La crueldad con los animales

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 1 de Julio de 2018
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La grandeza de una nación puede juzgarse por la forma en que trata a sus animales. Mohandas K. Gandhi.

La crueldad con la que tratamos a otras personas, la indiferencia al sufrimiento de personas inocentes, muchos de ellos niños y niñas que sufren de hambre y a los que explotan más allá de nuestras cómodas fronteras, el mirar constantemente a otro lado cuando nos cruzamos con un mendigo que lo ha perdido todo, y al que miramos por encima del hombro como si su mera existencia nos molestase, todas estas actitudes, y algunas más, nos definen, nos dicen éticamente cómo somos en verdad, no como pretendemos ser o cómo fingimos ser para que nos juzguen los demás. La crueldad con la que dejamos que traten a los animales, la indiferencia ante el abuso que hacemos de ellos, sus sufrimiento, todo para alimentar la gula de Occidente o para producir mil productos cosméticos que disimulen una insignificante arruga, o permitir vestirnos con elegantes prendas, también expresa con claridad cómo somos éticamente, por mucho que nos enternezcan esos videos de gatitos o cachorros de perro que pululan por las redes sociales.

La crueldad con la que dejamos que traten a los animales, la indiferencia ante el abuso que hacemos de ellos, sus sufrimiento, todo para alimentar la gula de Occidente o para producir mil productos cosméticos que disimulen una insignificante arruga, o permitir vestirnos con elegantes prendas, también expresa con claridad cómo somos éticamente, por mucho que nos enternezcan esos videos de gatitos o cachorros de perro que pululan por las redes sociales

Los animales no son seres humanos, pero sufren dolor y angustia en grados significativos. Bentham, filósofo utilitarista, planteó un principio que debía regir la universalidad de nuestro comportamiento moral: Cada cual ha de contar por uno y nadie por más de uno, a la hora de hacer los cálculos de las consecuencias éticas de nuestros actos. Refinando el argumento Sidgwick lo formuló así: El bien de cualquier individuo no tiene mayor importancia desde el punto de vista del universo, que el bien de cualquier otro. No debemos hacer depender nuestra consideración a respetar sus intereses, de cómo son o de cualquier capacidad que pudieran tener. Todo ser humano independientemente del color de su piel, o de su sexo, ha de preocuparnos por igual. Ni la inteligencia, ni otras características, deberían inclinar el favoritismo en nuestra balanza, pues ese tipo de predisposición, abre la puerta a políticas que cualifican la validez de los derechos y de las vidas humanas en torno a valores de discriminación, que pueden ser muy peligrosos.

Si la igualdad de derechos debe aplicarse a todos los seres humanos, qué argumento justifica que en virtud de la preminencia de nuestra especie no los extendamos a otros seres más indefensos. Para Bentham la clave de la cuestión se encuentra en la capacidad de sufrir, igual en los seres humanos que en los animales. O si queremos su antagonista, la capacidad de disfrutar. Si desteologizamos los derechos morales, algo que en pleno siglo XXI deberíamos hacer, no hay argumento para que justifiquemos causar dolor a un ser porque no tiene alma. Si pretendemos ser más racionales o científicos, ¿el parámetro es el nivel de inteligencia? Si establecemos ese parámetro en los seres humanos dotaríamos de mayores derechos a los genios que a los que no estamos dotados de tal capacidad. Si buceamos en las excusas de los bienintencionados defensores del racismo en los últimos siglos, o de la discriminación de las mujeres, veríamos argumentos similares, menospreciando la inteligencia y la capacidad de unas razas o de un género, y proponiendo condescendientes medidas de patronazgo para protegerlas y justificar su explotación.

La capacidad del lenguaje es otra de las excusas para argumentar nuestro derecho como especie a hacer con otras lo que nos dé la gana, lo cierto es que a la hora de expresar emociones no es el lenguaje lo más significativo. Jane Goodall dejó claro en un estudio científico en su libro En la senda del hombre: vida y costumbres de los chimpancés, que la comunicación no verbal para manifestar miedo, enfado, amor, felicidad, sorpresa, deseo (algo que los animales suelen hacer) son más relevantes que el propio lenguaje.

Si la igualdad de derechos debe aplicarse a todos los seres humanos, qué argumento justifica que en virtud de la preminencia de nuestra especie no los extendamos a otros seres más indefensos

Una vez descartada la existencia de un alma, de la inteligencia o del lenguaje como motivo para despreciar la capacidad de las diferentes especies de sentir dolor, sufrir, y de disfrutar y sentir regocijo, y el principio ético de no discriminar en torno a valores, que si los utilizamos en los seres humanos, nos llevarían a éticas más que dudosas, como la inteligencia, el camino a una ética que respete a más de una especie está abierto. Una vez llegado a este punto el filósofo Peter Singer se enfrenta a la mayor dificultad; alguno de los defensores del consumo de carne estarían de acuerdo con estos argumentos, y plantearían que habría que apostar por un trato más humano con los animales, pero que eso no interfiere con la necesidad de sacrificarles (sin excesivo dolor) para comida o experimentar avances médicos. El argumento del pensador australiano a este respecto es el siguiente; imaginemos que tenemos que escoger entre salvar a una de estas dos personas; una persona normal y una con alguna significativa disfuncionalidad, si el criterio es el nivel a la hora de tener una vida autoconsciente, más plena, más significativa, etc., que es el que aplicamos a la hora de no valorar la vida animal, elegiríamos a la primera persona. Pero si el criterio es evitar el sufrimiento y el dolor, no está tan claro. Imaginemos que tenemos a esas dos personas heridas graves, y solo tenemos calmantes para una, si el criterio es evitar el sufrimiento como principio ético, y no valorar las cualidades de cada uno, no tendríamos motivo para elegir al primero sobre el segundo.

