¿Es posible ser bueno sin ser bobo y además ser feliz?

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 21 de Julio de 2019
Dibujo de Ahmed Awaad.
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Dibujo de Ahmed Awaad.
'Los ideales que han iluminado mi camino una y otra vez, y me han infundido valor para enfrentarme a la vida, han sido la bondad, la belleza y la verdad'. Albert Einstein

Lugar; una Taberna, la de Kafka, ese espacio para el encuentro, real y metafísico, conocido por los lectores habituales de estos textos. Situación: la segunda presentación del libro en el que llevo trabajando cuatro años, La Soportable Levedad, para tratar de dar herramientas filosóficas con las que responder la incertidumbre que acompaña las preguntas de nuestra vida. Me las prometía muy feliz, vino y filosofía, ¿qué podía salir mal? Confiado en estar capacitado para responder a cualquier pregunta con la que pudieran inquirirme sobre el libro, la filosofía, o la vida misma. Qué ingenuo, afortunadamente, la vida siempre nos sorprende, como a mí lo hizo la sencillez y la honestidad de una pregunta que va dirigida al corazón del sentido de la vida, al menos desde una perspectiva ética. Un amigo, que había viajado expresamente para acompañarme, me preguntó: Todo esto está muy bien, pero ¿es posible ser bueno? No se extendió mucho más, pero el horizonte de abismos y aporías ante esa pregunta se abrió ante mí. Trate de responder lo mejor que pude, pero no dejé de sentirme insatisfecho, y durante varias noches el soniquete inquisidor de la pregunta resonó en las acechantes sombras de mis sueños. Como en toda pregunta, tan importante o más que lo que se dice, es lo que se sugiere, lo que no se pronuncia. Y en este caso la pregunta que a mí, y creo que a la mayoría de la gente le viene a la cabeza es: ¿es posible ser bueno, sin ser bobo, o que te tomen por tal, y además alcanzar algo parecido a la felicidad? Todo un reto por delante.

Comencemos por lo evidente; ser bueno en un sentido general tiene un significado no necesariamente vinculado al comportamiento moral, algo bueno es algo conveniente, satisfactorio, bien hecho. No son pocas las ocasiones en las que aplicamos ese adjetivo a las personas que destacan en algo, o nos lo parece

La pregunta se abre en un abanico inmenso de posibilidades, y dado que cientos de filósofos mucho más inteligentes y sabios que yo han dedicado sus vidas a lo largo de muchos siglos a responderla, no trataré ahora de dar una respuesta, que dudo mucho que la haya, al menos sin tantas espinas, que no sangres al dar una u otra contestación, pero si tratar de acotar un poco qué inquietantes encrucijadas vislumbré al tratar de responder, y con suerte, tan necesaria en la filosofía como en la vida, algún grano de arena incorporaré a la sabiduría de todos aquellos que trataron con mayor éxito que yo de responderla. Comencemos por lo evidente; ser bueno en un sentido general tiene un significado no necesariamente vinculado al comportamiento moral, algo bueno es algo conveniente, satisfactorio, bien hecho. No son pocas las ocasiones en las que aplicamos ese adjetivo a las personas que destacan en algo, o nos lo parece. Hay algún que otro filósofo, como Spinoza, que dice con claridad que lo bueno es aquello que nos es útil. Hume, con su típica perspicacia, lo relaciona con aquello que deseamos, que solemos calificar como bueno, al igual que decimos que lo malo, por el contrario, es aquello por lo que sentimos aversión. Esos dos sentidos de utilidad y deseo, suelen ser los usos que se esconden, florituras dialécticas aparte, cuando calificamos algo como bueno, y en más de una ocasión cuando lo aplicamos a las personas. Si lo vinculamos a la ética, en un sentido estricto, viene a definirse por su conformidad a la idea de bien y a las normas morales que sobrevuelan nuestro horizonte social, que varía enormemente de un sitio a otro, de una época a otra. Ya que es, como no podría dejar de ser, un horizonte plural y variado.

La respuesta típica de la ética, es una respuesta tan abstracta e indefinida como la que nos daría cualquier político que no quiere, o no puede, responder en una rueda de prensa a una pregunta comprometida. Porque, además, si afinamos más la pregunta  quedaría algo así: ¿cómo es posible ser bueno en un mundo que no quiere que lo seas? 

