El día en el que el club Pulse dejó de latir

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 17 de Junio de 2016
Vigilia por las víctimas de la matanza en Orlando.
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Vigilia por las víctimas de la matanza en Orlando.

Permítanme hoy olvidarme de que soy periodista para tratar de reconstruir una historia que estos días me ha sobrecogido: la de una de las supervivientes de la matanza en el club gay Pulse de Orlando. Indagando entre los datos reales de Tiara Parker de alguna manera me he querido poner en su piel para siquiera imaginar el horror de vivir una experiencia tan dramática que ha transformado la vida de muchas personas. Este podría ser el relato entre real e imaginado de su historia:

“Mi prima Akyra Murray se acababa de graduar en la Escuela de Secundaria a sus 18 años y la invité a venir con mi amiga Patience Carter y conmigo a pasar unos días desde Philadelphia hasta Orlando. Todas habíamos escuchado hablar del Pulse, un club gay mítico que estaba especialmente de moda entre los latinos, y de alguna manera el hecho de que nosotras éramos negras nos hacía sentir bien junto a otras minorías ya muy mayoritarias en Estados Unidos. Así que el domingo por la noche lo reservamos para acercarnos hasta allí y ver el ambiente que se respiraba en su interior.

Al entrar nos sentimos como pez en el agua. Llegamos pronto y la música nos envolvió, estaba muy alta y apenas podíamos hablar entre nosotros pese a que en el local no había demasiada gente. Esto cambió a medida que avanzaba la noche y después de las 12 allí estaríamos más de 300 personas.

Habíamos bebido algo, no demasiado, porque nos lo estábamos pasando tan bien en la zona de baile que nos daba pereza acercarnos a esperar nuestro turno para pedir algo en la barra. Dos hombres se besaban a nuestro lado y de alguna manera eso nos hacía respirar una libertad que hacía tiempo que no vivíamos. Mi prima Akyra charlaba amistosamente con otra chica junto a la barra.

Serían alrededor de las 2 de la mañana cuando escuché algo extraño, miré hacia el fondo del local y me pareció ver una discusión entre dos hombres. Un golpe sordo me devolvió a la realidad. Miré al DJ y a mi amiga Patience a un tiempo para comprobar si ella también se había percatado del ruido y si, como yo, consideraba que se trataba de los efectos sonoros del DJ. Efectivamente, así era. Ella se acercó a mí y me gritó al oído: “Madre mía, esta disco es una pasada”. No había acabado de decírmelo cuando escuchamos nuevamente una repetición de dichos impactos sordos que parecían disparos.

Fue en ese momento cuando la tranquilidad se tornó en agitación, nervios e histeria. Algunas personas comenzaron a gritar, otras incluso se desplazaban hacia la salida y Patience y yo estábamos muy cerca de la puerta así que nos vimos abocados a marcharnos empujadas por la muchedumbre. Escuchábamos voces que decían que un loco se había puesto a disparar a la gente y que había muertos.

El pánico se fue apoderando de mí. Estaba fuera, miré a mi amiga y recordé: “Mi prima Akyra no ha salido. Tengo que entrar a buscarla”. Patience no quiso dejarme sola así que las dos, a contramarea, nos las vimos y nos las deseamos para llegar de nuevo al interior. Ya no quedaba tanta gente, pero pudimos ver cuerpos en el suelo, eran personas muertas. Jamás había visto a nadie inerte y me impresionó. Los disparos procedían del arma de un joven de unos 30 años, de rasgos árabes, que casi con los ojos fuera de sus órbitas reparó en mi presencia y en la de mi amiga Patience y detuvo la ráfaga de disparos para hacer una especie de declaración de intenciones dirigiéndose a nosotras: “No tengo problemas con los negros. No es nada personal. Ya habéis sufrido suficiente por la raza”.

