Epitafios en el paraíso
'Pase tanto tiempo en busca del aforismo perfecto, capaz de expresar en diez palabras las inquietudes de diez mil corazones distintos, que olvide que solo necesitaba encontrar un aforismo imperfecto que importara a un solo corazón'.
I. Para (vivir)
Llorar cuando tienes ganas de reír es el arte de interpretar, sonreír cuando tienes ganas de llorar es el arte de sobrevivir.
Conozco a algunas personas extraordinarias, que rara vez se dan cuenta de que lo son, porque ser extraordinario no tiene nada que ver con sentirse especial, con creerse mejor o más listo. Ser extraordinario es comportarse con los demás creyendo que nadie es ordinario, que cada regla tiene su excepción, que cada excepción nos enseña que lo extraordinario es esa sonrisa regalada sin esperar nada a cambio, que cada manera de ser o de no ser tiene su propio y extraordinario valor, que los renglones inesperados con los que escribimos nuestra vida, son igualmente hermosos, nos lleven o no a la meta.
La felicidad, como el aroma de un beso, tan sólo puede existir en modo presente, pretender conjugar a una o al otro en tiempo pasado, nos arrastra a la nostalgia o al pesar, y especular con su futuro, es tanto una esperanza como una condena.
Dudar sobre lo que crees conocer te hace más sabio, o te vuelve paranoico, que viene a ser lo mismo. Dudar de aquello que crees sentir te vuelve más lúcido, o te lleva a la locura, que viene a ser lo mismo.
Ser inteligente no garantiza que no cometas errores, más bien lo contrario. Ser diferente no garantiza que seas apreciado, más bien lo contrario. Ser atrevido no garantiza que tengas éxito, más bien lo contrario. Pero, lo que es seguro, es que sin ser inteligente, sin ser diferente, y sin ser atrevido, no existe la genialidad.
El día que aceptemos que el conocimiento viene acompañado de un veneno natural cuyo único antídoto es la sabiduría y que la sabiduría ineludiblemente viene entretejida con hebras de locura, será el día que perdamos el miedo a vivir en la incertidumbre.
Todo tiene significado, nada tiene sentido. Esa es la tragicomedia en la que vive la paradoja de ese extraño ingenio llamado corazón.
La sutileza; esa gran olvidada de los tiempos modernos. Sin ella, la razón se vuelve dogma. Sin ella, los sentimientos se tornan vulgares invitados en nuestras vidas. Sin ella, la política es tan real que asusta. Sin ella, la lujuria es tan sólo deporte. Sin ella, el sexo no encuentra locura en la sinrazón, ni pasión que queme los límites de sus sentidos. Sin ella no hay éxtasis al que suplicar por el olvido. Sin ella, todo... aburre.
No hay mayor bendición en el amargo relato que llaman realidad, que ser denunciado al banal tribunal de la cotidianidad, acusado de la insolencia de ser un verso desarreglado, en ese canto a la lucidez, que llaman despectivamente, ser nosotros mismos.
Entre la gente que no tiene nada que decirse, la que ya se lo ha dicho todo, y los que están enamorados de su móvil, es un milagro que aún siga existiendo entre humanos esa cosa llamada amor ( o sexo).
Puntos finales, puntos suspensivos, puntos y aparte, comas, interrogaciones, exclamaciones, y mil signos más, colocados a destiempo, que muestran la ardua labor de practicar correctamente la ortografía del amor, del sexo o de la pasión.
II. Sin (vivir)
No hay sueño que no se encuentre asediado en sus límites por una pesadilla y no hay pesadilla que no pueda sucumbir al amanecer de un sueño.
Epitafio para los ángeles caídos. Ahora, que tan sólo quedan los recuerdos, enterrados en las lápidas de la memoria, ahora, que el néctar del olvido queda diluido en el amargo licor del dolor. Permaneced firmes en vuestro silencio, pues el eco de vuestras palabras impregnará para siempre nuestros corazones, como el faro que permanece incólume ante el mar de la desesperanza.
Lo más divertido de la lujuria no es caer en ella, ni siquiera ese enredo llamado seducción que empleamos para conseguirla, es el tiempo que pasas cavilando como practicarla sin parecer ridículo.
No cabe duda que tener sentido del ridículo es, a destiempo, el más ridículo de los sentidos.
No hay cosa más simple, más hermosa, más triste, ni más difícil de interpretar que un suspiro; deseo, resignación, alegría, pena, alivio, esperanza, temor, maravilla, confianza, ironía. Así es la gramática del suspiro, que en una décima de segundo nos lleva más lejos en nuestras ansías de comunicación, que miles de eruditas páginas de filólogos hermeneutas del sentido.
Resulta paradójico el poco respeto que nuestros sueños tienen por las leyes de la física y en cambio el reverencial seguimiento de la química de nuestros deseos.
