'Cómo sobrellevar el dolor según la antigua sabiduría y algunos sabios atemporales'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 22 de Enero de 2023
El Grito II (1983), de Oswaldo Guayasamin.
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El Grito II (1983), de Oswaldo Guayasamin.
El sabio no busca el placer, solo busca la ausencia del dolor. Aristóteles

El hombre que no conoce el dolor no conoce ni la ternura de la humanidad  ni la dulzura de la conmiseración. Rousseau

Cómo afrontar el dolor que forma parte de nuestra vida, desde que inhalamos el primer oxigeno que poco a poco nos va desgastando, hasta nuestro descanso final, es, quizá, la principal pregunta que han tratado de responder los sabios desde el principio de los tiempos. Sea dolor físico, sea dolor emocional, sea dolor espiritual o existencial, según nuestras creencias, da igual. La manera en la que afrontemos el dolor decidirá la manera en la que decidimos vivir, al igual que condicionará extraordinariamente aquello que consideramos placer o goce, pues sin comprender qué es el dolor, el sufrimiento y la angustia que se derivan de su experiencia, difícilmente seremos capaces de comprender qué es el goce, el placer o el disfrute. Cada uno tenemos una manera diferente de afrontar el dolor, y no me atrevería a decir cuál es la más apropiada. Quizá ninguna lo sea, o lo sean todas, pero siempre puede ser útil visitar antiguas sabidurías de aquellos que supieron convertir esta ineludible experiencia en algún tipo de guía.

La experiencia del dolor define nuestra vida de manera más significativa que el placer, y probablemente marca inexorablemente nuestro destino

La experiencia del dolor define nuestra vida de manera más significativa que el placer, y probablemente marca inexorablemente nuestro destino. De ahí la importancia de cómo afrontarlo, pues de ello dependerá también nuestra propia felicidad o al menos aprender a no renunciar a ella, por miedo al dolor que hemos de sufrir, o por la angustia del dolor que ya experimentamos. No llegamos tan lejos, como el sabio escritor y pensador español Unamuno, para afirmar que el dolor es la sustancia de la vida y la raíz de la personalidad. Para Unamuno todo queda definido por esa experiencia: El dolor nos dice que existimos, el dolor nos dice que existen aquellos que amamos, el dolor nos dice que existe el mundo en el que vivimos. Poco más y poco menos. Seamos tan trágicamente existencialistas o no, ante la plenitud del dolor en cada aliento que exhalamos, su presencia es incontestable.

No hay dolor que se resista al desgaste de las laceraciones del tiempo

En una Era en la que combatimos el dolor; físico, emocional y existencial, básicamente a través de medicamentos o similares, hemos renunciado a la voluntad como primera barrera para aprender a manejar cualquier tipo de dolor. Y a la razón, como sencilla herramienta para tolerar lo tolerable y aguantar estoicamente ante lo intolerable. Qué remedio nos queda si lo pensamos racionalmente. Sin embargo, tratamos de barrerlo de nuestra existencia de la manera más rápida posible, sin darnos cuenta que esa treta puede causar más dolor a largo plazo. En ocasiones, la receta sería tan sencilla como dejar que la huella del tiempo borre las heridas que nos duelen, pero nuestra natural impaciencia nos corta de raíz esa medicina natural. No hay dolor que se resista al desgaste de las laceraciones del tiempo. Y si lo hay, tal  y como siempre han insistido tanto estoicos como epicúreos, ese dolor acabará con nosotros debido a su insostenibilidad. Por tanto, más nos vale aprender que si no acaba con nosotros, sea físico o emocional, podemos manejarlo con mayor o menor esfuerzo, ayudados por la paciencia del tiempo, la razón y la voluntad, que tan prontamente nos abandonan ante cualquier inconveniente marcado por el dolor.

Si en el presente nos vemos atrapados por el dolor, suele ser causa de mayor angustia perdernos en aquellos momentos en los que no lo experimentábamos, como si eso evitara el dolor presente

Vivir el presente no implica abandonar el pasado y olvidarlo, pero nunca debemos permitir que nos aprisione. Dante Alighieri, que como poeta vivía de embellecer el dolor, entre otras miserias humanas, tenía claro que quien sabe del dolor, todo lo sabe. Las personas que se declaran plenamente felices no suelen saber mucho de la vida. O mienten descaradamente para ocultar la presencia del dolor en su vida, o están bendecidos por la inocencia de la ignorancia. La sabiduría comienza por la gestión del dolor, y qué aprendamos de esta experiencia tan natural al ser humano como respirar. La experiencia nos advierte que no hay mayor dolor que recordar en la miseria los tiempos felices. Si en el presente nos vemos atrapados por el dolor, suele ser causa de mayor angustia perdernos en aquellos momentos en los que no lo experimentábamos, como si eso evitara el dolor presente. Al igual que el temor de males futuros no puede condicionar nuestro presente, pues si suceden, ya aprenderemos a lidiar con ellos, y si nunca suceden, para qué angustiarnos y sentir dolor prontamente. Y un dramaturgo, en este caso alemán, Friedrich Hebbel remarca al respecto que somos tan pequeños como nuestra dicha pero somos tan grandes como nuestro dolor. La enseñanza está clara; nos definimos no en nuestros momentos felices o placenteros. Lo que marca nuestro verdadero ser es nuestro comportamiento ante el infortunio, ante el sufrimiento, ante el dolor, ahí es donde mostramos nuestro verdadero rostro, y donde podemos observar el verdadero rostro de la gente que amamos u odiamos. Es el dolor el que desvela todas nuestras máscaras, rara vez la felicidad.