La respuesta típica de la ética, es una respuesta tan abstracta e indefinida como la que nos daría cualquier político que no quiere, o no puede, responder en una rueda de prensa a una pregunta comprometida. Porque, además, si afinamos más la pregunta  quedaría algo así: ¿cómo es posible ser bueno en un mundo que no quiere que lo seas? Un mundo que recompensa la utilidad, pero no la inútil generosidad de quien se guía por la bondad. Un mundo que valora lo material y egoísta de aquello que puedes poseer, lo tangible, por encima de la intangibilidad y la mera satisfacción subjetiva de actuar con bondad. Si posees empatía, algo en vías de desaparición, por otro lado. Ponerse en la piel del otro, sentir las lágrimas del otro, sonreír porque el otro es feliz, compadecer al que sufre, y lo más importante, actuar para ayudar al que lo necesita sin esperar más recompensa de saber que estás haciendo algún bien, no se encuentra entre las prioridades de este mundo lleno de influencers  e imbéciles que se hacen pasar por sabios para aconsejarnos. No, tener bondad, en el sentido más puro de la palabra, ser bueno en un mundo que te castiga o te desprecia por ello, no está de moda. Si a eso le añadimos, que no te tomen por bobo por esa generosidad, y que puedas ser feliz, sin pisotear a nadie para vivir tu vida, a tu libre manera, contento de  que los demás la vivan como ellos quieran, ya sería la repera. El poeta Walter S. Landor desvinculaba, con toda razón, la bondad de la felicidad, la una no lleva a la otra, ni viceversa: seguramente la bondad no hace a los hombres más felices de lo que la felicidad los hace buenos. Un triste alegato que desgraciadamente tiene visos de ser lo que sucede en la mayor parte de las ocasiones.

Es tan complicado ahora, y desde siempre, encontrar motivos para la bondad, que desde hace una eternidad las religiones han tratado de ponernos el caramelo en la boca, diciéndonos que si nos portamos bondadosamente iremos al cielo, o al paraíso

La bondad es por naturaleza un gesto desinteresado, y en ese desinterés encontramos el corazón de la pregunta, con todas sus espinas que nos hacen sangrar. Aquella persona que consideramos bondadosa, buena, se esfuerza por evitar el sufrimiento ajeno, más allá de la conveniencia personal de sus acciones, porque siente que es lo correcto, que es su deber, y todo hay que decirlo, porque es feliz en su desprendimiento, a pesar de las múltiples tentaciones que le aconsejan mirar primero por su propio interés y luego, en todo caso, por el otro. Tan raro es ese comportamiento que cuando conocemos una persona generosa en su bondad, al describir su comportamiento, rara vez no nos decimos: de buena que es, es boba. Es tan complicado ahora, y desde siempre, encontrar motivos para la bondad, que desde hace una eternidad las religiones han tratado de ponernos el caramelo en la boca, diciéndonos que si nos portamos bondadosamente iremos al cielo, o al paraíso. Como si fuéramos niños a los que premiar si queremos que se vayan a la cama, o regañarnos, asustándonos con un infierno con el  que castigar nuestras inmortales almas si nos da por ser malos. La bondad es desinteresada, porque tal y como decía Joubert, la bondad consiste en estimar y amar a la gente más de lo que merece. Si solo somos bondadosos con aquellos que creemos lo merecen, algo se quiebra en esa generosidad. Uno puede ser bondadoso y desprendido con aquellos que ama, o con los que se siente especialmente vinculado. Esa es una actitud maravillosa, pero no tiene que ver con la bondad, en el sentido ético de desinterés del que hablábamos.

Los héroes son futbolistas cuya imbecilidad crece proporcional a los millones que ganan, influencers que se hacen ricos vendiendo el agua con el que se bañan, y que presumen de agotar las existencias. Sucesos como éste dicen mucho de hacia dónde vamos. Más bondadosos no, pero más bobos sí que seremos si persistimos por ese camino

