llama Pepe y lleva la tienda Marcapasos. Seguramente escuchará muchas burradas, porque hay usuarios que son para comérselos. Una vez, y esto no me lo ha contado nadie porque estaba yo presente, entró un cursi y le preguntó si tenía el ‘Kind of blue’ de Miles Davis, pero advirtiéndole de antemano que tenía que ser en elepé de 180 gramos. “Porque de lo contrario no me interesa”, afirmó, categórico.
Resulta que Pepe lo tenía, se lo enseñó y el individuo, que a lo que se ve era incapaz de hablar sin soltar sentencias, le hizo saber que era “el mejor disco de jazz que se ha hecho nunca”. El paciente tendero, muy juicioso, quiso replicar explicándole que, en fin, en la música y en todo, los gustos influyen y eso de proclamar algo de tan tajante manera igual no era lo apropiado. Pero el tipo, que, por si no lo han intuido, me estaba empezando a caer un poco gordo, lo interrumpió insistiendo en su tesis y elevando la voz: “EL MEJOR”. No estoy seguro, pero me parece que se llevó el disco. De no haberlo hecho, y de haber estado yo en el lugar de Pepe, no descarto que hubiera invitado al iluminado ese a desayunarse 180 gramos de vinilo en ese mismo instante.
Porque también hay gente inadecuada al otro lado del mostrador, eso está tan claro como lo otro.