'Defender una postura y la contraria'

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 4 de Diciembre de 2020
Limpiando la terraza de un bar.
P.V.M..
Limpiando la terraza de un bar.

Los seres humanos somos maestros en defender algo que hemos atacado poco antes sin que se nos mueva un cabello de la cabeza. Y se pone en clara evidencia con el virus. La Covid-19 es una enfermedad y por el grado arbitrario que encierra debería de tratarse como al resto. No obstante, aquí nos hemos acostumbrado a culpar a los vecinos fiesteros, a los jóvenes, a los niños, a los transportes públicos o a los establecimientos hosteleros de propagar el bichito. Ha habido momentos de tensión en los que algunos ciudadanos han llegado a enfrentarse con otros por no llevar mascarilla, sin saber el motivo, o por salir a la calle fuera de las horas permitidas. Por un lado, criticamos a los que vemos que vienen caminando desde el pueblo de al lado aparentemente desoyendo las normas y nos enfadamos con ellos, se lo digamos o no, y por otra parte, somos capaces de ir a comprar el solomillo de nuestra tienda preferida, en el exterior de la localidad en la que residimos, y lo justificamos como si no fuera lo mismo.

El grado mayúsculo de esta situación, a mi parecer, lo están protagonizando los hosteleros: unos profesionales que han dejado de ingresar durante varios meses a lo largo de este año, sin apenas ayudas por parte de las Administraciones y con pagos extraordinarios que deben afrontar con sus propios ahorros

A mí siempre me ha gustado fijarme en lo positivo y la solidaridad que está emergiendo en estos meses es real, muchas veces propiciada por entidades como el Banco de Alimentos, Unicef, Cruz Roja, Solidarios para el Desarrollo y muchas otras ONGs, a quienes hay que aplaudir el gesto. Incluso el propio Gobierno, a quién además de criticar se puede alabar cuando crees que hace algo bien, acaba de anunciar que durante los próximos tres meses paralizará todos los desahucios de familias vulnerables en pisos de grandes propietarios sin contrato legal, una medida necesaria para la dignidad de muchas personas; aunque, sin duda, para mí los actos particulares son los que más valor tienen porque pueden generar un efecto de imitación en un momento en el que hay profesionales que lo están pasando realmente mal y otros, en cambio, siguen manteniendo su estatus de vida.

El grado mayúsculo de esta situación, a mi parecer, lo están protagonizando los hosteleros: unos profesionales que han dejado de ingresar durante varios meses a lo largo de este año, sin apenas ayudas por parte de las Administraciones y con pagos extraordinarios que deben afrontar con sus propios ahorros. Pese a aplazarse las mensualidades de los autónomos, lo cierto es que hay abonos que son inevitables y que están abocando al cierre masivo de estos locales, dejando en el paro a miles de personas que el año pasado mantenían una situación relativamente holgada.

Y los ciudadanos no somos ajenos a este drama, así que se han producido maravillosos milagros que a uno le devuelven la fe en la vida. En mi pueblo de origen, Ordizia, en el País Vasco, varios establecimientos hosteleros han recibido sobres anónimos manuscritos en los que se podían leer mensajes como estos: «Como sigo teniendo mi retribución mensual normal, quiero pagar en este establecimiento la misma cantidad que he venido haciendo mientras no ha estado cerrado por orden de la autoridad, mi consumo en este establecimiento. Muchas gracias», «Gracias por los momentos que nos habéis y seguiréis dando». Junto a cada uno de los mensajes, en el mismo sobre cerrado, ese o esos clientes anónimos han depositado un billete de 50 euros. Todo un gesto de solidaridad con unos trabajadores que siempre han navegado en aguas turbulentas, por eso de que las modas van y vienen y vacían unos locales en beneficio de otros.

Así que, podemos regocijarnos con los gestos solidarios de muchos ciudadanos, pese a que eso no implique que estén siendo apoyados por toda la población; al contrario, algunos dueños de bares han denunciado públicamente el desprecio de ciertas personas cuando pasan delante de ellos y les insultan, les culpan de los contagios y les llegan a amenazar si no cierran el local

Así que, podemos regocijarnos con los gestos solidarios de muchos ciudadanos, pese a que eso no implique que estén siendo apoyados por toda la población; al contrario, algunos dueños de bares han denunciado públicamente el desprecio de ciertas personas cuando pasan delante de ellos y les insultan, les culpan de los contagios y les llegan a amenazar si no cierran el local. Todavía es más surrealista cuando te encuentras con que los mismos que ocupan una mesa en un restaurante un día, al siguiente estén acusando al dueño de poner en riesgo a parte de la población.

Es algo que no solo ha sucedido con los hosteleros, sino desde el inicio de la pandemia: conozco a personas que se enfadan con aquellos que sacan a los niños a la calle por el riesgo de que propaguen el virus, pese a que nos acabamos de enterar de que ellos contagian menos; no obstante, esos mismos llaman a sus amigos para que entren en sus casas, sin mascarilla, y sin ningún pudor; como si el hecho de hacerlo en privado evitara que el pecado fuera tal.

Estos tiempos de pandemia deberían conducirnos a la coherencia, pero curiosamente nos están llevando al caos y no digo que sea malo, tal vez haya que rebotar en el fondo para empezar a elevarnos por encima del lodo.

Otro precioso ejemplo de solidaridad particular, ciudadana, se está llevando a cabo en el municipio ciudadrealeño de Villarrubia de los Ojos. Allí, hay empresarios que han tenido una iniciativa para apoyar el comercio de la localidad: donar tiques de treinta euros a sus trabajadores para que puedan consumirlos en cualquier establecimiento del pueblo.

Efectivamente, son las Administraciones las que deberían asumir las ayudas porque nadie debería pasar hambre ni carecer de un lugar para guarecerse, pero cuando no llegan, la solidaridad vecinal es de agradecer

Efectivamente, son las Administraciones las que deberían asumir las ayudas porque nadie debería pasar hambre ni carecer de un lugar para guarecerse, pero cuando no llegan, la solidaridad vecinal es de agradecer.

Somos ambiguos, incongruentes y controvertidos y es evidente que en épocas de crisis puede surgir la mejor y la peor cara de todos nosotros. Ahora que se acercan estas fechas navideñas, los ciudadanos nos esmeraremos en dar una bolsa de comida, reunir los juguetes, la ropa, los artículos que no usamos de nuestros hijos para donarlos y sentirnos mejor, pero esa es una solidaridad distante, porque no das lo que necesitas, no ves la cara de quién lo recibe, solo buscas deshacerte de lo que te estorba y lo vistes de gesto caritativo. No está mal, por supuesto, porque sirve para ayudar a quienes no tienen nada, pero estaría mejor que nuestra actitud hacia los más desfavorecidos cambiara durante todo el año y dejáramos de considerarlos culpables y merecedores de su situación. Solo con librarlos de ese juicio les estaríamos haciendo un favor millones de veces más grande que con entregar una limosna y añadir a quién se la damos que no se la gaste en alcohol, como si el hecho de dar un euro nos permitiera convertirnos en los jueces de las personas a quiénes se lo damos.

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).