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La bioética y la vacunación contra el COVID-19

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 6 de Diciembre de 2020
Vacunas contra la Covid-19.
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Vacunas contra la Covid-19.
'Supongamos que entonces comienzo a pensar éticamente hasta el punto de reconocer que mis propios intereses no pueden, simplemente porque son míos, contar más que los ajenos. En lugar de mis propios intereses ahora he de tener en cuenta los intereses de todos los que se verán afectados por mi decisión. Esto me exige sopesar todos esos intereses y adoptar el curso de acción que con mayor probabilidad maximice los intereses de los concernidos'. Peter Singer, Ética práctica.

La pandemia, que seamos claros, es una epidemia que afecta a todo el globo terráqueo, que no distingue entre buenos o malos, virtuosos o pecadores, y actúa sin piedad con aquellos más vulnerables, por edad, salud o falta de recursos, está siendo una pesadilla para nuestras sociedades. Desquebraja tres pilares esenciales que minados desintegran la capacidad de progreso, la vitalidad de una sociedad. Afecta a la salud física, es devastadora esa cifra de fallecidos diarios con las que comemos al mediodía al calor de los informativos, y a la que estamos tan acostumbrados que parece hemos anestesiado todo nuestro sentido de la moralidad y de la decencia; desdeñamos el uso de mascarillas a la menor oportunidad, salimos en tromba  a disfrutar de nuestra orgia consumista navideña, como si fuera un año normal. Nos negamos a que nos controlen el número de invitados a las comidas de Navidad, porque atenta contra nuestras libertades, y despotricamos contra los déspotas que pretenden imponer medidas para que en enero y febrero no haya miles de familias destrozadas por pérdidas irreparables.

Está afectando a un segundo pilar, que es la salud mental, algunos psiquiatras, psicólogos e institutos de salud mental están advirtiendo del deterioro progresivo que amplias capas de la sociedad están sufriendo debido a la ansiedad, a la angustia, que nos desgasta día a día. Las consecuencias son imprevisibles, y de larga duración

Está afectando a un segundo pilar, que es la salud mental, algunos psiquiatras, psicólogos e institutos de salud mental están advirtiendo del deterioro progresivo que amplias capas de la sociedad están sufriendo debido a la ansiedad, a la angustia, que nos desgasta día a día. Las consecuencias son imprevisibles, y de larga duración. Está por ver si estamos preparados para ellas una vez que esta pesadilla termine. Y afecta también a un tercer pilar esencial para una sociedad: la economía. Muchas familias están sufriendo al ver como negocios que les costó décadas construir se desvanecen al soplo de la debacle de la pandemia. Muchos trabajadores pierden sus trabajos, y no saben ni cuándo ni en qué condiciones podrán volver a ellos, o lo que es peor, si llegarán a recuperarlos. Y el deterioro del bienestar económico afecta también a la salud de la población, mientras más frágil es la economía de las familias, más frágil es la salud de una sociedad. Si algo nos ha mostrado la pandemia es cómo las familias en riesgo, debido a su situación económica, no solo sufren por esto, sino que no pueden permitirse cuarentenas en las condiciones debidas, o cuidar a sus hijos como deben, entre tantas otras cosas que les fragilizan más que aquellos que tienen recursos. La pandemia no entiende de fronteras, pero si entiende de clases sociales, y las más desfavorecidas la sufren con mayor dureza.

Una luz, y la única solución posible, salvo que optemos por pagar el precio de dejar la enfermedad libre hasta que estemos inmunizados, con el coste de millones de vidas en el mundo, cientos de miles aquí, es la vacuna. Al calor del esfuerzo de la ciencia médica y genética, se ha logrado en un tiempo record ofrecernos un cortafuego a esta enfermedad

Una luz, y la única solución posible, salvo que optemos por pagar el precio de dejar la enfermedad libre hasta que estemos inmunizados, con el coste de millones de vidas en el mundo, cientos de miles aquí, es la vacuna. Al calor del esfuerzo de la ciencia médica y genética, se ha logrado en un tiempo record ofrecernos un cortafuego a esta enfermedad. Si todo va bien, en los meses de enero y febrero entraremos en la fase de vacunación en nuestro país, y los de nuestro entorno. Hay dos peligros que podrían dañar esa luz al final del túnel, y o bien retrasar nuestra recuperación, incluyendo la económica, o bien provocar muchos más daños en vidas humanas. Probablemente ambas cosas. La primera es que creamos que por el hecho de comenzar a vacunar todo está solucionado: deberá haber una especial campaña de concienciación si queremos que este proceso, que siendo optimistas no durará menos de 9 meses antes de que podamos recuperar la normalidad, no implique que como hemos visto en desescaladas anteriores, abandonemos de golpe toda precaución y nos lancemos como descerebrados a creer que ya está todo resuelto. Necesitaremos mantener durante el proceso de vacunación medidas como las mascarillas, la distancia, restricciones de aforo, y demás, hasta que el COVID-19 se convierta en algo aislado. Hará falta fortaleza mental por parte de la población, políticas muy contundentes de comunicación para concienciarnos y evitar relajaciones peligrosas, y que nuestras instituciones y nuestros políticos actúen con responsabilidad y no se lancen a relajar todas las medidas de protección antes de tiempo, con tal de conseguir captar votos y quedar bien ante las cámaras. No es permisible que se piense en conseguir votos antes que salvar vidas. Ya hemos visto el precio a pagar debido a las precipitaciones en la desescalada, y  por negarse a tomar medidas a tiempo, eludiendo su responsabilidad para no quedar mal ante la ciudadanía impaciente. Veremos si hemos aprendido la ciudadanía, y si han aprendido los políticos  irresponsables.