Es fácil imaginar argumentos que pasan por las cabezas  de lectores sobre el hambre que incluso muchas familias sufren en el acomodado mundo occidental, lo cierto es que en palabras del filósofo australiano en “Liberación animal”: Si interrumpimos la crianza y el sacrificio de animales para comida podemos obtener tanta comida extra para los humanos que, propiamente distribuida, eliminaría la hambruna y malnutrición de este planeta. La liberación animal es, también, liberación humana. No confundamos necesidades, con el gusto por consumir, propio del capitalismo indiferente a cualquier sufrimiento, humano o no.

La propaganda de las todopoderosas multinacionales farmacéuticas o cosméticas han convencido a la opinión pública de la necesidad de sacrificar y hacer sufrir animales para experimentar adelantos médicos, pero lo cierto es que muchos de estos sacrificios no son por necesidades de investigación médica, sino meramente comerciales; champús, cremas cosméticas, agentes colorantes para comidas, o estupideces varias

La propaganda de las todopoderosas multinacionales farmacéuticas o cosméticas han convencido a la opinión pública de la necesidad de sacrificar y hacer sufrir animales para experimentar adelantos médicos, pero lo cierto es que muchos de estos sacrificios no son por necesidades de investigación médica, sino meramente comerciales; champús, cremas cosméticas, agentes colorantes para comidas, o estupideces varias. Si profundizáramos en bibliografía crítica con los experimentos con supuestos motivos médicos, veríamos que en la mayor parte de los casos, o no son imprescindibles, o hay otros métodos alternativos, que sí, constarían más dinero. La codicia ese sumidero por donde se descarga cualquier problema de consciencia por el sufrimiento ajeno. Un comité británico independiente descubrió que tan solo una cuarta parte de los experimentos con animales logran alcanzar relevancia para publicarse en revistas científicas (lo que tampoco garantiza su eficacia en terapias futuras), no hay motivo para pensar que ese porcentaje no sea similar en otros países civilizados, lo que nos indica la banalidad de la mayor parte del sufrimiento causado a estos animales. Otro problema que tampoco podemos obviar, es que la mayor parte del sufrimiento humano debido a enfermedades se encuentran en amplias zonas de Asia, América Latina o África, y que serían fácilmente subsanables no con mayores experimentos médicos con animales, sino con alimentos, medicamentos, higiene y asistencia sanitaria, pero costaría dinero, y preferimos que nuestras consciencia caigan por ese sumidero, que no afrontar la verdad de nuestra indiferencia por mera avaricia.

Pocas veces asistimos a tanta crueldad como la que en esas granjas fábricas de carne se somete a los animales, no ya por necesidades alimentarias, sino por que dicha carne se encuentre en condiciones que satisfagan el gusto creado de los consumidores occidentales

Pocas veces asistimos a tanta crueldad como la que en esas granjas fábricas de carne se somete a los animales, no ya por necesidades alimentarias, sino por que dicha carne se encuentre en condiciones que satisfagan el gusto creado de los consumidores occidentales. Animales plenamente sintientes en cuanto a su capacidad para sufrir dolor y angustia, como los terneros, son sometidos a condiciones infernales de espacio, de oscuridad, de alimentación, con tal de que su carne tenga la textura y el sabor adecuado. En nuestra consciencia está atreverse a pensar si nos merece o no, la pena y el sufrimiento de esos animales, para satisfacer el gusto especifico de nuestra gula.

Hay otros aspectos igualmente relevantes, entre ellos los crímenes contra el medio ambiente que no solo perjudican la salud medioambiental del planeta, sino que expulsan de sus hogares y llevan a muchos animales cerca de la extinción, o el trato cruel a las especies más cercanas a la nuestra, como los simios. Hoy día existen suficientes conocimientos genéticos para a partir de células madres de animales producir carne apta para el consumo humano, y la tecnología para producirla barata,  y de manera masiva, está a nuestro alcance, si empleáramos los recursos necesarios, pero los grandes lobbies alimentarios cárnicos presionan para que esta realidad nunca llegue a producirse. No es ninguna sorpresa, prefieren antes mantener el potencial para producir comida vegana o vegetariana en el ámbito de la moda para minorías, que aceptar que el respeto por los animales, no solo es un problema ético de primera magnitud, sino que es promovido por un capitalismo salvaje que solo beneficia a unos pocos, mientras que las alternativas que evitarían mucho sufrimiento no solo a los animales, sino a los seres humanos, no les enriquecerían tanto.

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”