La envida: ¿El pecado nacional?
Siempre he escuchado eso de que la envidia es el pecado nacional, como una seña de identidad y me ha dado la impresión de que, de alguna forma, incluso nos alegramos de sentirla, como si nos convirtiera en seres distintos del resto del mundo.
¿Qué pasa? ¿Que a los norteamericanos no les da rabia que asciendan sus compañeros en lugar de a ellos mismos? ¿O que en Noruega uno no se compra un coche pensando en la reacción de los de alrededor? ¿O quizá es que en Australia no se consuelan con el mal ajeno? Es verdad que en España distinguimos entre diferentes tipos de envidia: cuando a tu primo le toca la lotería, pese a que le quieras mucho y te alegres, es muy posible que te gustara estar en su lugar y que pienses eso de: “Ya me podía haber tocado a mí”, a eso le llamaríamos envidia sana; sin embargo, cuando nos enteramos de que ese primo le va a dar algo de su dinero a otro familiar al que no aguantamos y le calentamos la cabeza hasta que cambia de opinión y decide no darle nada, a eso, le llamamos envidia insana. Da igual. Todo está englobado por el mismo sentimiento y en China, en Italia o en Madagascar también existe.
Por eso, he de reconocer que no estoy de acuerdo con esa afirmación. Lo que sí creo es que los españoles, en general, nos menospreciamos, nos consideramos menos capacitados, trabajadores y por tanto no creemos ser merecedores de nada.
Al menos eso es lo que yo percibo. Tengo varios amigos y muchos conocidos a los que he escuchado decir aquello de que “el cine español no me gusta nada”, como si no hubiera géneros y todos los directores, actores, productores, guionistas y demás profesionales entraran en el mismo saco. Cuando España ganó el Mundial de 2010, al principio nadie apostaba porque lo conseguiría, pero hasta que no pasó de cuartos de final, los que menos creíamos en dicho equipo éramos los propios españoles. Incluso al ir a una tienda parece que nos da más confianza un producto francés, alemán o inglés que uno patrio, y no hablemos ya de si se trata de tecnología.
Con esta baja autoestima es difícil obtener resultados impactantes. ¿Y qué tiene esto que ver con la envidia? Mucho, a mi parecer. Porque como nosotros no nos consideramos dignos de nada, nos contentamos a la baja, con que en nuestro entorno nadie tampoco obtenga nada. Y cuando vemos que eso no sucede, disfrazamos de envidia lo que realmente es una infravaloración patente.
Si yo tengo una pareja estable, con la que soy feliz y estoy encantado, no tendré celos de que encuentre pareja esa persona con lo que me llevo tan mal. En cambio, cuando continúo casado porque no tengo valor para abandonar a mi familia y veo que lo hace mi vecino, entonces sí que aparecerá la rabia y el resentimiento y trataré de auto justificarme por no seguir su ejemplo: “Si yo ganara el dineral que gana él también lo haría” “Yo no tengo familia y él cuenta con sus hermanos que siempre le están ayudando”.
Es más fácil autocastigarnos y calificarnos de envidiosos por naturaleza, algo que nos va a impedir movernos porque no podemos cambiar lo que somos, que aceptar nuestras carencias y afrontarlas para dejarlas atrás.
La envidia nos impide disfrutar de lo que tenemos, de lo que somos, para colocar nuestro punto de enfoque en el otro, en el de al lado, pese a que sus dichas y desdichas nunca nos van a servir para avanzar en la vida. Reitero que no lo considero patrimonio español, pero sí creo que los ciudadanos de otros países en los que nos queremos ver reflejados no tienen tantos complejos, se consideran meritorios de lo mejor y van detrás de ello con más seguridad y aplomo.
Así que en vez de castigarnos continuamente por sentir que tenemos envidia del vecino y creer que no hay nada que hacer por evitarlo, tal vez deberíamos centrarnos más en nosotros mismos y tratar de evolucionar hacia dónde queramos desviando la mirada de ese vecino.