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El estoicismo o cómo burlarse del destino (La brújula moral)

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 6 de Noviembre de 2016
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'Todo es opinión, y la opinión de ti depende'. Marco Aurelio, Meditaciones.

Las cartas están marcadas, el destino está escrito y el muy tahúr nunca juega una mano limpia. Siempre esconde una carta bajo la mesa para aguarnos la partida. No importa si jugamos limpio o si aceptamos que la única forma de ganar es romper las reglas, tarde o temprano tu destino te llegará e irá dejándote las huellas de sus heridas hasta el golpe definitivo, el fin de partida, la muerte. Pero qué importa si no hay mayor libertad que la de aceptar lo inevitable, pues en esa aceptación encuentras la sabiduría del estoicismo. Encajar con entereza los golpes, y aprender por el duro camino de la experiencia que tu interior siempre será tuyo, que nada, ni nadie, podrá esclavizar tu conciencia y tu corazón, por muy esclavo que sea tu cuerpo. Ahí se encuentra la auténtica liberación que ofrece la ética estoica. No es de extrañar que el primigenio cristianismo, que encontró en la desesperanza de los esclavos el fuego en el que arder, utilizara sin escrúpulos las enseñanzas estoicas a las que añadió un misticismo que siempre fue ajeno a los pensadores que alumbraron el estoicismo. El filósofo emperador romano Marco Aurelio lo expresaba en sus Meditaciones con brutal franqueza: Todo lo que ocurre o lo puedes soportar o eres incapaz de hacerlo. Si te ocurre algo que puedes soportar por naturaleza, no te quejes sino sopórtalo, pues puedes hacerlo. Si, por el contrario, es algo que no puedes soportar por naturaleza, tampoco te quejes porque te agotará. Recuerda que tú puedes soportar por naturaleza todo lo que tu opinión haga soportable y tolerable al indicarte que te interesa y te conviene hacerlo.

El nombre de la escuela procede, como era habitual en las corrientes de pensamiento de la Grecia clásica, por el lugar al que asociaban a los pensadores que dieron forma a sus filosofías. En éste caso deviene del lugar donde uno de los fundadores, Zenón de Citio daba sus clases, conocido como El pórtico pintado, y pórtico es la traducción del termino griego Stoa. Una anécdota ha sobrevivido al desgaste de los tiempos sobre uno de los esclavos de Zenón, que nos dice mucho del corazón de sus enseñanzas, y de la dureza de su aceptación. Pillado in fraganti en medio de un robo, uno de los esclavos del filósofo, éste, que debía haber seguido con atención las enseñanzas de su amo, se justificó aduciendo que, si había robado era porque ese era su destino, a lo que Zenón le respondió; sin ninguna duda, como lo es ser azotado en castigo.

Grecia y Roma son los dos focos en torno a los que nació el estoicismo, aunque sus ecos han resonado en el pensamiento de nuestra civilización hasta la actualidad. Entre sus fundadores pensadores como el mencionado Zenón, Cleantes o Crísipo, por parte griega, mientras que herederos suyos en Roma fueron filósofos como Séneca, Epicteto o Marco Aurelio.

¿Cuál es entonces el epicentro de la moral estoica si el destino y los golpes que este nos aflige no se encuentran en nuestra mano? El autocontrol, que a pesar del ego de los nuevos gurús emocionales no es algo que inventaran ellos. La libertad de poder controlar nuestros juicios y representaciones, nuestros pensamientos, sobre todo aquello que nos sucede es el ancla del estoico ante los avatares de la vida. Si aprendemos a dominarnos alcanzaremos la ataraxia, la imperturbabilidad, la serenidad, la apatía, que nos llevará al bien supremo; la felicidad. Pues ningún acontecimiento externo podrá afligirnos ni perturbarnos de ninguna manera. Eso no quiere decir que renunciemos a las pasiones, pues son nuestras acompañantes de por vida, como decía Séneca, un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella. Pero sí que se ha de aprender a someterlas al yugo de la razón, pues si no aprendemos como hacerlo, la única vía posible es la perdida de la razón, de la cordura, la locura que acecha si nos sometemos descontrol de las pasiones.

La tradición estoica se encuentra tan arraigada en nuestra cultura que expresiones tan cotidianas como “tomarse las cosas con filosofía”, no significa otra cosa que; amigo, por muy jodido que sea lo que te esté pasando más vale que lo aceptes con estoicismo, pues no se puede cambiar, tómatelo con calma, qué le vamos a hacer. Si fallamos, no deberíamos frustrarnos, ni tampoco caer en el delirio si tenemos éxito, pues tanto el éxito como el fracaso son accidentes que nos suceden y en cualquier momento uno puede tornarse en su contrario.