Ni buenos ni afortunados se libran del dolor alguna vez en su vida. Su presencia, como destacaba el comediógrafo ateniense del siglo IV a.C Menandro, es ineludible, aunque la virtud de la bondad, real o pretendida, sea tu máscara: aunque nunca obres mal, no por ello escaparas del dolor alguna vez. Su inevitabilidad, independientemente de nuestro comportamiento o suerte, no debe hacernos ser tan pesimista como Voltaire que afirmaba que la dicha no es más que un sueño, y el dolor la realidad, sino incentivarnos a aceptarlo y aprender que tenemos herramientas naturales a nuestro alcance para lidiar con el dolor cuando se nos presente, más allá de su procedencia, más allá de su durabilidad. Y esas herramientas naturales son a largo plazo mucho más efectivas que cualquier medicamento, o placer banal, que puede ayudar, pero no ser el soporte vital al que agarrarnos para lidiar con el dolor, la angustia o el sufrimiento.

Y ahí es precisamente donde las enseñanzas de los sabios estoicos han de estar más presentes que nunca; La voluntad juega un papel esencial, pues el dolor no tiene existencia objetiva. El dolor depende de la representación que nos hagamos

Y ahí es precisamente donde las enseñanzas de los sabios estoicos han de estar más presentes que nunca; La voluntad juega un papel esencial, pues el dolor no tiene existencia objetiva. El dolor depende de la representación que nos hagamos. Y por tanto de nosotros mismos. Si filosofar es aprender a querer, según la doctrina estoica, a dominar la voluntad, las representaciones con las que nos movemos en el mundo y lidiamos con las personas, los afectos o emociones, no pueden dominarnos. Epicteto, sabio estoico por excelencia, en su Manual de vida trata de responder a la pregunta de este texto ¿cómo puedo ser firme ante el dolor? : afirma que una vez que hemos discernido con la razón entre aquellas cosas que dependen de nosotros y aquellas que no, todo es más sencillo; dependen de nosotros nuestras opiniones, nuestros movimientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones, nuestras aversiones, en una palabra, todas nuestras acciones. Y no dependen de nosotros el cuerpo, los bienes, la reputación, la honra; en una palabra todo lo que no es una acción nuestra. Si tenemos clara esta distinción, y para ello tan solo nos basta la reflexión racional, es un primer paso a la sabiduría que nos enseñará como lidiar con el ineludible dolor y sufrimiento en la vida.

Permitir que nos aprisione, cuando existimos y ella no está, es permitir vivir enjaulados en un dolor que aún no existe. Lo inevitable no depende de nosotros, pero sí que depende cómo vivir y cómo comportarnos mientras no llega. Pronto o tarde

Un segundo paso, tal y como destaca el filósofo francés Michel Onfray en Sabiduría,  al hablar del estoicismo de Epicteto,  es tener claro qué hacer con lo que nos sucede: si sufrimos una enfermedad, o alguien querido la sufre, y por tanto nosotros también empáticamente sentimos dolor, podemos convertirnos en prisioneros de ese dolor, o no permitir que nos defina. Y ahí dependemos de nuestra voluntad. No permitir que ese dolor, esa situación nos defina, y defina aquello en lo que nos convertimos al tratar con los demás. Epicuro, nada estoico en su filosofía, compartía en su reflexión sobre la muerte la esencia de esta actitud: cuando la muerte llega tu no ya no estás y cuando tú estás ella no existe. Permitir que nos aprisione, cuando existimos y ella no está, es permitir vivir enjaulados en un dolor que aún no existe. Lo inevitable no depende de nosotros, pero sí que depende cómo vivir y cómo comportarnos mientras no llega. Pronto o tarde.

Y de ahí,  por tanto la tercera regla estoica destacada por Epicteto: Lo que turba a los hombres no son las cosas, sino las opiniones que se forman de ellas, es decir ellos mismos. Y el ciclo se completa, somos responsables pues de las representaciones que nos hacemos. Si nosotros somos los creadores de cómo vemos el mundo, cómo sentimos, en nuestra mano está moldear emocionalmente   cada instante de nuestras representaciones, y no dejarnos llevar. La voluntad, la razón, el sentido común de aceptar el dolor cuando se nos presenta, sin culpar a otros de esta situación, sin amarguras innecesarias, controlando nuestras emociones, aceptando lo que está en nuestras manos cambiar y aceptando por tanto lo que no lo está, es un principio sencillo de comprender, aunque no tan sencillo de aplicar. Desde tiempos inmemoriales la sabiduría nos muestra el camino a la pregunta: Cómo podemos afrontar el dolor, el sufrimiento. En nuestra mano está seguir su guía o dejarnos llevar.

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”