Esto es malo, caca
Cuando somos bebés, no nos planteamos lo que está bien y lo que está mal. Lloramos si no tenemos lo que queremos, reímos si estamos alegres, y nos enfadamos cuando lo consideramos oportuno, pero no guardamos ni retenemos nada. Por eso es tan frecuente ver cómo un bebé berrea con fuerza y al segundo siguiente ríe con la misma energía.
Después cumplimos años y el entorno nos explica lo que está bien y lo que está mal: pegar es malo, dar es bueno, insultar es malo, compartir es bueno… claro que si están pegándote continuamente, y nadie hace nada por evitarlo, tus padres te dirán que puedes devolver los golpes y si eres de los que regalan a sus amigos todos los juguetes que tienes, entonces, ellos también te detendrán y te pedirán que dejes de hacerlo, porque es bueno pero no tanto como para que permitas que te dejen sin nada.
A medida que vamos creciendo, construimos nuestra moral y nuestras creencias basadas en la experiencia propia y ajena, en los consejos que nos dieron nuestros padres, en las historias que escuchamos en la televisión o en los errores que diariamente asumimos que cometemos.
Y hoy en día no tenemos duda de que matar es malo, excepto cuando es en defensa propia o para proteger a nuestra familia o amigos, o si es para alimentarnos con un animal, o si ves que alguien va a acabar con la raza humana… o decenas de excepciones más, pero si alguien te pregunta, en principio no dudes en responder: matar es malo; ayudar a los amigos es bueno, menos cuando no estemos seguros de que sea un apoyo real para ellos, es decir, casi nunca. Imaginémonos que nuestro mejor amigo nos pide dinero porque sabe que tenemos liquidez; si no se lo damos, pecaremos de tacaños, pero, ¿y si sabemos que esa cantidad le va a servir para ponerle los cuernos a su mujer, a la que adoramos?
Los límites del bien y del mal son tan endebles, tan etéreos, que no es posible afirmar con rotundidad que algo es bueno o malo sin ningún matiz adicional
¿Entonces las situaciones son buenas o malas en función del resultado? Si yo doy dinero a una mujer sin hogar y lo utiliza para comprar una pastilla para suicidarse, ¿soy culpable?; si, en cambio, compra un décimo de lotería con esa donación y le toca el gordo, ¿soy responsable? ¿Y cómo puedo prever lo que va a ocurrir por un acto individual? Lo que está claro es que podemos hacer algo con la mejor intención del mundo y un resultado catastrófico y, por el contrario, también es posible que tratemos de fastidiar a alguien a quién odiamos y lo que consigamos sea encumbrarle.
Los límites del bien y del mal son tan endebles, tan etéreos, que no es posible afirmar con rotundidad que algo es bueno o malo sin ningún matiz adicional. Una gran mayoría, afortunadamente, consideramos que Hitler fue casi un demonio, pero, ¿qué hubiera pasado si hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial? Tal vez, la mitad de la población del globo habría sido exterminada y el resto estarían encantados con un régimen que les etiquetaría como la raza aria.
Hoy en día, en Arabia Saudí, Yemen o Irán se castiga con la pena de muerte a las personas que mantienen relaciones homosexuales; en Afganistán, Nigeria o Somalia es legal acabar con la vida de las mujeres cuando hay una sospecha de infidelidad a su marido. En esos estados, la frontera entre el bien y el mal tiene límites distintos a los que conocemos en España. Asimismo, hay varios estados de Norteamérica en los que es legal la pena de muerte, mientras que en Europa la consideramos una salvajada, al menos muchos ciudadanos.
Nuestros juicios negativos no son más que la manifestación de nuestros temores más evidentes o más profundos. ¿Qué es lo que puede temer la persona que se enfada porque ve a una chica con el pelo completamente rosa andando por la calle y la considera una marginal?
Si estamos de acuerdo hasta aquí, entonces es que somos capaces de ver que el bien y el mal son conceptos que dependen del momento histórico, del lugar en el que nos encontremos, de nuestras creencias personales…o sea, que no existen como algo objetivo. Y si el bien y el mal no existen, entonces, ¿por qué nos pasamos la mayor parte del tiempo juzgando lo que es bueno y lo que es malo?
La respuesta es sencilla; nuestros juicios negativos no son más que la manifestación de nuestros temores más evidentes o más profundos. ¿Qué es lo que puede temer la persona que se enfada porque ve a una chica con el pelo completamente rosa andando por la calle y la considera una marginal? En realidad, tiene miedo a que el mundo no se comporte tal y como él cree que debería hacerlo, porque eso significaría que se tambalearían sus valores, temblaría su universo, ese que habría creado con tanto detalle en función de ideas absurdas trasmitidas por el entorno y adoptadas como propias.
Todo juicio es la manifestación de un temor propio, así que la liberación del juicio puede conllevar que nos libremos del miedo.
Mucha gente considera que es imposible emanciparse de los juicios, porque es algo natural e intrínseco a nosotros: valorar, evaluar, sentenciar… La verdad es que esa idea no es más que otra creencia, que será cierta si le damos el valor de real. Cuando cambiemos nuestra forma de pensar, quizá veamos que es más sencillo no etiquetar. No es necesario que coloquemos cada situación, cada experiencia, cada cosa en la parte de lo bueno o de lo malo. Nadie más que nosotros nos obliga a considerar lo que está bien y lo que está mal.
Pero, claro, para dejar de juzgar, para evitar clasificar, para no posicionarnos por encima de un sector social y por debajo de otro, lo primero que precisamos es ser sinceros con nosotros mismos y mirarnos en un espejo. ¿Cómo somos? No cómo queremos ser, ni cómo nos gustaría ser, ni lo que odiamos y no odiamos de nuestro cuerpo, si no…en un ejercicio de sinceridad supremo, mirar introspectivamente al interior y vernos tal y como somos en realidad, sin juzgarnos, únicamente, observándonos. ¿Cómo reaccionamos ante los estímulos? ¿Por qué nos enfadamos ante ciertas personas? ¿Qué nos pone tristes? ¿Cómo nos sentimos en cada momento?
Cuanto más libre de creencias estés, más fácilmente estarás en paz y, por tanto, serás más feliz y estarás más cerca de la idea de plenitud
Estamos convencidos de que nuestro esquema de creencias de lo que es bueno y malo nos conduce a elevarnos, a ser mejores: a los creyentes les lleva a sentirse más parecidos a Dios y a los ateos, les hace verse como personas más completas. Es alrevés. Cuanto más libre de creencias estés, más fácilmente estarás en paz y, por tanto, serás más feliz y estarás más cerca de la idea de plenitud.
Creemos que enseñamos a nuestros bebés a ser mejores cuando les indicamos que «esto es malo, caca», y en realidad nos estamos perdiendo la principal lección que ellos nos dan de la manera más natural: vivir con intensidad el momento sin juzgar absolutamente nada, dejar aflorar nuestros sentimientos para después permitirles que se vayan.
Y es que hasta la caca es necesaria para que el ser humano pueda seguir viviendo.