Sierra Nevada, Ahora y siempre.

'La felicidad y la ambición del dinero'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 3 de Abril de 2022
jornada.com
 'A mi parecer, la riqueza no es un bien material que se pueda conservar en casa como si fuera un objeto, sino una disposición del Alma; de otro modo, no se explicaría por qué algunos, aun poseyendo muchos bienes, siguen viviendo en medio de riesgos y fatigas con el único objetivo de acumular más dinero. Ni podría entenderse el comportamiento de ciertos tiranos que sienten tantos deseos de poder y tesoros al punto de cometer delitos cada vez más atroces. Los tales se parecen a personas que, pese a comer sin cesar, no muestran jamás signos de saciedad'. Antístenes

A pesar de las sabias palabras del ensayista y escritor Miguel de Unamuno, la felicidad es una cosa que se vive y se siente, y no una cosa que se razona y se define, no por ello hemos de rehuir el reto de tratar de detallar las causas de la felicidad y sus circunstancias, en especial, en lo referido a confundir felicidad con riqueza. Recurriremos a ese extraño antagonismo que llamamos infelicidad para ayudarnos a desvelar los misterios de su contraparte. La búsqueda de la felicidad nos define en tanto delimita nuestros valores vitales y morales. Si hiciéramos una encuesta acerca de si el dinero nos da felicidad, con la boca chica lo negaríamos, pero probablemente en nuestro interior todos creeríamos que sí. Sin embargo, pruebas tenemos de sobra acerca de numerosa gente que posee dinero como “castigo”, y sin embargo es infeliz.

La infelicidad es ese estado depresivo que nos alcanza cuando perdemos una felicidad que en numerosas ocasiones ni siquiera éramos conscientes de tener

La infelicidad es ese estado depresivo que nos alcanza cuando perdemos una felicidad que en numerosas ocasiones ni siquiera éramos conscientes de tener. Suele suceder que las cosas más valiosas solo las apreciamos cuando nos vemos privados de ellas; la amistad, el amor, el compañerismo, la salud o la paz, la mayoría de ellas difícilmente asociables a los excesos consumistas. Destruimos todas estas obsoletas virtudes en  nuestro tiempo de vida por nuestro afán acaparador. Perdemos de vista que no se trata de acaparar lo que no se puede atesorar, como si fuera algo imperecedero, para luego disfrutar de dichas virtudes a conveniencia. La felicidad en tanto la definimos por todas esas virtudes: amistad, amor, paz, salud, solo es posible vivirla en tiempo presente, los tiempos pretéritos son nostalgia, los tiempos que hayan de venir son anhelos.

Como comentábamos, al ver noticias acerca de gente rica y famosa, las envidiamos por sus circunstancias, lujos, dinero, exuberancia y demás aspectos de esa felicidad artificial con la que tanto nos tientan. Aparentemente tienen todo aquello que creemos nos llenaría de felicidad. A pesar de negarlo, siempre terminamos por pensar que la felicidad es un bien que se puede comprar. Luego, nos sorprendemos al ver cómo estas personas, más afortunadas en lo económico, pero no necesariamente más felices, tienen depresión, lo pasan mal, o se encuentran tan perdidos que confunden felicidad con placeres banales y pasajeros pagando un alto precio en el camino. Destruyen, más que construyen, las virtudes que podrían proporcionarles el epicúreo sosiego necesario para ser felices. ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo es posible ser infeliz si estamos a rebosar de bienes materiales?

Ser pobre o andar cerca de serlo impide o entorpece que podamos ser felices, digan lo que digan falsos adalides de 'Mr Wonderful'

Lo primero que tendríamos que aclarar, siguiendo las reflexiones aristotélicas, es que aunque por los motivos que vamos a enumerar lo material no da la felicidad, la total o parcial  ausencia de recursos vitales sí que nos agua la fiesta. Ser pobre o andar cerca de serlo impide o entorpece que podamos ser felices, digan lo que digan falsos adalides de Mr Wonderful. El filósofo estagirita tenía claro que la búsqueda de la sabiduría teorética, convertirse en sabio, máximo fin del ser humano, nos produce felicidad, pero si no tienes nada que llevarte a la boca, ni un refugio frente a las intemperancias del tiempo, si te ves asolado por circunstancias hostiles, o careces de salud, por mucha sabiduría en la que desees perderte felizmente, poco podrás hacer, ya que lo acuciante, seguir vivo dignamente, evita que alcances lo importante, ser feliz.

Puedes crearte una burbuja donde todo es artificial, pero ni el amor, ni la lealtad, ni la amistad, ni la empatía, pueden conjugarse bajo ese epígrafe de la artificialidad, a no ser que se desnaturalicen tanto que dejen de ser ellas mismas

