La Bruja era el Juez
El auténtico guión de la obra La Bruja y don Cristóbal no era el que representaron en Madrid los titiriteros de Granada Alfonso Lázaro y Raúl García y que tanto escándalo causó el mes de febrero sino el que, de forma paralela, inventaron contra ellos todas las fuerzas reaccionarias para lavar su dudosa conciencia y arremeter de camino contra las alcaldesas de Madrid y Barcelona.
En esa comedia equidistante con visos inquisitoriales que se representó en la Audiencia Nacional, en las sedes de ciertos partidos y en los medios de comunicación más retrógrados, la Bruja era el Juez y la Monja Malvada todos los mojigatos que se unieron al lamentable coro que exigió la prisión inmediata de los titiriteros de Granada por representar una obra en la que, durante unos segundos, aparecía una pancarta con la leyenda Gora Alka-Eta. Ninguno de estos personajes quiso entender entonces que las marionetas no cometen delitos sino ficciones, y que las verdaderas fechorías, las que nos deben preocupar, son las que se perpetran fuera de las fábulas para proteger oscuros intereses y con plena conciencia.
¿Son marionetas de hilos los representantes del poder judicial?
Ismael Moreno, el mismo magistrado que encarceló a los titiriteros y luego decretó su libertad pero con la obligación de comparecer semanalmente en un juzgado como si fueran peligrosos criminales, los ha absuelto ahora del delito de enaltecimiento del terrorismo. Reconoce el magistrado (un antiguo inspector de policía durante los últimos años del franquismo) lo que muchos, sin tener sus conocimientos legales pero sí un sentido de las libertades democráticas menos restringido, dimos por supuesto desde siempre: que en la obra no consta suficientemente acreditado el “elemento intencional y doloso de elogiar, enaltecer, alabar o justificar la actividad terroristas o menospreciar o humillar a las víctimas de delitos terroristas o sus familiares”. Es más, el fiscal admite que “el idioma en que se iba a representare la obra era el esperanto, por lo que fue ininteligible para el público en general”.
Las mascarada política que montaron a costa de los titiriteros los más conspicuos conservadores españoles sí merecería reprobación, porque allí no había invención ni fantasía sino deseo explícito de embestir contra rivales políticos a costa del sacrificio no ya de dos titiriteros sino de las propias libertades públicas que proclaman las leyes. Pero esos coros de grillos no tienen nada que temer. Su comedia bárbara está exenta de responsabilidad.
Alberto Fernández, representante del PP de Cataluña, queriendo abofetear a Ada Colau, acusó a los actores de “denigrar a las personas y ensalzar el terrorismo”. E incluso los más tibios, como Albert Rivera, se apuntaron de inmediato al carro de los cómicos intransigentes: “La apología del terrorismo y encima con menores es muy grave. En esta nueva transición debemos despolitizar la cultura, la educación y la justicia para que sean cuestiones de Estado y para todos”, escribió el líder de Ciudadanos.
En la hemeroteca están las frases que pronunciaron y en los periódicos del lunes el resultado de las elecciones. Cada cual saque sus conclusiones.