Nada es para siempre, dicen, pero acaso, ¿no es la vivencia del tiempo lo que importa? Un sólo instante puede significar una eternidad y una eternidad irse en un suspiro. Y aun así nos obsesionamos por cronometrar la duración de nuestras vivencias, de nuestros sentimientos, de nuestros errores y aciertos. Nada es para siempre, excepto la estupidez humana.
¿La pasión ideal? aquella a medio camino entre la euforia de un ángel perturbado por la sensualidad de los placeres del cuerpo, y la desazón de un santo atribulado por el deseo de experimentar aquello a lo que quiso renunciar.
Menos mal, que como contrapeso a la insoportable levedad del ser, tenemos la soportable pesadez de la existencia, o podríamos terminar por ir levitando por las calles de nuestra vida.
La eterna contradicción entre sentir y ser, apoplejía de la razón.
Tarde o temprano, cada pensamiento debe encontrar su verdad: o se hace carne o muere. Tarde o temprano, cada sentimiento debe encontrar su verdad: o se desborda o muere. Tarde o temprano cada pasión debe encontrar su verdad: o sangra o muere. Tarde o temprano cada deseo debe encontrar su verdad: o quema o muere. Tarde o temprano cada vida debe encontrar su verdad: o se hace carne, se desborda, sangra y quema, o muere.
Miras el reloj, te das la vuelta. Dejas pasar una eternidad. Vuelves a mirar el reloj. Ha pasado un minuto.
La experiencia nos dice que los únicos que no mienten son los locos, los ebrios, y los que no tienen nada que perder. Los primeros, porque tan sólo les importa el mundo que han creado, y les da igual lo que otros piensen. Los segundos, porque sólo les importa olvidar el dolor, y los que no tienen nada que perder, porque sólo les queda su dignidad. ¿Cómo no bendecir la verdad de aquellos locos ebrios que no tienen nada que perder?
Elogio de la Locura. Locura es entender que cada uno de nosotros somos diferentes y que es precisamente eso lo que nos hace iguales. Locura es aprender que cada uno de nosotros solo ve una milésima parte del todo, y que no entender algo, es la única manera de entender de qué va todo. Locura es aceptar que no hay precio que podamos poner a la dignidad humana, porque no se vende. Locura es amar, sabiendo que siempre que lo haces pierdes una parte de ti que nunca vas a recuperar. Locura es reírte cuando pierdes y llorar cuando ganas, porque sabes que siempre pagas un precio demasiado alto, en ti o en aquellas personas que te importan.
III. Sobre (vivir)
Filosofía, sí, pero que sustituya lo unívoco por lo diverso, donde el caos juegue en las sombras del orden, donde la pasión se enrede en el tejido de la razón, y la indiferencia sea sentenciada al exilio allí donde encuentre una sonrisa. Sí, filosofía, pero que acaricie allí donde la religión oprime, que sueñe allí donde la ciencia tema entrar, que libere aquello que la política oprime, que nos despierte del sonambulismo del poder. Sí, filosofía, pero ¿qué filosofía?
El placer de disfrutar de la literatura no debería ser obstáculo para perdernos en el "estilo", para dejarnos atrapar solo por la calidad de los adverbios, por las propiedades de los adjetivos. Pero tal vez deberíamos ir más allá, dejarnos subyugar por la trama, seducir por sus personajes, entender el porqué de cada historia, sentir con los personajes cada pulsión, cada deseo o pasión. Vivir la literatura como si fuera la vida, narrar tu vida como si fuera literatura, y entonces, quizá, cerrar ese libro, vida o literatura, no nos asustaría tanto, pues nuestra vida siempre formaría parte de la biblioteca de la vida de los demás.
Si el arte, lo único que nos permite vislumbrar más allá de las apariencias, y aquello que llamamos realidad no coinciden, ¿dónde debe recaer la sospecha?
Una cultura empieza a morir cuando tan sólo se reivindica apelando a sus tradiciones, no a su futuro.
Hay literatura porque la historia, hija de la memoria, está rota y llena de mentiras que encubren verdades y verdades que deberían ser mentira, y qué mejor respuesta a la quiebra de lo que fuimos que perderse en narraciones de lo que podríamos ser o haber sido. Hay arte porque el mundo es absurdo, y qué mejor respuesta al absurdo que perderse en el goce estético. Hay poesía porque escondemos nuestra locura en una máscara de cordura, y qué mejor respuesta a la quiebra de nuestra razón que deleitarnos en un apasionado laberinto de versos recitados a destiempo. Hay ciencia a pesar de los dioses, porque, qué mejor desafío al infierno de la religión que nunca dejar de ser niños preguntando a la madre naturaleza ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Se decía en la antigüedad que la filosofía no valía para nada y eso le permitía valer para todo, hoy día se dice que la filosofía vale para todo y por eso no vale para nada. ¿Qué mejor elogio que despertar la misma opinión después de más de dos mil quinientos años?