Uno de los males que más nos desvelan y amenazan nuestra imperturbabilidad es el ineludible paso del tiempo y con él llega la vejez. Males que Cicerón, abogado, político y filósofo ecléctico que bebió considerablemente de las enseñanzas estoicas, define con claridad en Sobre la vejez; cada día cuesta más trabajar, el cuerpo se debilita, el goce de los placeres físicos disminuye y la amenaza de la muerte se encuentra cada hora más cerca. Pero ese inevitable destino no implica que nos rindamos, aún somos libres para responder adecuadamente a esos males; la vida aún puede ser soportable, la experiencia nos permite que nuestra eficiencia aumente, y por tanto el esfuerzo puede ser menor. La conversación y la amistad son también placeres propios de la madurez, que cultivados, nos proporcionan consuelo en nuestro lento declive, y el cuerpo y la mente pueden igualmente a través de la disciplina mantenerse alertas.

El dolor es otro de los grandes adversarios en nuestra vida, en la forma física, o en la pena que subyace a la perdida de los seres queridos. La respuesta como siempre se encuentra en que son inevitables tanto el dolor como la pena, pero si depende de nosotros como reaccionar a ella, en palabras de Marco Aurelio; Cuando te aflija un dolor, piensa esto: no es malo, no lesiona la inteligencia que me dirige, pues no la corrompe en su ser racional ni en su ser social. En los mayores dolores, estas palabras de Epicuro pueden serte de ayuda: "El dolor no es ni insoportable ni eterno, si recuerdas sus límites y no imaginas más de lo que es”. Piensa también que muchas cosas que nos molestan son idénticas al dolor, aunque no las sintamos como tal: tener sueño, pasar calor, no tener apetito. Si te disgustas por algunos de estos malestares, dite a ti mismo: cedes al dolor.

La vida nos parece breve, pero el problema nos indica el filósofo cordobés Séneca, no es tanto el tiempo que tenemos, sino el mal uso que del mismo hacemos. Tal y como tratan la vida algunas personas les daría igual disponer de mil años que de ochenta o cien, pues la desperdiciarían igualmente. Es una estupidez obsesionarse con el dinero, el sexo o la bebida en la juventud y esperar a la madurez para aprender la banalidad del tiempo que has perdido con estas obsesiones, nos recuerda el pensador romano. No significa no disfrutar de los placeres, sino que, al estilo epicúreo, nunca has de convertirte en esclavo de ellos. La frugalidad es tu mejor aliado en placeres, necesidades, amores, relaciones, en todo, pues la abundancia te malacostumbra a depender siempre de cosas que no necesitas para aprender lo que en verdad es valioso en tu vida. Es necesario aprovechar el tiempo y vivir en el presente las experiencias más valiosas y significativas que puedan dar valor a una vida, es un error pensar que siempre será posible hacerlo en el futuro; esa sonrisa que siempre nos sale destiempo, esa caricia que nunca te atreves a dar, no deberían perderse en el universo de las ocasiones perdidas, si en algo valoras cada minuto de existencia de la que dispones. Y para el pensador cordobés, no es sino el estudio de la filosofía el mejor instrumento del que puedes disponer para ayudarte a comprender, pues nos prepara nuestra mente, nuestro corazón, y por tanto nuestro cuerpo, para los inevitables males que tarde o temprano marcharan victoriosos sobre nuestras ruinas. Si no podemos vencerlos, al menos mantengamos la dignidad. Y séneca es buen ejemplo de ello, exiliado unos buenos años de su vida por ser amante de la hermana del emperador, Calígula. Al regreso de su exilio ejerció esa vocación que parece haberse redescubierto en los tiempos actuales como si hubieran inventado la pólvora, la de asesor político, en este caso con otro emperador, Nerón, al que como buen asesor también escribía los discursos. Claro, que, en caso de meter la pata, lo tienen mejor los asesores de hoy día, que como mucho les despiden y buscan otro político que asesorar. Séneca fue acusado de conspiración política-no, tampoco es un invento de nuestros días, aunque lo parezca- y antes de que le torturasen y matasen eligió suicidarse plácidamente abriéndose las venas, aceptando su destino con la mejor sonrisa irónica del estoico que se burla del destino.

Cicerón venía a decirnos que el destino ha elegido un papel para cada uno de nosotros en la obra de la vida, y que no nos cabe la rebelión, y adueñarse del destino, destriparlo y reinventar uno nuevo, como muchos siglos más tarde nos diría Friedrich Nietzsche rebelándose al estoicismo, sino aceptarlo, pues lo que sí se encuentra en nuestra mano es interpretar bien ese papel o no hacerlo y caer en el ridículo. Al contrario de los epicúreos para los cuales la amistad es uno de los bienes principales de la vida, sino el principal, para ellos es tan sólo una necesidad más de la especie humana, pues somos seres sociales, pero esa amistad ha de basarse en la racionalidad, y no en ninguna emoción de afecto incondicional. Una concepción fría, pero que más allá del error de intentar desprenderse de las emociones por completo, puede ayudarnos a blindar nuestra personalidad en torno a valores que hoy día parecen más necesarios que nunca; la autoexigencia en los deberes, el rigor y la coherencia intelectual, y la denuncia de la pasividad y debilidad de carácter. Más que una ética que nos indique qué hay que hacer, el estoicismo nos dice como hay que ser.

Marco Aurelio sentenciaba con estas palabras como habría de ser la vida: La perfección moral consiste en vivir cada día como si fuera el último, no ser apasionado ni indiferente, y no actuar con falsedad.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”