Cuelga tú
En estos días de Semana Santa, como ya ocurriera no hace muchos meses en un primer acercamiento entre ambos, el invisible hilo de ondas hertzianas que conecta los móviles de Luis Salvador y Sebastián Pérez está que echa humo. Los últimos episodios acaecidos en el Ayuntamiento de Granada y la rueda de prensa de hace unos días, les han obligado a contactar más a menudo. Me los imagino como podría imaginarme a dos enamorados encerrados en sus respectivas habitaciones un martes cualquiera por la tarde, hablando sin cesar mientras no paran de moverse de un lado para otro del cuarto, ya mirándose en el espejo vertical que tienen junto al escritorio ajustándose la corbata, ya dibujando corazoncitos con el vaho que ellos mismos exhalan sobre el gélido cristal. ¿Me quieres? pregunta meloso Sebas. No te puedes imaginar cuanto. No es amor, es adoración, entrega sin mácula de reserva, absoluta. Pero ¿y tú? ¿tú me amas? ¿Yo? contesta inocente el popular, impostando la voz hasta donde sus cuerdas vocales le permiten. Yo más. De hecho, mi vida está en tus manos. Soy tan tuyo que apenas me pertenezco. Y cuento como eternos los días, minutos y segundos en que el destino nos una en el Salón de Plenos. Salvador entonces cae en la cuenta: no puede traicionar tanta entrega, tanto compromiso. Y para aliviar la tensión tras la rueda de prensa más grotesca que se recuerda por estos lares, se siente obligado a tranquilizar a Sebas. No te preocupes, que tendrás tu moción de censura, que lo mío con Cuenca tiene menos futuro que Torres Hurtado a las puertas del Juzgado. Ocurre que ahora, simplemente, no puedo ir más allá. ¿Tú me entiendes, verdad? Piensa que fue Cuenca quién me pagó el billete a Madrid. Ay, fíjate, qué paradoja, Madrid, sí, sí, sí, justo el sitio en que podemos vernos sin remordimientos. Sebas suspira como solo lo hacen los enamorados, porque él cree que si tiene una opción de ser alcalde, ésta pasa por Salvador. Y entonces esboza un sonrisa picarona y se lanza. Dime, ¿y qué llevas puesto? Adivina. ¿No me digas -interrumpe exaltado- que te has puesto esa chaqueta liberal-mediopensionista que tanto me gusta? Sí. Y abajo la liga socialdemócrata de mi primer matrimonio. Ya sabes, ni roja ni azul... Eso no me lo dices a la cara, cariño, le espeta el líder conservador casi fuera de sí. Que te como. De repente, una voz se deja oír invitando a cenar a Luis e interrumpiendo el diálogo justo cuando la temperatura más subía. Me tengo que ir, amor. ¿Ya? ¿Tan temprano? Buff... Sí. Lo siento, me llaman a cenar. Bueno, cuelga. No cuelga, tú...