'Fuera máscaras'
No quiero ni pensar el chasco que se va a llevar un amigo mío cuando vea la cara entera de su compañera de trabajo. Lleva un año entero supuestamente enamorado platónicamente de ella, dice que es guapísima, que tiene unos ojos preciosos, un cabello ondulado castaño siempre sedoso y que no tiene ningún defecto y es cierto solo en parte, porque yo que la conozco desde hace bastantes años tengo que confesar que físicamente no es tan agraciada por la parte inferior del rostro como por la parte superior: tiene los dientes amarillentos del tabaco y torcidos y unos labios tan finos que apenas se ven, odia el contacto físico y especialmente regalar besos y no por la pandemia, sino desde siempre, según ella misma reconoce. Vamos, que mi amigo ha construido una imagen mental acorde con un rostro semitapado con mascarilla y desde mañana eso va a cambiar, después de que el presidente del Gobierno haya anunciado que en los espacios exteriores podremos prescindir de ella.
Reconozcámoslo: más de una vez nos hemos sentido seguros escondidos tras el trapito en la boca porque no nos hacía gracia el chiste de nuestro vecino o porque apretábamos los dientes de rabia cuando no se iba el pesado del grupo de amigos, conscientes de que nadie nos veía el gesto
A ver, que yo soy el primero que tenía ganas de que llegara este momento y además no tengo miedo a una extensión del virus porque si los expertos están de acuerdo con relajar la situación en países como Portugal, Francia, Reino Unido o España, habrá que confiar en ellos. Eso no quita que nuestra vida vaya a volver a cambiar por completo. Reconozcámoslo: más de una vez nos hemos sentido seguros escondidos tras el trapito en la boca porque no nos hacía gracia el chiste de nuestro vecino o porque apretábamos los dientes de rabia cuando no se iba el pesado del grupo de amigos, conscientes de que nadie nos veía el gesto. La mascarilla ha convivido durante un año y pese al incordio que supone, especialmente en verano, también ha traído cosas favorables como no tener que besar a nadie sin conocerle.
¿Y qué me dicen del ascensor o del transporte público? El olor a veces insoportable a sudor del vecino del cuarto, la peste del aliento del compañero de viaje o incluso las flatulencias indiscriminadas de esos que se creen que lo que no suena no huele, todo eso quedaba amortiguado por la mascarilla y ahora se desenmascara, con la única esperanza de que el hecho de haber causado menos molestias en este último año no haya relajado a los más sucios o pestosos y que no se haya convertido en costumbre irreversible que tendremos que soportar el resto, sin protección.
Y eso que todos hemos tratado de librarnos de su yugo durante estos meses cuando llevábamos horas respirando nuestro aliento. Seamos sinceros: ¿Cuántas veces hemos comprado un bollo por la calle, una fruta o simplemente pipas para poder liberarnos un rato de la mascarilla? ¿Cuánto hemos alargado la bebida en un bar con el mismo objetivo? Si hasta he llegado a ver a gente que justificaba quitársela solo porque estaba comiendo chicle… eso por no hablar de los que han aumentado su adicción al tabaco ya que fumar era otra manera de estar sin ella.
Sé que estuvo mal, jamás se me hubiera ocurrido hacerlo si no hubiera tenido mi trapito en la boca o si hubiera sido más grave, pero no le sucedió nada y fue como si el destino lo hubiera castigado por su mal genio, por esa antipatía matinal de la que hizo alarde
Hace unos meses tuve una actuación perversa, lo confieso. Estaba sentado en un banco y me encontré a un hombre de más de setenta que parecía muy enfadado. Primero lo vi hablar con el dueño de un establecimiento, desde la parte exterior, y le llamaba la atención porque el bote de gel hidroalcohólico estaba vacío. Pese a que el amable comerciante se disculpó, él no parecía admitirlo y seguía con su retahíla de improperios; de hecho, se marchó sin entrar. El caso es que a pocos metros, todavía lo tenía a la vista, se topó con una mujer sin mascarilla y le increpó igualmente, amenazándola con denunciarla. Desde fuera, yo que lo estaba viendo, me parecía muy excesivo su enojo y supuse que venía ya cabreado de casa, así que no quise darle más importancia hasta que cruzó el paso de cebra y como el suelo estaba mojado resbaló y casi llegó a caerse de una forma graciosísima. Mi primer impulso fue ir a ayudarle, pero el hombre se levantó como si nada hubiera sucedido y miró a los lados tratando de cerciorarse de que nadie lo había visto y al toparse conmigo, me hizo un gesto de que no había sido nada y siguió su camino. Yo, desde mi asiento, protegido con mi mascarilla, aproveché para reírme prácticamente frente a él, sin que se percatara de nada. Sé que estuvo mal, jamás se me hubiera ocurrido hacerlo si no hubiera tenido mi trapito en la boca o si hubiera sido más grave, pero no le sucedió nada y fue como si el destino lo hubiera castigado por su mal genio, por esa antipatía matinal de la que hizo alarde.
Como todas las mascarillas tienen el mismo diseño y esto ocurre con relativa frecuencia y como los niños son así y las van dejando por toda la casa, uno ya no sabe cuál hay que tirar, cual ha usado media hora o cual todavía podemos utilizar un poco más. Así que acabo tirando la mayoría de ellas
Eso sí, también nos vamos a librar de saber si reutilizar o no las que tenemos. En el caso de mi hijo, por ejemplo, tuve la fantástica idea de comprar en octubre 300 del mismo modelo y claro, a veces no la utiliza más que un rato, así que la lavo y se la vuelvo a poner. Como todas las mascarillas tienen el mismo diseño y esto ocurre con relativa frecuencia y como los niños son así y las van dejando por toda la casa, uno ya no sabe cuál hay que tirar, cual ha usado media hora o cual todavía podemos utilizar un poco más. Así que acabo tirando la mayoría de ellas.
Es verdad que todavía no nos vamos a despojar definitivamente de las desechables, la KN95, las de tela, las FFP1, las FFP2, las FFP3, que parece que estamos todos haciendo un master en mascarillas; todavía en los espacios públicos o cerrados habrá que llevarlas y eso nos permitirá una transición más tolerable, pero pensemos en todas las ventajas que conlleva deshacernos de ese artilugio que ha formado parte inseparable de nuestras vidas en una época que no olvidaremos por muchas razones y que será un punto de inflexión hacia el mundo nuevo que se avecina, en el cual, todavía no está muy claro si la presencia de las mascarillas tendrá también su propio hueco.