Si la gramática va a dominar nuestras vidas, nunca dejemos que nos conviertan en un pretérito imperfecto, en verbos irregulares que buscan desesperadamente un predicado, y convertirnos en qué, tan solo en un presente de indicativo, soñando un futuro pluscuamperfecto, aquello que hubiéramos podido ser.
IV. Con (vivir)
Primero, para analizar los problemas y encontrar soluciones, los debates. Tras los debates, para aplicar las soluciones, la política. Tras la política, aún hay algo más importante, la vida; los amigos, la felicidad, la salud, el amor. Así que, más nos vale priorizar adecuadamente el orden de los factores, que sí altera el producto, o sea, la vida.
Teoría escénica de la política: a veces una mala acción estropea una buena obra, pero no siempre una buena acción dignifica una mala obra.
¿Dónde reside la verdadera naturaleza del poder? No en el control, pues éste rara vez radica en el centro, sino en sus satélites. ¿Entonces? La verdadera naturaleza del poder se encuentra en la apariencia de control, no en el control mismo.
La aritmética del poder ni entiende de integridad ni entenderá, pero la geometría de la política no debería sobrevivir sin aceptar el teorema de la dignidad.
Deberíamos tener cuidado de no convertir la búsqueda del aplauso, del reconocimiento, en un elogio de la estupidez, propia o ajena.
La diferencia entre lo "nuevo" y lo "viejo" en política es la misma vieja diferencia de siempre; no hay nada nuevo en entender que una cosa es la vocación cívica de servir y otra muy diferente la ocupación pública para servir (se).
Si alguien te dice:
- ¡Tienes que ver las cosas con perspectiva! ir a lo general, no lo particular.
Quiere decirte:
- No me interesan tus deseos, preocupaciones, dudas, ni tampoco tu tristeza, alegría, problemas, esperanzas, nada que sea concreto, particular, nada que no sea importante para El FIN, sea el que sea éste y sea quien sea el que lo haya decidido.
Y queda retroceder, o negarse y decir:
- Mi dolor, mi esperanza, mis sueños, mis dudas, mi tristeza, mi alegría, no es más ni menos importante que la de cualquier otra persona, pero es lo que soy y lo que soy no puede definirse bajo ninguna comparación "en general", ni disolverse en ninguna perspectiva más grande, si no quieres que me desvanezca y me convierta tan solo en otro número que sumar o restar a una cuenta.
La política, como el amor u otras extrañas formas de relación humana, rara vez encuentra soluciones fáciles, por el mismo simple motivo; rara vez encuentras lo que buscas, porque nunca miras lo que tienes justo enfrente de ti.
Entre la política entendida como técnica para gestionar realidades y la política entendida como arte para cumplir sueños, la diferencia es tan simple como vivir el presente atrapado por el pasado, o atreverse a vivir hoy día creyendo que hay un futuro.
La democracia no deja de ser un ejercicio del aprendizaje, no de la victoria política, sino de cómo perder. Y perder, no es sino una oportunidad para escuchar a aquellos que han dejado de confiar en ti, y ver en qué les has fallado. Ganar no trata de expulsar de la comunidad, ni de la oportunidad de victoria, a los que han perdido, sino que es una oportunidad de escuchar y aprender de los que no te han apoyado, y ser fiel y mantener la palabra dada a quienes te han confiado su futuro.
V. Des (vivir) se
Seguramente el mundo es una entelequia, y probablemente la vida un sueño, pero las personas son reales.
Yo ego, tu ego, el ego, nosotros ego, vosotros ego, y el otro ¿dónde queda?, tanto protagonismo y tan poco que decir...
Mil razones para actuar, un solo motivo para abstenerse; el miedo y sus preposiciones. Vencidos por la ley de la gravedad de nuestras pesadillas, donde las razones se estrellan a la velocidad de nuestros suspiros.
Podemos soportar con mayor o menor indolencia a aquellos cegados por la fe ciega en una religión, una idea, una persona, un amor o un odio, pero ¿cómo vamos a conversar con ellos? Dadme sofistas, diletantes, bufones o a cualquiera dispuesto a aceptar cualquier sonrisa por la que competir, cualquier lágrima por la que enfurecerse, cualquier excusa para compartir una conversación.
Si empleáramos la mitad de la energía y tiempo que gastamos quejándonos de las personas que creemos nos han decepcionado, en analizar y cambiar los motivos y actos que llevaron a que otras personas se sintieran a su vez decepcionadas con nosotros, quizá, tan solo quizá, no perderíamos tanto tiempo conjugando las múltiples combinaciones del dichoso verbo.
