La canción del momento
De vez en cuando se produce un instante mágico: por algún motivo, una canción te engancha, se convierte en tu compañera. A lo mejor podrías, pero no quieres dejar de escucharla, la necesitas cada cierto tiempo. Se ha convertido, alehop, en tu canción del momento.
Apresurémonos a distinguir entre la canción del momento y esa otra vulgar y corriente que se te planta en el cerebro y no se suelta ni aunque la empujes con todas tus fuerzas. No sé a ustedes, pero a mí me ha pasado muchas veces que me he levantado tarareando una melodía infame, espantosa, atroz; y que la he vuelto a tararear tras el desayuno; y que bien entrada la mañana todavía no se ha ido; y que es entonces cuando siento la tentación de abordar al primer transeúnte con el que me cruce e implorarle: “Mátame, por Dios, acaba con este sufrimiento cuanto antes”.
La canción del momento es otra cosa bien distinta. Te dejas atrapar por ella porque te parece fantástica, genial, insuperable. Por lo menos de entrada. Luego, cuando ya la has escuchado varias veces, a lo mejor admites que no pasa de simpática. Pero aun así te encanta, qué coño, no vas a dejarla de lado sólo por eso.
Muchas veces es un tema nuevo, recién salido del horno. Pero también puede ocurrir que te enganche una melodía añeja que ya escuchaste en su momento pero que, por lo que sea, entonces simplemente te agradó y ahora le encuentras mucho más chicha.
‘My Sharona’, de The Knack, es un ejemplo claro de canción del momento, porque lo fue para media humanidad. Para mí también, por supuesto. Era de una sencillez irresistible, te ponía las pilas al instante, te sacaba a la pista de baile, te incitaba a socializar, a cantar con tu peña, mientras tocabas una guitarra imaginaria, eso de “my my my, aee, aee, uuuuuhhhh!!!”, que no sabías muy bien qué significaba ni falta que te hacía. Era poderosa y adictiva a más no poder. Y no sé qué hago hablando de ella en pasado, porque sigue produciendo estímulos positivos entre quienes la hicimos nuestra allá por 1979, pero seguro que obra el mismo efecto en los que nacieron después de esa fecha y la oyeron por primera vez en, digamos, 2014. Es eterna.
He tenido muchísimas otras pero pondré sólo cuatro ejemplos muy recientes, que no quiero cansar. Uno es ‘Girlfriend’, temazo incluido en ‘In the studio’, el tercer elepé de The Specials. O el primero en el que se hicieron llamar The Special AKA, como se prefiera. Me gustó un montón en su momento, claro. Me encantó el disco en su conjunto, lo tuve como uno de mis favoritos durante bastante tiempo. Como ahora dispongo de tocadiscos nuevo y me está dando por hacer Operaciones Rescate de material antiguo, lo volví a poner y entonces fue cuando ‘Girlfriend’ realmente me hechizó.
En su día, me estoy remontando a 1984, lo que más me había gustado de ella era su estribillo (decía: “lo que más me gusta de ti es tu novia”, que como posible insulto me pareció bastante ingenioso y apropiado), pero me pasaron casi desapercibidos esos vientos casi omnipresentes, esa melodía diferente, casi rara, con tantos semitonos, y la manera de cantar tan elegante de Rhoda Dakar. Ahora he caído en todo eso. Pero es que aunque no la hubiera analizado tan a fondo, igualmente también me habría podido conquistar. Es la magia de la que hablaba al principio, una cosa inexplicable y extraordinaria.
Vayamos con el segundo. He perdido la cuenta del número de canciones del momento que me han llegado desde Jamaica. ‘Rasta don´t fear’, de Derrick Morgan, es sólo una de ellas y si la nombro es porque me tuvo colgado el pasado verano. Que no fue cuando se editó, ojo, porque me parece que es de 1975.
Sólo suenan, al menos que yo distinga, dos voces, dos guitarras, un bajo y una batería. Haciendo, además, un trabajo muy simple, ahí no hay ni rastro de virtuosismo. Pero conozco pocos casos en los que a ese minimalismo se le saque tanto partido. Podría decirse que la canción es un puro estribillo, no hay nada que se te escape. Y me divierte muchísimo cantar una estrofa con el tono alto y la siguiente, con el bajo. Es de lo más refrescante y desinhibidor que hay en la vida. Es maravillosa, y así lo resumo todo en una palabra.
El tercer ejemplo es ‘Trippin’ on your love’, que está en el disco que acaban de sacar Primal Scream. Ahí se encuentran reunidos varios elementos que me han hecho claudicar: un ritmo que te incita a mover la cabeza, un toque arábigo-psicodélico de sintetizador, un estribillo hipnótico… En realidad nada que no haya escuchado nunca antes, todo está más que trillado. Pero la forma en la que han combinado los ingredientes ha provocado una explosión de sabor que ha hecho estallar la marmita.
Termino, para rizar el rizo, con algo que se convirtió en canción del momento tanto en su forma original como con una posterior adaptación. Se trata de ‘This must be the place’, que cerraba el ‘Speaking in tongues’ de Talking Heads. Me subyugaron su cadencia de bajo, su teclado como en espiral, la guitarra que emergía y volvía a esconderse tras dar un toque mínimo pero en su sitio, y por supuesto la voz inconfundible, aguda y un punto nasal de esa bestia que respondía y responde al nombre de David Byrne.
Pero hete aquí que, el año pasado, la retomaron Ben Bridwell (de Band of Horses) y Sam Beam (o lo que es lo mismo, Iron & Wine) en modo acústico y le dieron un aire campestre, un toque folk precioso que aderezaron con un juego de voces increíble. Lo que en su toma primigenia se dibujaba como algo misterioso e insinuante, aquí se presentaba cercano, se humanizaba. Confieso que esa canción la puse en el coche cuando volvía de cerrar definitivamente mi casa de Algeciras y, cuando escuché “Home, is where I want to be”, se me hizo tal nudo en la garganta que por poco tengo que parar y desahogarme. Sí, tu canción del momento también puede emocionarte; es otra de sus virtudes.