Dragones y príncipes adoptados
No olvidaré nunca el día en que tuve mi libro de familia, donde se reconocía por primera vez que mi pareja y yo éramos los padres de mi hijo. Fueron 3 años de papeleos, desde que llegó como un regalo caído del cielo.
Cuando adoptas a un bebé, desde la Administración siempre te recuerdan que hay un porcentaje muy pequeño de posibilidades de que la familia de origen acabe llevándoselo. Y te explican que lo normal, pese a que nunca hayan intentado tener contacto con él ni lo hayan visto durante el tiempo que ha permanecido en acogida temporal, es que recurran sentencias y alarguen los procesos para que el plazo hasta que pertenezca a esa nueva familia se extienda al máximo. Te cuentan que es algo instintivo que realiza la mujer que llevó en su vientre a ese bebé, como si necesitara al menos luchar por él en los Tribunales por última vez.
Claro que pasas meses con un pinzamiento en el estómago, sobre todo cuando te enteras de que han recurrido una sentencia, pero sabes que es un proceso inevitable y que el objetivo final cada vez está más cerca: convertir al menor en tu hijo para siempre.
Hay experiencias que sólo quiénes las hemos vivido somos capaces de comprender. Tal vez por eso es fácil para mí ponerme en la piel de Albert y Noelia, los padres pre adoptivos de Joan o Juan Francisco, el llamado príncipe de caramelo, que después de tener su tutela desde que cumplió 18 meses hasta ahora, con 4 años y medio, se han visto obligados a entregarlo a su madre biológica, una joven de 19 años que ha pasado los últimos 4 luchando por recuperarle.
Verán… cuando estás frente a ese niño del que te van a dar su custodia por primera vez, no hay un vínculo genético, no lo amas todavía. Sabes que lo harás, pero es un extraño frente a ti…Sin embargo, con el paso del tiempo vas conociendo su carácter, su manera de ser, sus gestos, sus miradas…y como en cualquier relación fraternal, te vas enamorando de ese pequeño. No es ya que lo ames por ser tu hijo, lo quieres por cómo es, por la felicidad que te infunde, por la ternura que te provoca. En tres años un niño puede pasar la varicela, infinidad de resfriados y enfermedades con las que al principio te mueres de miedo y preocupación y que con el paso de los años aprendes a manejar sin dificultad. Ves sus primeros pasos, sus primeras palabras, la primera vez que te llama papá, cómo te abraza o te besa y en cada situación te vas derritiendo aún más. Ya da igual que te digan que hay un riesgo de que el niño no acabe siendo tu hijo. No quieres ni pensarlo. Y, afortunadamente, en casi todos los casos el peligro no se materializa y el hijo se queda con sus padres de adopción definitivamente. Pero no les ha ocurrido así a Albert y a Noelia. Después de enseñar a Joan a llamarles papá y mamá han tenido que explicarle que ya no lo serán más. No me extraña que se marcharan unos días de vacaciones con el niño sin decir adonde y que declinaran la invitación de entregarlo voluntariamente y antes de tiempo…probablemente yo me hubiera planteado irme del país para siempre y no volver jamás con tal de no ver la imagen de cómo se llevan al que consideras desde hace años tu hijo.
Claro que también puedo ponerme en la piel de María José, la madre biológica de Juan Francisco. Ella tenía sólo 14 años cuando se quedó embarazada y estaba en un centro de menores. Asegura que no le permitieron cuidar de su bebé, que prácticamente se lo arrebataron de las manos al nacer y que se ha pasado los últimos años luchando para recuperarlo. Dice que no le dieron opción y que ni siquiera se percataron de su embarazo donde vivía hasta que su propia madre lo descubrió cuando estaba ya de 7 meses.
No soy juez, ni tengo capacidad suficiente para saber cuál de las dos partes tiene razón: probablemente, ambas. Para lo que no hay ninguna justificación es para que sucedan este tipo de cosas. Podrían minimizarse las consecuencias de algo así si se redujeran los plazos, si no se dilatasen tanto los procesos judiciales, si se evitaran las excepciones…
Tengo una experiencia personal extraordinaria con los Asuntos Sociales de Granada, profesionales con una sensibilidad extrema y mucho tacto a la hora de tratar con las familias adoptantes; pero me temo que en este caso, en Asturias, las negligencias brotan a borbotones por las rendijas de los dragones de la Administración, como les llama María José. ¿Cómo es posible que no descubrieran el embarazo de una niña de 14 años que está bajo su tutela? ¿Por qué no se dieron a esta madre prematura otras opciones al margen de la adopción? ¿En qué estaban pensando esos funcionarios cuando determinaron entregar ese bebé pese a la insistencia de recuperarlo por parte de su verdadera progenitora?
¿Quién va a asumir el coste emocional del desgarramiento interior que estarán padeciendo los padres adoptivos? ¿Y el del que ha sufrido María José?...Y lo más importante de todo: ¿Cómo le van a explicar a ese angelito lo que está ocurriendo: que quienes han sido papá y mamá hasta hoy y le han querido como tales ya no volverán a estar en su vida y que otra mujer que para él apenas existía será desde ahora quién reciba el título de madre?
Por desgracia, estoy seguro de que los únicos que van a pagar el coste emocional de esta situación son los 4 implicados, el resto de responsabilidades se filtrarán como el agua a través de una alcantarilla para desaparecer para siempre… y entre esos cuatro, el pequeño Juan Francisco, el más inocente de todos.