Desde ese momento, todo sucedió más deprisa. Al instante me encontré con mi prima Akyra, que corría despavorida hasta que la así de un brazo y las tres, ya juntas, decidimos escondernos en el cuarto de baño. El agresor después de su corto mensaje, lejos de tranquilizarse volvió a disparar 3 veces a 3 personas diferentes antes de seguirnos hasta el cuarto de baño. Tratamos de sujetar la puerta, ya que la manilla estaba rota, nos ayudaron otros que, como nosotros, se habían escondido previamente en el mismo sitio, pero fue inútil porque el agresor disparó hacia la puerta y tuvimos que alejarnos de ella. No tuvo compasión: ni siquiera apuntó a nadie, sólo descargó el cargador entre nosotras. A mí me disparó en el abdomen y caí al suelo. Encima de mí, inmediatamente percibí un cuerpo, era mi prima Akyra. La sangre corría a raudales a mi alrededor…El hombre se acercó a nosotras para cerciorarse de que habíamos muerto. Hizo algún disparo más en el camino dirigido a otras personas en el suelo. Traté de despedirme de este mundo. Recordé a mi familia, a mis amigas, y llegué a pensar que era muy joven para morir, pero ya no había salida. Me iba a disparar. Justo al llegar hasta nosotras escuchamos cómo algo caía en la zona de baile…también él lo oyó. Así que nos abandonó y se dirigió hacia allí. Entonces empecé a ser consciente de que no veía a Patience, de que mi prima Akyra estaba sobre mí sangrando por los costados y de la dantesca estampa frente a mí, camuflada tras un silencio terrible, empapado en dolor. Varios cuerpos yacían inertes por doquier.

Traté de hablar con Akyra, con mi niña, mi prima pequeña, con la que tanto había jugado cuando era una cría, pero apenas podía hablar. Taponé la herida con mi mano el tiempo que pude pese a que no sabía si saldríamos de allí alguna vez. Escuchaba cómo el agresor mantenía retenida a la gente y había cerrado las puertas de acceso al club, pero no volvió a aparecer por los servicios. No sé cuánto rato pude estar así, pero recuerdo que perdía la consciencia y la recuperaba, que en un momento sentí que la vida de mi prima se me escapaba de entre las manos…intenté pedirle que aguantara, pero fui capaz de conseguirlo.

Me han dicho que fue a las 5 de la madrugada cuando la policía consiguió abatir a este hombre. Yo pude ver cómo caía y sentí alegría porque creí que se había acabado todo. Más tarde me llevaron al hospital, donde continúo todavía. Aquí me han contado que el hombre se llamaba Omar Mateen, que era de origen afgano y que ha protagonizado el tiroteo masivo más mortífero de la historia de Estados Unidos. Parece que pese a su apoyo al extremismo islámico no tenía vínculos con grupos terroristas extranjeros y mientras algunos de los que le conocen aseguran que era homófobo, otros consideran que frecuentaba locales gays e incluso su ex mujer reconoce que podría serlo y ocultarlo por vergüenza.

¡Qué más da! Este hombre ha acabado con la vida de 49 personas y herido a 53 por un odio inexplicable. Un odio que padecen los negros, los chinos, los latinos, los gays, los pobres, las personas con discapacidad, los diferentes, las minorías…un odio absurdo que lleva a cometer locuras estúpidas que nunca tienen vuelva atrás y que se siguen produciendo cada día en todos los rincones del mundo. Sólo en Estados Unidos han tenido lugar 173 tiroteos masivos en lo que va de año. Y poseer un arma sigue estando al alcance de la mano de cualquiera. Mientras, yo sólo puedo pensar en mi prima Akyra, la más joven de todas las víctimas, que ya no volverá a jugar al baloncesto, ni empezará una carrera universitaria, ni me acompañará en otros viajes. Y es en ese momento cuando me vuelve a nacer un sentimiento de culpa desgarrador. Sí. Soy culpable de estar viva, de haber sobrevivido a Akyra, de sentir que podría haber hecho algo más para que estuviera junto a mí. Ya sólo tengo su recuerdo.

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).