La dieta de Sebas
“Un día, estando yo sentado en un café, se me acercó un amigo a quien sus correligionarios habían hecho concejal en las últimas elecciones.
-¿Quiere usted sentarse? –le dije-.
-Muy honrado – me contestó, aceptando-.
-No, no –protesté-. El honrado soy yo”.
El párrafo, que no puedo compartir por motivos obvios, fue escrito por Julio Camba en la primera mitad del siglo XX y revela que la desconfianza y la maledicencia popular respecto a la honestidad de los cargos públicos viene de antiguo. Lo refresco ahora porque la declaración de Sebastián Pérez en la que informa de sus propiedades, sueldo y complementos ha sacado a pasear muchas lenguas. El presidente del PP provincial obtuvo el año pasado 7.346 euros en dietas por asistir a plenos, comisiones, juntas de gobierno y consejos de administración en la Diputación, el Ayuntamiento y Emasagra. Hay quienes dicen que esta y las otras muchas dietas engordan las cuentas corrientes de quienes las perciben al tiempo que adelgazan las del resto. Otros mantienen que el tiempo que Sebastián dedicó a Emasagra se lo arrebató a las funciones públicas para las que fue elegido. Tampoco faltan los que opinan que, puesto que a Emasagra acudía como representante municipal y a los plenos y juntas de gobierno asistía en su condición de concejal o presidente de la Diputación, no debería cobrar dos veces por realizar su trabajo. Y están, por último, los que aventuran que sólo un sistema inmoral puede permitir que, en un país destrozado por la corrupción, la estupidez y la crisis, un representante público recompensado con un excelente sueldo obtenga además una gabela de seiscientos euros mensuales, más de lo que perciben millones de familias españolas, en no pocos casos con uno de sus miembros trabajando. ¡Qué dramáticos!
Eso es lo que largan los demás. Yo no. Yo digo que si Sebas y todos los sebastianes que en el mundo han sido se ponen a dieta es porque pueden. O, como repiten por mi barrio: “Será injusto, pero es legal”. Luego, si no podemos cambiar la condición humana, cambiemos las normas que hacen posible semejantes privilegios. Y más. El granadino es un portento de la naturaleza, un hombre providencial dotado de una inteligencia tan despierta que, sin necesidad de estudio universitario alguno, ha podido conjugar la jefatura del PP, la presidencia de la Diputación, su trabajo en el Senado, su concejalía en el ayuntamiento, su consejería en Emasagra, sus siete propiedades, su flequillo acaracolado en el cogote y su puro en los labios sin dejar de pensar y mascar chicle. Así que Sebastián vino cuando vino a la política, hace ya cinco lustros, para quedarse a servir a las gentes y no para servirse de ellas y quedarse. Ni una palabra más. Frente a quienes largan, como Jruschov, que hay hombres capaces de prometer un puente allá donde no hay un río, yo contesto que Sebas es capaz de construirlo. Y que hay políticos, no él, nunca él, of course, que llevan las dietas en democracia con la misma comodidad con que llevarían el régimen en el franquismo.