Otro asunto que puede afectar a esa luz, y que es igualmente preocupante, es  la de aquella ciudadanía que, o bien pretende negarse a vacunarse, o bien mantiene reticencias y desea esperar lo máximo posible, porque no se fía y siente temor

Otro asunto que puede afectar a esa luz, y que es igualmente preocupante, es  la de aquella ciudadanía que, o bien pretende negarse a vacunarse, o bien mantiene reticencias y desea esperar lo máximo posible, porque no se fía y siente temor. Se entrecruzan en este debate cuestiones médicas, económicas, éticas, e incluso legales, sobre si debería ser obligatoria la vacunación para toda la población, o si ha de serlo para determinados grupos, como sanitarios, trabajadores esenciales, población de riesgo, etc. No es un debate fácil, y se encuentra lleno de espinas en el camino, y hemos de ser muy cuidadosos a la hora de resolverlo. Hay vertientes de este asunto esenciales, que para evitar males mayores se han de resolver con transparencia, como la decisión ética de qué población ha de ser prioritaria, a la hora de vacunarse, obligatoriamente o no. Cuestiones esenciales de bioética deben estar en el centro de un debate serio en todos estos temas que acompañan a la vacunación, que de no resolverlos con la pedagogía adecuada, y una claridad y transparencia encomiables, pueden enquistar nuestro camino a la hora de  recuperar la salud y la normalidad.

La bioética es una disciplina relativamente reciente de la filosofía moral que tiene mucho que decir en todo este proceso, a la hora de decidir qué grupos han de vacunare prioritariamente, y acerca de la responsabilidad y necesidad ética de la vacunación. Cuatro principios son claves a la hora de juzgar moralmente una actuación de este tipo:

Aquí encontramos un primer asunto espinoso; pueden algunos de estos trabajadores negarse a recibir la vacuna o se les ha de obligar. La respuesta moral está clara, hay una obligación moral.

a) Respetar a las personas, considerando que son seres autónomos, pero a su vez cuidando de aquellos que tienen su autonomía reducida. Por ejemplo, todas esas personas mayores que se encuentran en residencias necesitan que les prioricemos, y recibir lo antes posible una vacunación que les proteja de la debacle que les está asolando. ¿Qué ocurre con todos aquellos trabajadores que les asisten? Deberían también, al igual que los médicos, ser objetivos prioritarios. Aquí encontramos un primer asunto espinoso; pueden algunos de estos trabajadores negarse a recibir la vacuna o se les ha de obligar. La respuesta moral está clara, hay una obligación moral. La legalidad dependerá de las medidas que las autoridades exijan a estos trabajadores, pero el riesgo es demasiado alto para convertirlo en una cuestión de libertades o deseos meramente personales, cuando las libertades y vidas ajenas se encuentran en grave peligro, expuestas al albur de decisiones individuales. Esta reflexión es Igualmente válida y aplicable para otro tipo de personas que por sus empleos o situaciones personales hayan de cuidar o tratar con personas vulnerables. Hay una exigencia moral, ¿debiera haber una legal? de proteger a esas personas vulnerables.

