Días de suerte y fortuna
Hoy es el día. Muchos se levantarán esperanzados, imaginando que pueden llegar a esa misma noche siendo millonarios gracias a un sorteo que se ha convertido en uno de los eventos sociales más importantes del año. Y aunque la mayoría de los premios, como siempre, estarán muy repartidos, habrá unos cuantos que, lo sueñen o no, verán su fortuna ampliada y creerán que están rozando el techo de la felicidad.
El día de la lotería es el día de la esperanza para muchos, pero solo hasta mediodía, cuando esas expectativas se transforman, la mayoría de las veces, en desencanto por no verlas cumplidas. Es lo que tienen las expectativas, que casi siempre nos conducen a la insatisfacción
He tenido la suerte de compartir varios años la alegría de esos afortunados por medio de mi trabajo como reportero de televisión. Especialmente recuerdo a los premiados de Vélez de Benaudalla, cuyo desbordante entusiasmo convertía en mera anécdota la manta de lluvia que empapaba a los congregados en la puerta de la administración, como si cayeran del cielo realmente monedas y no agua. Junto a ellos, algunos merodeadores y buscadores de clientes, procedentes de distintos bancos, al acecho de agraciados para ofrecerles regalos o ventajas a cambio de un dinero que todavía ni siquiera tenían en sus manos.
El día de la lotería es el día de la esperanza para muchos, pero solo hasta mediodía, cuando esas expectativas se transforman, la mayoría de las veces, en desencanto por no verlas cumplidas. Es lo que tienen las expectativas, que casi siempre nos conducen a la insatisfacción, porque nos obligan a dibujar nuestro futuro de una forma concreta y no hay muchas posibilidades de que la realidad no nos defraude en algún aspecto por desvirtuar los trazos de ese lienzo preconcebido.
En una ocasión, el director del programa en el que trabajaba nos propuso regresar al año para preguntar a los premiados cómo les había cambiado su vida. El pueblo había mejorado ligeramente, pero las vidas de aquellas personas no habían experimentado un giro total, como esperábamos, sino que seguían siendo muy similares a las que tenían antes de que les tocara la lotería. Habían pagado hipotecas, estaban más tranquilos, pero en el mismo lugar.
En una ocasión, el director del programa en el que trabajaba nos propuso regresar al año para preguntar a los premiados cómo les había cambiado su vida. El pueblo había mejorado ligeramente, pero las vidas de aquellas personas no habían experimentado un giro total, como esperábamos, sino que seguían siendo muy similares a las que tenían antes de que les tocara la lotería
Y no es que eso sea malo, al contrario, es lo que debe ser. Otra cosa es que alguien, de sopetón, reciba 10 millones de euros en un sorteo. Ahí sí que cambia la vida y no siempre para bien. Hay estudios que afirman que el 80% de los agraciados en loterías en España, antes de 10 años, han gastado todo y en Estados Unidos el 75% lo hacen en menos de cinco años.
Y es que con la llegada del dinero se presentan también las quimeras de negocios absurdos, las peticiones indiscriminadas de personas del entorno, la ignorancia propia para descubrir cómo invertir dicha abultada cifra y la falsa idea de que ya estamos salvados económicamente para el resto de nuestra vida.
Una obviedad: el dinero no da la felicidad. Algunos añaden a la manida frase aquello de “pero ayuda” y yo diría que a veces sí y otras, no. Si no que se lo digan a Cristina Onassis, la rica heredera que no pudo hacer nada por evitar que falleciera prematuramente toda su familia, hermano incluido. La muerte de la mujer, en extrañas circunstancias, con tan solo 37 años, induce a deducir que fue a causa de un suicidio. De muy poco le sirvieron los cientos de millones de dólares que recibió del patrimonio familiar. O más recientemente, el testimonio de Carmen Franco, la hija del dictador, que a sus más de 90 años de edad y con una fortuna que sorprende que a pesar de la cantidad de víctimas que el mandatario dejó abandonadas en el camino, le hayamos permitido mantener por ser quién era, no tiene reparos en asegurar que nunca ha sido feliz; incluso su sucesora reconoce que es una percepción que ella misma comparte después de vivir tantos años a su lado.
Deberíamos de partir del hecho de que los billetes, en sí, no son más que papeles a los cuales todos nosotros, en un acuerdo global, le hemos dado el significado de cartas de sueños, es decir, que sirven para canjearlos por aquello que deseamos. Por lo tanto, nunca es el dinero lo que perseguimos, sino lo que podemos obtener a cambio del mismo. Parece una perogrullada pero a veces se nos olvida hasta el punto de que somos felices únicamente acumulando dichos papeles, como si eso fuera la garantía de una futura vida mejor.
Y cuando cambiamos el dinero por aquello que deseamos, en ese mismo instante, nos erigimos en adalides de la felicidad, pero es un sentimiento tan efímero que no dura más de un minuto, una hora, un día o una semana. A continuación, nuestra mente se esfuerza en localizar otro objetivo futuro o perseguir más dinero para más cosas, cuando las cosas jamás nos pueden hacer dichosos.
Una obviedad: el dinero no da la felicidad. Algunos añaden a la manida frase aquello de “pero ayuda” y yo diría que a veces sí y otras, no. Si no que se lo digan a Cristina Onassis, la rica heredera que no pudo hacer nada por evitar que falleciera prematuramente toda su familia, hermano incluido. La muerte de la mujer, en extrañas circunstancias, con tan solo 37 años, induce a deducir que fue a causa de un suicidio. De muy poco le sirvieron los cientos de millones de dólares que recibió del patrimonio familiar
Que no te toque la lotería podría ser una bendición si supieras que a raíz de ese premio te ibas a quedar sin amigos, sin familia y sin dinero pocos años después. Conste que yo mismo compro décimos y considero bonita la tradición, pero no me aferro a ella porque sé que no es decisiva, que el hecho de que no gane nada no me va a hacer más infeliz y soy consciente de que si recibiera un premio no por ello iba a alcanzar el Nirvana.
Así que si no te toca la lotería, como le sucederá a la mayor parte de la población española, piensa que el principal premio gordo es disfrutar cada momento, sacarle jugo a la sonrisa de tu anciana madre o de tu hija, conversar con tus amigos, caminar por un monte en silencio, escuchar a los pájaros, ver una película agradable o leer un libro emocionante, encontrar lo que más te gusta de tu trabajo, restarle importancia a los problemas porque siempre se acaban esfumando de una u otra forma y saber que si en este instante estás triste, abrumado o tienes miedo, angustia o enfado, no pasa nada, tendrás que vivirlo igual pero sin olvidar que llegará otro después que te volverá a iluminar la cara.