Buena o mala política
Esa es la cuestión, la política es buena o es mala. Y eso en función de su utilidad para la vida y el bienestar de las personas, que son quienes la califican. Otros vericuetos al uso, como “nueva o vieja” política, “cercana y próxima”, etc., en mi opinión, sólo pretenden tapar la verdadera realidad de quienes sólo saben esconderse tras unos tópicos muy propios de la sociedad del espectáculo en la que vivimos. Aunque se escondan muy bien.
Lo fundamental son las convicciones que conforman una ideología política, otro término que pretenden desterrar quienes a todo se apuntan y a nadie quieren molestar. Y la ideología política conlleva principios, valores, ideas y propuestas. Que naturalmente no pueden ser universales ni válidos para todos, es imposible. Buena política es la que se basa en esas convicciones, y mala política la que carece de ellas y se basa en las consignas coyunturales y por tanto efímeras. Mala política es la que ante cualquier duda, recurre a las palabras sensatez, razonable, sentido común o regeneración democrática, como latiguillos. Así se oculta cualquier vacío de posición o se intentan ocultar las verdaderas convicciones.
Las ideas y las convicciones, lo primero. Y si además vienen acompañadas de cercanía, simpatía y buen rollo, mejor. Pero, por si solas, ni la cercanía ni la simpatía conforman una posición política. Todo lo más, la adornan, por tanto no son desdeñables. Pero obviar la convicción ideológica para centrarse en la escenografía (uso de tópicos recurrentes fáciles de asimilar por el oído, consignas simples y lugares comunes) es mala política. Por muy nueva o cercana que se autodefina, que lo será. Pero también lo será mala, inútil y frustrante para la gente, muy difícil de controlar por los votantes y siempre sujeta a los vaivenes de las modas. Mala, mala y mala política, aunque la mona se vista de seda.