'Friedrich Nietzsche y la alegría de vivir'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 12 de Marzo de 2023
Friedrich Nietzsche, retratado en 1899 por Hans Olde.
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Friedrich Nietzsche, retratado en 1899 por Hans Olde.
'El minutero de la vida. La vida se compone de unos pocos momentos aislados. Sumamente llenos de sentido, y de intervalos en los que, a lo sumo, se proyectan sobre nosotros las sombras de esos momentos. El amor, la primavera, una bella melodía, la montaña, la luna, el mar-todo nos habla plenamente una sola vez al corazón- si es que todas esas cosas llegan alguna vez a expresarse por entero. Pues muchas personas no conocen en absoluto ninguno de esos momentos y ellas mismas son intervalos, silencios en la sinfonía de la vida real'. Friedrich Nietzsche

Siendo catedrático en Basilea, con apenas veinticuatro años, Nietzsche escribió un polémico libro; El nacimiento de la tragedia; donde con la excusa de rebuscar en el origen de la tragedia griega, tan relevante para el desarrollo de la cultura occidental, nos ofrece una polémica perspectiva sobre nuestra realidad: Dioniso el dios de la vendimia, del vino, de la embriaguez, pero también el dios de la contradicción, tenía un tutor: Sileno, un viejo feo y borracho, pero también muy sabio, al que un día,  aprisionado tras ser emborrachado y capturado por el rey Midas, sí, ese que convertía todo en oro con un toque de su mano, respondió bajo amenaza de tortura a la pregunta: ¿ qué es lo mejor para los humanos? Y ésta fue su lúcida respuesta: Estirpe miserable de un día, hijos del azar y la fatiga: ¿por qué me fuerzas a decir lo que para ti sería ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti morir pronto. Si la vida no tiene sentido, si todos vamos a morir algún día ¿Qué actitud cabe tomar? ¿Suicidarnos y hacer caso a la segunda opción que enumera Sileno? O como decía Schopenhauer volvernos una especie de frugales eremitas renunciando a todo deseo; que no es sino la versión occidental del Nirvana budista. No, la fuerza está en aceptar esta hiriente realidad y bailar, jugar con la vida como Dioniso, que acompañado de su corte de sátiros, mitad carneros, mitad hombres y sus ménades, mujeres salvajes permanentemente en trance, bailaban continuamente en medio de una fiesta continua llena de música y de vino. Hay que rasgar el velo de Maya (los hindúes creen que ese velo oculta tras una infinidad de máscaras ilusorias, una única realidad).

La vida no es sino un juego de máscaras, todo en el universo es dinamismo y caos, incluido nuestro yo. Y es precisamente ese desafío, esa alegría de vivir, a pesar de todo, la que nos permite mantener un sentido, frágil, pero bello, e inunda nuestra vida de alegría

La vida no es sino un juego de máscaras, todo en el universo es dinamismo y caos, incluido nuestro yo. Y es precisamente ese desafío, esa alegría de vivir, a pesar de todo, la que nos permite mantener un sentido, frágil, pero bello, e inunda nuestra vida de alegría. El éxtasis dionisiaco nos permite rasgar ese mundo de apariencias que nos trata de engañar; esos bailes, ese dejarnos llevar por el éxtasis nos reconcilia con la naturaleza por un lado, nos sentimos cómplices de ella; nos une a otros seres con los que compartimos este mundo, más allá de las diferencias sociales, y por último nos reconcilia con nosotros mismos; con aquellos instintos más profundos que solemos escondernos para “encajar”. Qué ocurre, que tras el éxtasis, tras estar embriagados, esa comunión desaparece; Volvemos a experimentar el absurdo del ser, somos despedazados como lo fue Dioniso por los titanes. En la resaca, la sabiduría de Sileno, el sinsentido de todo, se hace más evidente que nunca. Seguro que todo el que haya experimentado una resaca de campeonato conoce de primera mano a lo que nos referimos con el hastío. De ahí la necesidad de equilibrar instinto, pasión, deseo, embriaguez, con lógica y racionalidad. El problema de la cultura occidental es que traicionó este equilibrio; desde Sócrates y Platón y toda la metafísica cristiana,  se nos hizo creer en un mundo ideal más allá del nuestro. Allí residen las verdaderas formas, el nuestro no es sino una mera sombra de lo real, de lo verdadero, fuera de alcance. Si toda nuestra vida aquí no es sino un mero transitar por penas y resignación, debido a que hay un más allá donde todo tendrá sentido, donde reside el verdadero valor de las cosas, incluido nosotros mismos, perdemos la valía de este mundo, de esta vida, de esta carne, que es lo que realmente somos. Es todo un gran engaño que ha contaminado la naturaleza original del ser humano.