Una vez clarificado este punto esencial, vayamos al debate: ¿por qué la acumulación de bienes materiales no nos llena de felicidad? Nos llena de placer, o puede hacerlo, sin duda. Momentáneos y pasajeros pero placer al fin y al cabo. Pero el placer dista mucho en tanto deseo satisfecho de convertirse en felicidad. No es incompatible, pero no es causa suficiente. El primer motivo por el que la acumulación de bienes no es causa efectiva de felicidad es porque mientras más tenemos más queremos. En numerosas ocasiones hemos comentado las trampas del consumismo moderno; no basta tener un IPhone estupendo, hemos de tener el último modelo. No basta tener un buen coche, hemos de tener uno aún mejor. No basta tener 10 pantalones si podemos tener 11, y así podríamos continuar con casi cualquier bien de consumo no esencial. No solo eso, sino que poseer riquezas no garantiza la amistad, como tener poder no garantiza la lealtad, ni el dinero ser amado, y sin embargo son virtudes que pretendemos comprar. Mientras repartas regalías es probable que mucha gente te manifieste cariño, lealtad, amor o amistad incondicional, pero a pocos de ellos les importaras. Y si eres desafortunado y caes en el abismo no perderán un minuto en echarte una cuerda para ayudarte a escalar. Puedes crearte una burbuja donde todo es artificial, pero ni el amor, ni la lealtad, ni la amistad, ni la empatía, pueden conjugarse bajo ese epígrafe de la artificialidad, a no ser que se desnaturalicen tanto que dejen de ser ellas mismas.

El problema es que ningún bien puede alcanzar una verdadera significación si no lo singularizas. Si para ti esa experiencia, con objetos o personas, no la revistes de un significado especial, e intransferible, se convierte en banal. Tenerlo todo lleva a no valorar nada

El segundo motivo, más allá de ese fatuo deseo que nunca está satisfecho por más que poseas, es la pérdida del valor de las cosas. Un ejemplo servirá para ejemplificar: el otro día, un amigo al que trataba de explicarle lo que siento cuando escucho un vinilo, cuando me deleito con lo artístico que acompaña al envoltorio, me respondía que con una suscripción  a un servicio de streaming el poseía miles de discos, a su gusto. Evidentemente sí, pero más allá de la discusión sobre la calidad del sonido, sobre lo que un artista pueda recibir en verdad por su trabajo en esos medios, o la experiencia inmersiva que supone saborear la escucha de un vinilo, desde que lo sacas de la funda, admiras el arte gráfico, hasta que colocas la aguja en la calidez de sus surcos y sientes el ruido de fondo, el problema es que cuando tienes acceso ilimitado a las cosas, rara vez disfrutas de ellas. Si puedes tener todo cuando quieras como quieras, si no eliges qué disfrutar, porque al elegir algo has de descartar otro algo, no disfrutas de lo elegido en toda su plenitud. No se trata de poder poseer todo, se trata de poder elegir, por disponibilidad, por trabajo, por lo que cuesta, algo entre ese todo que te permita exprimirlo al máximo. Poseer mientras más mejor te obnubila. Mucho no es mejor. El problema es que ningún bien puede alcanzar una verdadera significación si no lo singularizas. Si para ti esa experiencia, con objetos o personas, no la revistes de un significado especial, e intransferible, se convierte en banal. Tenerlo todo lleva a no valorar nada.

Y este problema nos conduce al tercero íntimamente relacionado; el carácter simbólico de aquello que nos produce felicidad. La pérdida de valor de aquello que debiera importarnos. Es como si perdiéramos la capacidad de oler, de tocar, de saborear la felicidad. Todo placer con el que pretendemos sustituir esa carencia termina por resultarnos insípido. Nos damos banquetes enormes de cosas que no necesitamos, pero más allá del atracón inmediato, no las disfrutamos. De hecho terminan por resultarnos insulsas, al desvalorizarlas porque podemos poseerlas sin límites, y por tanto dejan de resultarnos placenteras.

O dicho más sencillamente, nos sentimos felices porque nos hemos convertido, más o menos, en aquello que nos imaginábamos que querríamos ser

El filósofo Richard B Brand establece las condiciones de la felicidad en dos hechos; el primero son las emociones de bienestar que nos invaden antes, durante o después de algún acontecimiento. El segundo es nuestra disposición a “ser felices” en la medida que un determinado acontecimiento nos satisfaga en su conjunto, ya que es acorde con la idea que tenemos de aquello que nos hace felices. O dicho más sencillamente, nos sentimos felices porque nos hemos convertido, más o menos, en aquello que nos imaginábamos que querríamos ser. Si perdemos el valor simbólico de la felicidad, al querer siempre algo diferente a lo que podemos ser, buscamos siempre más y más, lo que nos llevará irremediablemente al fracaso.

Debemos distinguir en nuestra búsqueda de aquello que nos hace felices (duro debate ético que dura siglos) entre lo instrumental y lo intrínseco. Aquellas cosas que nos hacen felices porque nos permiten alcanzar estados que nos producen bienestar, o aquellas cosas que en sí nos hacen felices, sin referenciar nada más. Lo instrumental puede ser útil, como afirman las filosofías utilitaristas, pero puede llevarnos a una desvalorización de los bienes intrínsecos, si siempre necesitas algo para alcanzar ese otro algo que presuntamente es más valioso. El hecho es que, como dice un refrán oriental, que nos puede parecer manido y naíf, pero no dista de ser significativo: No hay camino a la felicidad, la felicidad es el camino. Obsesionarse por conseguir una cosa que nos lleve a otra que a su vez nos llevará a otra en un enloquecido laberinto a la caza de la felicidad solo logrará perdernos. Si comenzamos a disfrutar de aquellas cosas, por baratas que sean, e incluso gratuitas, sin esperar acumular más y más, quizá disfrutemos de más momentos de felicidad que de ausencia de ella, infelicidad. El amor, la salud, la amistad, la paz, no sé acumulan, se disfrutan y se valoran, en el ahora o nunca.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”