'¡Un código QR, por favor!'
En 2019 el Hospital Clínico de Barcelona atendió a 500 víctimas de agresiones sexuales y, alrededor del 30%, se llevaron a cabo bajo sumisión química, es decir, los agresores –siempre hombres- utilizan sustancias que confunden y anulan la voluntad de las agredidas -siempre mujeres- que no suelen recordar con nitidez qué ha ocurrido durante un determinado espacio de tiempo. El pasado mes de diciembre, se concentraron en distintas ciudades españolas jóvenes que denunciaban estas prácticas a la vez que se impulsaba en redes sociales una campaña que, bajo el hastag #DenunciaTuBar, pretendía recoger los testimonios de las mujeres violadas al mismo tiempo que exigía soluciones a los responsables gubernamentales. Entonces, se recomendó a las mujeres no perder de vista sus consumiciones, no aceptar bebidas de desconocidos o tapar los vasos.
Al peligro que supone ser drogada para, posteriormente, convertirse en víctima de una violación se suma la posibilidad de contraer enfermedades como VIH o hepatitis. Esto no pinta bien
La situación no sólo no ha mejorado, sino que empeora por momentos. Desde hace algunos meses varias jóvenes –siempre mujeres- ya han denunciado que han recibido pinchazos en lugares de ocio como salas de conciertos, discotecas o bares tras los que se han sentido mareadas o desubicadas. Se han recogido denuncias en varias comunidades autónomas –en Andalucía principalmente en Málaga y Cádiz-, así como en otros países como Reino Unido y Bélgica. Al peligro que supone ser drogada para, posteriormente, convertirse en víctima de una violación se suma la posibilidad de contraer enfermedades como VIH o hepatitis. Esto no pinta bien.
Las realidad es que las víctimas son sólo mujeres y los hombres que utilizan las jeringuillas lo tienen muy claro en el momento de diferenciar a sus víctimas a las que no necesitan preguntar sus pronombres
El Ministerio de Igualdad dirigido por Irene Montero, que tan hábil parece para presionar sobre otros asuntos al Gobierno de coalición, debe estar ocupado en otras cosas porque la solución aportada no parece muy factible. Según ha informado su titular, ha firmado un acuerdo con los empresarios de locales de ocio nocturnos para que en los baños se coloque una pegatina con un código QR que dirige a la Guía del Punto Violeta. Es decir, que mientras se reacciona al pinchazo, se intenta comprender qué ha pasado, miras a tu alrededor para ver si alguien cerca de ti está manipulando una jeringuilla, te paras para recordar que existe un código que escanear. Entonces, atraviesas el local a codazos para conseguir llegar al baño y empezar a leer una guía. Perfecto si no fuera porque mucho antes de traspasar la meta de semejante gymkana, te habrás desplomado. Está claro que la señora Montero y sus colaboradoras son más efectivas montando incendiarias campañas publicitarias con fotos robadas que la ciudadanía pagará en forma de costosas indemnizaciones o vídeos chulísimos sobre la fiestuki del consentimiento. Otra reacción se habría esperado del ministerio si los pinchazos los recibieran hombres autoidentificados mujeres o personas del colectivo gay. Las declaraciones, ruedas de prensa y concentraciones para denunciar la transfobia o la homofobia estarían en todas las portadas. Pero, la realidad es que las víctimas son sólo mujeres y los hombres que utilizan las jeringuillas lo tienen muy claro en el momento de diferenciar a sus víctimas a las que no necesitan preguntar sus pronombres. ‘Los’ y ‘les’ no existen, a quienes buscan es a ‘las’.
¿Qué empuja a un hombre a salir de casa con una jeringuilla con la que pinchar a una mujer para anular su voluntad y violarla?
Debemos formularnos la siguiente pregunta: ¿qué empuja a un hombre a salir de casa con una jeringuilla con la que pinchar a una mujer para anular su voluntad y violarla? Intentemos contestarla desde distintas vertientes. En primer lugar, la consideración de que las mujeres somos cosas, objetos de usar a tirar a voluntad, cuerpos que consumir y utilizar sin nuestro consentimiento porque nuestra palabra no tiene valor. En segundo lugar, una cultura de la violación cada vez más arraigada en una sociedad que no ha dejado de ser machista por muchas capas de barniz superpuestas, alimentada –constantemente- por pornografía cada vez más violenta y visionada a edades muy tempranas que presenta a las mujeres anuladas y sumisas. Por último, la ausencia de una verdadera educación en igualdad que ha desaparecido de las aulas para ser sustituida por charlas sobre almas sexuadas.
Están intentando expulsarnos de los lugares de ocio, arrebatarnos de nuevo el espacio público utilizando el miedo que más paraliza a las mujeres, el de ver violentada su intimidad y su cuerpo
Están intentando expulsarnos de los lugares de ocio, arrebatarnos de nuevo el espacio público utilizando el miedo que más paraliza a las mujeres, el de ver violentada su intimidad y su cuerpo. Y a ello están contribuyendo las actuaciones que vuelven a poner el foco sobre las mujeres, las víctimas. No, no somos nosotras las que tenemos que ir en busca de un código QR para leer una guía, son ellos los que deben ser señalados como agresores, expulsados de los locales y entregados a la Policía. Y, al igual que se hace en los estadios de fútbol donde se cachea al público en las puertas de entrada para garantizar la seguridad de todo el aforo sin que la afición haya protestado por esta medida, lo mismo debería hacerse en conciertos, discotecas o lugares donde se concentra un gran número de jóvenes para evitar que las mujeres vuelvan a ser agredidas. No somos cebos, pagamos nuestras consumiciones al mismo precio que el resto de la clientela y no tenemos por qué ser consideradas personas de segunda categoría. En algunos casos en los que el grupo de amigas de la víctima ha señalado al agresor y lo ha puesto en conocimiento del personal de seguridad del local, la fiesta ha continuado como si nada hubiera pasado.