Cada día una historia, cada noche un cuento. Cada amanecer un relato, cada anochecer una fábula. Cada vida una narración, cada persona una novela. Vivir mil historias contadas, amenizadas con relatos de una fábula, narradas como si fuéramos los protagonistas de una novela. Ése es el pequeño secreto que esconde la sabiduría. No hay más, pero sí hay menos
Qué puede ser la perfección sino la imperfecta búsqueda de imperfectas soluciones a problemas que nos ayuden a ser imperfectamente perfectos.
El mordisco del tiempo lo cambia todo, lo desgasta todo, lo relativiza todo; dolor, amor, odio, sufrimiento, alegrías, deseos, pasiones, deudas, resentimiento, pero hay algo tan eterno como el propio tiempo en sí mismo. Ese presente tan vívido, ese instante eterno, ajeno al antes y al después, el único, en el que podemos competir con los propios dioses, exultantes mientras perdemos el sentido, sumergidos de lleno en nuestros anhelos, abandonados nuestros miedos, viviendo a través de otra piel, de otro tacto, de otra mirada. Ese momento robado donde abandonamos el sí mismo para vivir a través del otro.
VI. Por (vivir)
Vivir con dignidad implica hacer lo correcto, las cosas que debemos, a las que estamos obligados en nuestra condición de ser humano, pero saber vivir, implica cometer errores, a veces hacer cosas que no deberíamos, ser incorrectos. En el equilibrio imposible de esa paradoja es donde se encuentra el secreto de nuestra existencia.
Toda acción tiene consecuencias. Toda omisión tiene consecuencias. Toda decisión tiene consecuencias. Toda indecisión tiene consecuencias. Toda consecuencia tiene causa. Toda causa tiene un motivo. Todo motivo tiene un deseo. Y todo deseo tiene consecuencias.
Escuchar a todo el mundo es síntoma de respeto, hacer caso a unos pocos es señal de inteligencia, oír a tu corazón es una muestra de sabiduría.
Des(moralizar) el verbo deber en todas sus formas gramaticales, disolver la moralidad del pasado, presente y futuro que nos condena por lo que fuimos, somos o podríamos ser, y así aprender a vivir de nuevo sin temor a lo que fue, lo que es o lo que podría ser.
Extraño concepto el de la lealtad. Tan exigida por algunos, tan fácilmente ofrecida por otros. Es cierto que se puede obtener o dar a cambio de un precio, pero ¿quién nos dice que no habrá nadie que pague uno más alto y obtenga una “lealtad” mayor? Lo mismo ocurre cuando alguien la ofrece con prodigalidad, como a veces se ofrece el amor o la amistad, como si repartiéramos chicles, tan fáciles de masticar, y tan fáciles de olvidar su sabor. Pero la lealtad, el amor y la amistad, duelen, son difíciles de dar y de obtener, pagas un precio, y a veces lo único que obtienes son deudas que nunca se pagaran, por eso merece la pena morderlos cuando crees conseguirlos, duelan o no, y por eso son tan difíciles de dar, de obtener, o de mantener.
Entre las excusas tontas, la que se lleva el primer premio es aquella de "por costumbre”.
En un mundo lleno de payasos que roban las sonrisas de la gente, solo los bufones que enjuagan nuestras lágrimas y nos devuelven nuestras sonrisas hacen nuestra existencia soportable.
No hay gente más peligrosa que aquella que con sus palabras son capaces de hacer sangrar esos corazones adormecidos por el abuso del opio de la costumbre.
Dedicamos tanto tiempo a intentar descifrar el algoritmo de la felicidad, esas reglas tan bien definidas y prescritas que nos lleven a ella, que no hacemos sino desorientarnos y perdernos en su búsqueda. A veces por la estupidez ajena, pero especialmente por la propia, sin darnos cuenta, que lo que deberíamos haber hecho es dejar de buscar, pensar, analizar, y aprender a disfrutarla en esos fugaces momentos en los que aparece en nuestra vida.
El grado de nuestro egoísmo se mide en la dureza con la que juzgamos las mentiras ajenas y la indulgencia con la que contemplamos las propias.
Aquellos que presumen de estar en posesión de una superioridad “moral”, además de usualmente ser hipócritas al estilo de “ni una mala palabra, ni una buena acción”, en realidad, lo que muestran es su profundo desprecio por la “moral” de los demás.
La experiencia de los fracasos en tu vida sitúa el umbral del criterio para medir la inteligencia de tus actos en la escurridiza sensación de haber hecho algo más estúpido que sensato. Pero la experiencia de las sonrisas de tu vida, al contrario, sitúa el criterio de haber vivido y no vegetado, en la certeza de haber hecho algo más estúpido, que sensato.