'Los emperadores también se angustian'
La filosofía ha desempeñado muchas funciones a lo largo de su historia, a veces más cerca de las nubes metafísicas, a veces más pegada al suelo de la ciencia. Los filósofos han husmeado sin vergüenza por todo lo que podamos imaginar que hay entre lo divino y lo humano. Esa versatilidad es su bendición y su condena. Así ha sido y así será, pues cuestionar la naturaleza de la realidad en todo ese amplio espectro de la existencia es lo que dota de sentido a la filosofía, y es lo que nos dota de sentido a aquellos que nos aproximamos a ella. Una de esas funciones, no la más popular, pero si una de las más prácticas, es su versatilidad como herramienta para tratar esos dolores existenciales que no se anestesian con los opiáceos con los que tratamos de calmar cualquier herida, aunque esta se encuentre abierta no en nuestra piel, sino en nuestra alma, yo, consciencia, o como quiera que llamemos lo que somos más allá de la piel y los huesos.
Justo lo contrario de lo que observamos en nuestro civilizado mundo del siglo XXI, donde la orgia consumista causa que nos deslumbremos, tratando de impresionar a los demás con tantos objetos innecesarios que deseamos poseer a cualquier precio
Pocas obras de filósofos, como la obra del emperador romano Marco Aurelio, pueden resultar más apropiadas para leer, subrayar o meditar en tiempo de angustia. Y si ya de por sí vivíamos en una época proclive a instalarnos en este pesaroso sentimiento, ahora tras dos años muy duros de pandemia, el sentimiento de angustia nos acompaña un día sí y al siguiente también. Escrita en griego durante pesarosas noches al albor de los fuegos de campamento de las legiones romanas, que dirigía en sangrientas campañas para mantener la integridad del imperio, reflexiona sobre todo lo que rodea la vida, el poder, la muerte, la amistad, entre otras tantas cosas, dirigiéndose especialmente a él mismo. Se pone delante de un espejo desnudando su alma. No de aquellos espejos deformados que solemos emplear para obviar todo aquello que no nos gusta de nosotros. Preferible es la lucidez, aunque duela, que la anestesia embriagadora que oculta tras falsos velos la realidad. Marco Aurelio, que podía permitirse cualquier lujo, reflexiona sobre esos complementos innecesarios que nos obsesionan: Cuando un objeto aparezca a la imaginación como muy estimable, hay que examinarlo interiormente, considerar su valor intrínseco y despojarlo de todo aquello que puede darle una dignidad ficticia. Justo lo contrario de lo que observamos en nuestro civilizado mundo del siglo XXI, donde la orgia consumista causa que nos deslumbremos, tratando de impresionar a los demás con tantos objetos innecesarios que deseamos poseer a cualquier precio.
Desea, como lo haría el más pobre y desamparado, disponer de más tiempo. El tiempo, lo único que no podemos compra
A pesar de estar al mando de un imperio, y tener todo aquello que uno pudiera desear para ser feliz, incluyendo gloria y un poder casi absoluto, es plenamente consciente de la banalidad de todo ello. Desea, como lo haría el más pobre y desamparado, disponer de más tiempo. El tiempo, lo único que no podemos comprar. La purpura imperial para él implica deber, y más que nada teme no poder cumplir con el deber que cree debe acometer en la vida, y cumplir con honestidad el papel que le ha tocado. Como cualquier estoico no se rebela, acepta el reparto de cartas del azar, sean cartas ganadoras o no, lo que en cierto sentido ya es una rebelión ante los imponderables de la vida. Pues resistir es libertad, es no depender de los azares y la crueldad que te despoja del libre albedrio. Marco Aurelio es consciente que la maldad es parte intrínseca de la naturaleza humana: Al despertar piensa esto: hoy me las veré con un indiscreto, un desagradecido, un insolente, un traidor, un envidioso y un egoísta. Son así porque no saben qué es el bien o el mal. Pero yo conozco que la belleza es el bien y la vergüenza el mal. Pero ser consciente de que esa es la realidad, no implica volverse un cínico o dejarse llevar por la crueldad, por el contrario, implica reforzarse y no permitir que estos encuentros te hagan daño, y responder no con ira, sino con generosidad: me es imposible, pues, enfadarme u odiar a mi semejante, porque todos nacemos para colaborar, igual que los dos pies, las dos manos, los dos parpados y los dientes superiores e inferiores.
