Festival o muerte
indiespot.es
Imagen del concierto de Arcade Fire en el Primavera Sound de Barcelona de 2014.
El otro día cayó en mis manos una de esas revistas gratuitas que te informan de (adoptemos un tono pomposo) los acontecimientos culturales que van a tener lugar en la ciudad a lo largo del mes.
Me puse a mirarla con idea de encontrar algún conciertillo al que acudir, porque esas cosas, después de todo, me siguen gustando. Pero por más que busqué y rebusqué, no di con nada que mereciera la pena. Bueno, alguna cosa había, grupos locales y tal, pero ni rastro de bandas internacionales de esas que tienen a bien parar por Granada cuando están de gira. Como Luna o The Saints, que vinieron hace cosa de dos meses.
Pero es que ni aquí ni en ningún sitio. Si en verano quieres ir a un concierto, lo tienes difícil. Si lo que pretendes, en cambio, es acudir a un festival, entonces te puedes poner las botas, porque los hay de todos los colores y en todas partes.
No está en mi ánimo criticar a quienes van a ese tipo de citas. Cada cual es libre de hacer lo que le plazca, faltaría más. Pero a mí no me terminan de convencer por varios motivos que paso a comentar:
Por un lado está lo de la cantidad. Hay carteles realmente apabullantes, con veinte bandas tocando el mismo día en tres escenarios distintos, desde las cinco de la tarde (que ya son ganas) hasta las tres de la madrugada, momento en el que, si uno todavía aguanta en pie, tiene la opción de escuchar a tres o cuatro pinchadiscos.
A mí, lo de tener que elegir, seguro que me crearía ansiedad. Estoy viendo a Los Abucáncanos, sí, y eso es magnífico. Pero al mismo tiempo, apenas a 500 metros, están tocando Los Impresentables, a los que también estaba frito por escuchar. ¿Qué hago, me quedo aquí, tiro para allá, voy alternando y dando carrerones de un sitio a otro?
Luego está lo de la duración de los conciertos. Vale, a mí no me gustan los que son excesivamente largos, tampoco hay ninguna necesidad de estar tres horas y media escuchando a Springsteen, con dos horitas me bastaría. Pero es que en los festivales la cosa está tan ajustada de tiempo que, como mucho, la actuación dura una hora. A menudo se queda en tres cuartos de hora, de hecho. Con lo cual se corre el riesgo de que la cosa sepa a poco. Es algo que me han comentado varios festivaleros tras regresar de su evento. “Sí, Los Abucáncanos estuvieron bien, como siempre, pero cuando empezaban a sentirse a gusto les cortaron el rollo porque después tocaban Los Mierdas, que eran cabeza de cartel”.
Además, y volviendo a lo de la cantidad (o el exceso), si en una misma noche me zampo siete conciertos y al día siguiente otros seis, y de ese festival me voy a otro y luego a un tercero y todos van en el mismo plan, al final, mientras vuelvo a casa, me estaría preguntando qué he visto realmente. Mi memoria tiende a fallar (espero que sean los años) y, cuando escuchara un disco de Las Sabandijas, seguro que me comería la cabeza pensando: “¿Y a esta gente cuándo los vi y en qué festival?”. Puede parecer un problema menor y desde luego lo es, comparado con los anteriores, pero algunos aficionados somos muy puntillosos y nos gusta ponerle sitio a lo que vemos.
A todo lo anterior se suma una cuestión de convivencia. A mí se me ha pasado la etapa de plantar una tienda en un palmo de terreno y tratar inútilmente de dormir a pleno sol y rodeado de centenares de individuos y sus circunstancias. También la de compartir ducha y cuarto de baño con hordas de desconocidos. Como además tengo pareja estable desde hace trece años y no me apetece variar, la posibilidad de trabar amistad íntima con una festivalera tampoco supone para mí un aliciente.
No pido mucho. En realidad me conformaría con lo que siempre me ha gustado: un concierto en una sala en condiciones, una barrita bien provista (y con precios asequibles, si puede ser, que me consta que en algunos festivales piden cinco euros por una cerveza en vaso de plástico y ocho o nueve por un whisky en recipiente similar) y la actuación de un grupo principal precedido de un telonero. Nada más.
Pues me temo que, mientras haga calor, me voy a quedar con las ganas.