Si una vacuna protege de brotes hospitalarios, en centros de salud, o en lugares comunitarios, ¿debemos permitir una objeción de conciencia a dicha vacunación?

b) Una primera vertiente del llamado principio de beneficencia; hemos de tratar éticamente a todos los pacientes, protegiéndoles del daño. Que la acción del médico, del cuidador, de todo aquel que ostente una responsabilidad se encuentre guiada por el principio de no dañar a nadie. Por acción, a través de las medidas necesarias, con los mejores tratamientos al alcance y evitando medidas de discriminación por edad, o de fragilidad de la salud. Evitando el bochornoso espectáculo que hemos vivido con el colapso de las UCI, discriminando por edad, y posibilidades de curación. Si una vacuna protege de brotes hospitalarios, en centros de salud, o en lugares comunitarios, ¿debemos permitir una objeción de conciencia a dicha vacunación?

c) La segunda vertiente del principio de beneficencia. Si en la primera se trataba de evitar causar mal, por acción u omisión al paciente, en este segundo caso se trataría de maximizar el bien que se le puede causar;  extremar los posibles beneficios y minimizar los posibles riesgos. Eso incluye que los pacientes, la ciudadanía, estén bien informados en todo momento de las acciones a las que se verán sometidos. La trasparencia, es esencial, y no dejaremos de repetirlo. Lo es en el caso de los laboratorios que han diseñado las vacunas, mostrando públicamente la gran cantidad de controles, revisiones, por parte de organismos independientes que revisan las vacunas, y que garantizan que intereses egoístas o empresariales, no alteren los resultados. Esos controles existen, se están aplicando, y la rapidez que estamos viendo se debe más a eliminar trabas burocráticas, que antaño tardaban más de lo debido, que no a perjudicar los controles científicos que garantizan que esas vacunas produzcan los beneficios anunciados.

Sería bueno ser rigurosos, y no caer en errores que pueden entorpecer la vacunación de la población; no es lo mismo tener reticencias ante las vacunas, que ser negacionistas de las mismas. Los antivacunas son aquellos grupos que organizadamente llevan décadas arguyendo excusas seudocientíficas que atentan contra la racionalidad de la ciencia

d) El principio de justicia; es quizá el más importante y esencial en un país que dignifique la igualdad y la gratuidad de la salud, con un acceso universal a las vacunas. Se ha de garantizar que ante unos recursos limitados, las dosis de vacunas necesarias no vendrán de golpe sino poco a poco, se prioricen esos grupos más vulnerables, y aquellos que por su labor están más expuestos. Implica que se distribuya en los territorios, y socialmente, en base a criterios exclusivamente éticos, de necesidad, y no por intereses de mercantilismo económico. Donde más se necesite, a quién más lo necesite, allí ha de priorizarse la vacunación. Igualmente importante es dotar de los medios adecuados, las infraestructuras y recursos humanos  para que se realice en condiciones apropiadas.

Sería bueno ser rigurosos, y no caer en errores que pueden entorpecer la vacunación de la población; no es lo mismo tener reticencias ante las vacunas, que ser negacionistas de las mismas. Los antivacunas son aquellos grupos que organizadamente llevan décadas arguyendo excusas seudocientíficas que atentan contra la racionalidad de la ciencia, los hechos probados de la eficacia y beneficios de las vacunas, y que han visto en esta pandemia una oportunidad para aprovecharse del miedo y esparcir sus campañas de desinformación para captar adeptos a su fanatismo. Se ha de perseguir estas campañas de desinformación con rigor y transparencia, exigiendo a las multinacionales que gobiernan las redes que establezcan filtros de verificación y clausuren grupos que pueden dañar y ser peligrosos para la salud pública. Pueden hacer mucho daño, especialmente a través de las redes sociales, creando ecosistemas que se aprovechen de las inquietudes y desconocimiento de parte de la población para inocularles ese fanatismo tan peligroso.

La mayoría de aquellos que sienten reticencias ante la vacuna, no son sin embargo negacionistas de este tipo. No son fanáticos, son personas que muestran una preocupación normal ante una situación anormal, y que necesitan que los gobiernos utilicen sus mecanismos de aprobación de medicamentos, con la máxima transparencia para garantizar la seguridad de las vacunas que se van a emplear. Con una política de comunicación a la altura del reto histórico en el que estamos. Lo ideal es ni siquiera plantearse la obligatoriedad, y probablemente la sociedad española esté lo suficientemente madura como para no necesitarlo, pero estamos hablando de miles y miles de vidas en juego. No es una cuestión de libertades, estamos hablando de salvar vidas desesperadamente. Si nuestra sociedad demuestra no ser lo suficientemente madura, éticamente hablando, para aceptar que la vacuna es el medio que la ciencia y la razón nos provee para salir del hoyo en el que estamos, hay dos soluciones alternativas a la voluntariedad; o esperar que algún dios, espíritu, poder, o lo que sea, intervenga y nos salve de la debacle, algo que no ha sucedido estos meses, y no parece probable que suceda, o confiar en la ciencia, y obligar a vacunarnos todos, honrar a los fallecidos, cuidar a los enfermos y salvar vidas. Es nuestra elección. Esperemos que haya un número suficiente de españoles con el suficiente criterio moral y racionalidad para vacunarse y evitar una debacle y no convertir 2021 en un 2020 bis.

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”