Vivimos en un mundo ilusorio, eternamente frustrados, por no poder alcanzar la perfección que nos guía, pero que siempre se encuentra fuera de nuestro alcance

Ser conscientes de que Dios no existe, que hemos asesinado la creencia en ese ente, no trata solo de superar el control de la religión, sino el control que se nos ha venido imponiendo en los últimos veinticinco siglos que nos obliga a creer que nuestro bienestar vital depende de alcanzar un mundo ideal, donde las ideas de lo bueno, lo justo y lo bello, transcienden e iluminan nuestras siempre degradadas e imperfectas nociones de bondad, justicia o belleza. Vivimos en un mundo ilusorio, eternamente frustrados, por no poder alcanzar la perfección que nos guía, pero que siempre se encuentra fuera de nuestro alcance.

Al haber eliminado el mundo que dotaba de sentido al sensible, que le subordinaba, éste también ha quedado tocado de muerte, ha perdido todas sus referencias, de ahí surge el nihilismo. Nietzsche arremete también contra aquellos que pretende sustituir una fe absoluta por otra, a Dios por la Razón

Al haber eliminado el mundo que dotaba de sentido al sensible, que le subordinaba, éste también ha quedado tocado de muerte, ha perdido todas sus referencias, de ahí surge el nihilismo. Nietzsche arremete también contra aquellos que pretende sustituir una fe absoluta por otra, a Dios por la Razón. La ciencia nos ha ayudado a desprendernos de falsas ilusiones, pero hemos pagado el precio de subordinarnos a su vez a ella, a una única interpretación posible del mundo; el positivismo, el reinado de lo numérico, de lo cuantitativo, lo medible, ha colonizado los valores donde antes reinaba únicamente la religión. Gigantes también con pies de barrios; contemporáneos de Nietzsche, el marxismo, el darwinismo, el cientifismo, en la medida en que se convierten en teleológicos- hay una fuerza natural, en lugar de sobrenatural, que nos lleva irremediablemente a un fin ya determinado-, sea la sociedad comunista, paraíso idealizado en la tierra, sea una perfecta evolución natural, ya sabemos lo chapucera que es la evolución, o  creer que solo podemos entender el mundo a través de una interpretación cuantitativa de datos, con la consiguiente ceguera que provoca. Posiciones tan nihilistas como las de la religión. El sentido nietzscheano de la muerte de Dios también se refiere a estas ideologías, o cualesquiera que en el siglo XXI se presenten similares, bajo el dogmatismo de una verdad absoluta, de un sentido al que sacrificar nuestra vida, sumisos a fines superiores, que en algún momento, no nosotros, alguien alcanzará.

La idea del Eterno Retorno es liberadora; si nos centramos en el presente, si aceptamos que cada momento vivido es eterno: fue, es y será así para siempre, ¿no debemos elegir aquello que refuerce la alegría de vivir y desterrar aquello que nos subyugue a falsos ídolos y dioses, que no acepte la carne que somos, desterrar aquello que no sirva a la vida y aceptar lo que sirva a ella con regocijo? No importa pues ganar o perder, la vida es un juego, y lo que cada jugador adora no es ganar o perder, es el juego en sí, comportémonos con la vida como auténticos jugadores, amemos el juego en sí, no perder o ganar. A veces ganaremos, a veces perderemos, pero no importa tanto el resultado como el atrevimiento de aceptar las cartas que nos dan, por muy perverso que sea el juego y bailar con una sonrisa en el rostro.

Aceptemos también el dolor, el miedo, las pasiones y los deseos, todo aquello a lo que nos piden que renunciemos para evitar las embestidas de la vida; si es útil a la alegría de vivir es bueno, si no lo es, es malo. Sirvamos a la vida

El estoicismo tan de moda últimamente nos pide que nos resignemos, que aceptemos que hay cosas que no podemos cambiar y tratemos de huir del dolor  a través de la contención de deseos y pasiones, cambiando nuestro interior; pues esa es la única respuesta posible al mundo hostil que nos herirá una y otra vez si no mantenemos el autocontrol y renunciamos a…casi todo. No, hay otra respuesta posible, la nietzscheana; la vida es lucha, autoafirmación permanente, no se trata tanto de dominar al otro, como ejercer un dominio soberano sobre tu propia vida. Aceptemos también el dolor, el miedo, las pasiones y los deseos, todo aquello a lo que nos piden que renunciemos para evitar las embestidas de la vida; si es útil a la alegría de vivir es bueno, si no lo es, es malo. Sirvamos a la vida.

No cabe otra que ir más allá del bien y del mal, abandonar las falsas promesas de un paraíso por venir, sin caer en el error del nihilismo, en pensar que por que hemos roto con lo que creíamos la única interpretación de sentido posible, no hay otras que podamos construir. Es cierto que ya no podemos refugiarnos en la perfección de ese más allá eterno y perfecto, pero ese caos en permanente flujo está lleno de posibilidades, nuestra vida en permanente flujo es como la arcilla del alfarero, en nuestra mano está convertirnos en artistas que modelemos a nuestra manera nuestra vida, o dejar que esa arcilla que somos la moldeen a su gusto otros. Y así, la belleza, aún es posible, a pesar del dolor, de la desorientación, del abandono, de la provisionalidad de todo, podemos erguirnos para observar con orgullo la belleza creada a partir del informe caos, la belleza que hay en nuestra propia vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”