Es emperador sí, pero es plenamente consciente de la desgracia que suele acompañar el solitario ejercicio del poder
A su vez, nos da una lección que hoy día algunos de nuestros políticos podrían aprender; sabedor de los peligros de dejarse llevar por la ira, especialmente cuando se ostenta poder, recomienda hacer ejercicios para no abandonarse a este destructivo sentimiento; en su caso el ejercicio que realiza es recitar lentamente las letras del alfabeto, y dejar tiempo para que ese ataque de ira se desvanezca y no tengamos que arrepentirnos de habernos dejado llevar. Se advierte a sí mismo del peligro de dudar constantemente de todos aquellos que le rodean, convirtiéndoles en potenciales enemigos por la sospecha de que le traicionen. El poder, mientras mayor es, más nos aísla, pues tendemos a creer que los que antaño eran amigos, se convertirán en enemigos que desean lo que es legítimamente nuestro. Es consciente que en cualquier momento un complot puede arrebatarle la vida, pero no permite que eso le convierta en un ser colérico, impaciente o rabioso. De joven su vida era austera, y cuando llegó a emperador, casi por accidente, al pedir Adriano que Antonino lo adoptase por sus virtudes e inteligencia, echa profundamente de menos esa vida. Es emperador sí, pero es plenamente consciente de la desgracia que suele acompañar el solitario ejercicio del poder.
Despreciamos los abusos del poder, pero al final caemos en ellos cuando lo ostentamos. Reprobamos el egoísmo de los demás mientras caemos en el mismo cuando se trata de asuntos que nos afectan. Reprochamos la ambición de los demás y los estragos que causa y a la mínima oportunidad mostramos la nuestra
Una máxima que todos deberíamos grabarnos ante aquellos que son malvados es: Una buena manera de defenderte de ellos es no parecerte a ellos. Paradójicamente nuestras buenas intenciones de diferenciarnos de aquellos que reprobamos por su comportamiento suelen deformarse en el camino, al terminar por convertirnos en aquello que rechazamos. Despreciamos los abusos del poder, pero al final caemos en ellos cuando lo ostentamos. Reprobamos el egoísmo de los demás mientras caemos en el mismo cuando se trata de asuntos que nos afectan. Reprochamos la ambición de los demás y los estragos que causa y a la mínima oportunidad mostramos la nuestra. Culpamos a los demás de falta de empatía y generosidad, y rara vez la usamos con aquellos que más la necesitan. Si algo nos disgusta en los demás porque estamos profundamente convencidos que no están actuando correctamente, la mejor manera de responder a este comportamiento es con el ejemplo propio, siendo todo lo que ellos no son. Comportándonos de manera diferente a la que ellos se comportan, qué mejor defensa contra la maldad que actuar bien, correctamente, como debemos.
Controlar nuestra reacción es acercarnos al verdadero poder que debemos ostentar
El coraje ante las desgracias es el escudo que la vida debe enseñarnos a construir; Acuérdate, pues, ante cualquier circunstancia que te aflija, de usar este principio: esto no es una desgracia, sino una dicha soportarlo con coraje. Y a ello nos ayudar aprender a dilucidar lo que tiene importancia y lo que no; por eso habla y actúa de la manera más sensata. Así evitarás las dificultades, las contiendas, las preocupaciones y todo lo innecesario. La filosofía es consuelo, y éste comienza por interiorizar que los problemas son tan grandes como la representación que nos hagamos de ellos, y que en esa representación, en esa sombra que suele ser mucho más alargada que aquello que la provoca, tenemos mucho que decir. Controlar nuestra reacción es acercarnos al verdadero poder que debemos ostentar. No aquel destinado a la gloria, o al deseo de controlar a los demás, sino el que nos permite controlarnos a nosotros mismos. Ese es el principio y el final de una vida ética.
No hay mejor resumen de una defensa contra la angustia de la vida que lo que nos dice al iniciar el libro XII de sus pensamientos; Todo lo que deseas obtener por el camino más largo, podrías conseguirlo al instante si te quisieras a ti mismo. Es decir si olvidas el pasado, dejas el futuro en manos de la providencia y te limitas al presente actuando con piedad y justicia. La piedad para aceptar lo que te corresponde: la naturaleza te lo destina igual que tú a ello. La justicia para que digas la verdad libremente y sin ambages (…) Que la maldad de otro no te estorbe, ni su opinión, ni sus palabras, tampoco las sensaciones de la carne de la que estas hecho (…) Si no es conveniente no lo hagas, si no es cierto, no lo digas. Así de sencillo, así de complicado, pero nos recuerda que en nuestras manos se encuentra controlar esa angustia que nos derrota cada segundo que nos dejamos llevar por ella. Marco Aurelio nos recuerda estas palabras de Epicteto; Debatamos, pero no sobre cualquier cosa, sino sobre si volvernos loco o no. El pesar al que nos arrastramos, entre las cadenas del pasado y la angustia del futuro nos impide vivir el presente, al igual que Pascal siglos después, nos advierte de que controlemos lo que podemos controlar. Lo demás, ya se verá. Debatamos, pero no sobre cualquier cosa, sino sobre si dejar o no que la omnipresente angustia del presente termine por enloquecernos individual y colectivamente, y perdamos el rumbo de nuestra vida.