Conocerse a uno mismo
No sé si les pasa a ustedes, pero a veces me sorprendo a mí mismo por mi forma de actuar. Por ejemplo, un día que pienso que estoy muy relajado, aparece la encantadora ancianita que se te cuela en una tienda porque solo tiene una cosa que pedir y le respondes de una manera que ni siquiera a ti te parece proporcionada.
Vivimos en la sociedad de las apariencias, donde todos nosotros queremos proyectar una imagen que no corresponde con lo que sentimos. Cuando yo empezaba a salir, en mis años de adolescencia, siempre pedía cerveza en los bares aunque no me gustaba en absoluto. Y es que todo el mundo la bebía a mi alrededor y yo no quería estar excluido, así que me pasé años auto convenciéndome de que merecía la pena el esfuerzo, hasta que maduré y aprendí a aceptar mis propios gustos. Ahora que ya no me veo obligado a tomarla, resulta que la disfruto mucho en un día de calor… ¡Lo que son las cosas!
Vivimos en la sociedad de las apariencias, donde todos nosotros queremos proyectar una imagen que no corresponde con lo que sentimos. Cuando yo empezaba a salir, en mis años de adolescencia, siempre pedía cerveza en los bares aunque no me gustaba en absoluto. Y es que todo el mundo la bebía a mi alrededor y yo no quería estar excluido, así que me pasé años auto convenciéndome de que merecía la pena el esfuerzo, hasta que maduré y aprendí a aceptar mis propios gustos
Algo parecido me pasó con el café. Pasé toda mi juventud tomando café solo con 3 ó 4 cucharadas de azúcar, hasta que mi amiga Maribel no pudo callarse un día:
-¿Por qué te tomas el café solo y le echas luego tanto azúcar?
-Porque es muy amargo y a mí me gusta muy dulce.
-Pues eso significa que no te gusta el café.
Una charla tan escueta y simple me sirvió para recapacitar y darme cuenta de que era verdad: tomaba café con la intención de no dormirme cuando salía con mis amigos por la noche y, realmente, su amargor no me agradaba. Así que dejé de tomarlo, sin más, y me conformé con refrescos estimulantes.
No creo que haya nadie que la primera vez que aspira el humo de un cigarro piense que está bueno y sin embargo muchos acabamos cayendo en el vicio alguna vez, seguramente porque creemos que nos concede seguridad y una imagen de alternativo, de guay.
¿Y cuándo hablamos de televisión? Es increíble que programas como Sálvame tengan tantos espectadores, porque a mi alrededor nadie lo ve, o al menos, no reconoce verlo; en cambio, cuando hablas de Informe Semanal o de Documentos TV parece que todos han visto algún programa. Curioso, que la audiencia de estos dos esté tan por debajo de Supervivientes, Gran Hermano y todos esos espacios que alcanzan cifras millonarias.
Otras veces surge una conversación literaria con amigos culturetas de los que presumen de ser grandes lectores y nadie osa decir que no ha leído libros como El Quijote o El Ulises, mientras que Stephen King o Dan Brown nunca se encuentran entre sus lecturas, como si eso les colocara en el Olimpo, por encima del populacho que adora esas tramas. El hecho es que los bestsellers permiten que la novela sea rentable mientras que las obras culmen de la literatura mundial son imprescindibles pero, por suerte o por desgracia, hoy en día no se venden al mismo ritmo. Es decir, que todo tiene sus pros y sus contras.
¿Y cuándo hablamos de televisión? Es increíble que programas como Sálvame tengan tantos espectadores, porque a mi alrededor nadie lo ve, o al menos, no reconoce verlo; en cambio, cuando hablas de Informe Semanal o de Documentos TV parece que todos han visto algún programa
Todo ello me lleva a pensar que la mayoría de nosotros somos de una forma y queremos mostrar al mundo que somos de otra. Como si no nos creyéramos suficiente como si sintiéramos que tenemos que ocultar nuestra verdadera cara para acceder al grado de respetabilidad social que pretendemos alcanzar.
El problema está en que a quienes nunca podemos engañar es a nosotros mismos. Y pese a que tratemos de ocultar gustos, conocimientos, caracteres… cuando nos quedamos solos surge como un monstruo y además nos hace sentirnos todavía más pequeños y mentirosos.
El primer paso para cambiar lo que no nos gusta de nosotros es ponernos frente a un espejo y reconocer, ante ese cuerpo que vemos, cómo somos, qué nos gusta y qué no, cuándo aparece ese monstruo desde nuestras entrañas que ni siquiera reconocemos y por qué. Es necesario dejar de obligarnos a vernos como nos gustaría y asumir las cartas con las que jugamos en esta experiencia que llamamos vida.
Si te quieres convencer de que te gusta la ópera porque da caché y en realidad la odias, tendrás que reconocerlo algún día, porque si no te pasarás la vida castigándote; igual que si ves a escondidas Sálvame y cambias de canal cuando aparece alguien, o si en realidad eres un fanático de las telenovelas. ¡Qué más da!
El primer paso para cambiar lo que no nos gusta de nosotros es ponernos frente a un espejo y reconocer, ante ese cuerpo que vemos, cómo somos, qué nos gusta y qué no, cuándo aparece ese monstruo desde nuestras entrañas que ni siquiera reconocemos y por qué
Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos tratamos de asumir roles que nos convierten en padres, hijos, trabajadores, lectores, deportistas…Y teniendo en cuenta la cantidad de trajes que nos colocamos encima en cada uno de esos papeles que asumimos, llega un momento en el que somos cebollas tupidas detrás de mil capas y ni siquiera nosotros somos capaces de reconocernos, o al menos no distinguimos lo que somos de lo que nos gustaría ser.
Conocerse es aceptarse, tanto lo que consideramos que nos hace buenos como lo que suponemos que nos convierte en malos. Todo forma parte de nosotros. No hay tantas diferencias entre unos y otros. Lo que a unos les sobra de belleza, tal vez lo compensan con lo que les falta de destreza deportiva; los más inteligentes pueden ser unos ineptos para la cocina; los más generosos también pueden ser los más despistados. No hay un solo ser humano perfecto ni tampoco uno que no sirva para nada. Así que ocultar lo que consideramos nuestros defectos o aquello que nos resta caché social es un error tan garrafal como pensar que nuestro juicio sobre nosotros mismos es compartido por quienes nos rodean.
La sinceridad debe partir de uno mismo. Y a partir de esa sinceridad puede emerger el amor a uno mismo, que es lo único que nos puede conducir a la paz interior.