¿Es posible ser un santo laico más allá de la religión que nos premia o nos castiga? Albert Camus lo tenía meridianamente claro; esa vida de bondad, desconectada de cualquier premio o castigo celestial o infernal, es a la que hay que aspirar; difícil vida, de servicio y sacrificio a los demás, sabiendo que no hay recompensa, ni terrenal ni celestial. El filósofo y escritor lo ejemplifica en el icónico medico protagonista de La Peste. Este tipo de héroes, que representan lo mejor que hay en el ser humano, lo vemos de vez en cuando en la prensa o en los periódicos, como la capitana del barco con migrantes que se enfrentó a los neofascistas que gobiernan en Italia esparciendo odio, para poder salvarlos. O muchos médicos, ingenieros, profesores, que deciden que ayudar a los que lo necesitan merece la pena, pagues el precio que pagues, por simple ética, sin más recompensa que la satisfacción de enjuagar la lágrima de un niño abandonado y roto por la codicia y violencia de la guerra, o regalar una sonrisa y cuidados a una mujer cruelmente violada por los perros de la guerra que dejamos libres, para que unos cuantos puedan enriquecerse más y más. En esas tierras perdidas y asoladas por la violencia sin sentido. Esas vidas son un ejemplo, y hay más héroes anónimos de los que pensamos, pero no es este un mundo que ni premie, ni visibilice a ese tipo de personas. Los héroes son futbolistas cuya imbecilidad crece proporcional a los millones que ganan, influencers que se hacen ricos vendiendo el agua con el que se bañan, y que presumen de agotar las existencias. Sucesos como éste dicen mucho de hacia dónde vamos. Más bondadosos no, pero más bobos sí que seremos si persistimos por ese camino.

Henri-Fréderic Amiel, filósofo suizo, decía que la bondad es el principio del tacto, y el respeto por los otros es la primera condición para saber vivir. Saber vivir, aprender a convivir, con la bondad como guía. El egoísmo es contagioso, la ambición y la crueldad parece que también, pero, por qué la bondad no puede serlo. Cuántos actos inútiles de bondad, causados por extraños, marcan la diferencia en tantas vidas. Esos corazones que deciden que el dolor ajeno les importa, que no miran a otro lado cuando alguien sufre, le conozcan o no, que deciden salir del cómodo egoísmo en el que nos educan para alcanzar una apariencia de felicidad. El infierno son los otros, palabras de Sartre que ejemplifican qué difícil es actuar con generosidad, entender que todo el bien que hacemos a otros, nos lo hacemos a nosotros mismos, que todo sufrimiento, que causamos, o ante el que no hacemos nada, nos daña a nosotros, cuando dejamos que la indiferencia campe por sus anchas. En un mundo tan estúpido como el que estamos construyendo confundimos bondad con estándares artificiales de belleza, cegados por el espejismo de no mirar en el interior de las personas, y sí donde menos importa.

En un mundo tan estúpido como el que estamos construyendo confundimos bondad con estándares artificiales de belleza, cegados por el espejismo de no mirar en el interior de las personas, y sí donde menos importa

¿Es posible ser bueno sin ser bobo, y además ser feliz? No lo sé, probablemente no, pero, que algo esté destinado al fracaso, como pretender responder a esta pregunta, no impide que debamos dejarnos la piel por intentarlo. No hace falta convertirse en un santo, laico o religioso,  o en un héroe, al estilo de los abnegados voluntarios que sacrifican toda su vida para llevar algo de bienestar y felicidad a los que sufren. Para llevar una vida buena, guiada por la bondad, basta con hacer lo posible por ayudar a aquellos que lo necesitan y están a nuestro alcance, no ser indiferentes a su dolor. No hay porque ser un bobo indiferente al bienestar propio, ni estar continuamente angustiado por el dolor y el mal que hay en el mundo, de tal manera que seamos incapaces de disfrutar de la vida  y aspirar a algo parecido a la felicidad.  Se puede uno preocupar por el bienestar de los demás, a la vez que nos preocupamos por el nuestro. Se trata de algo tan sencillo como dejar que los demás sean felices a su propia manera, sin pretender que lo sean a la nuestra. Aprender a confiar en los demás, en las sabias palabras del no menos bondadoso Montaigne; Una prueba no pequeña de la propia bondad es confiar en los demás. Si cada día al levantarnos nos propusiéramos realizar un simple acto de bondad altruista, si cada noche al acostarnos, los ecos del bien que hemos causado, resonaran en nuestros sueños, quizá esos sueños serían compartidos, y pocas cosas hay en la vida más bondadosas, menos bobas, y más felices, que compartir sueños.

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”