El arrepentimiento
'Es menester un gran idealismo para arrepentirse de verdad; singularmente para arrepentirse pronto'. Soren Kierkegaard
Aprender a arrepentirse es una cuestión moral, no cabe duda, pero también es un arte que precisa de la delicada técnica de un cirujano para practicar la incisión adecuada, en el momento adecuado, y de la inspiración de un artista, para que el lienzo moral de las elecciones de nuestra vida adquiera cierta proporcionalidad y belleza, y no devenga en el emborronado fracaso de no saber arrepentirse a tiempo, o de arrepentirse en exceso, que sucede igualmente. Es delicadamente frágil la línea que separa el bochorno del pronto arrepentimiento, del hacerla y no enmendarla al que lleva un exceso de orgullo malentendido. No es lo mismo, aunque el resultado sí lo sea, arrepentirse por algo que se haya hecho o dicho, que arrepentirse de no haber hablado, cuando se debía, o actuado, cuando podríamos haberlo hecho.
Aprender a arrepentirse es una cuestión moral, no cabe duda, pero también es un arte que precisa de la delicada técnica de un cirujano para practicar la incisión adecuada, en el momento adecuado, y de la inspiración de un artista, para que el lienzo moral de las elecciones de nuestra vida adquiera cierta proporcionalidad y belleza, y no devenga en el emborronado fracaso de no saber arrepentirse a tiempo, o de arrepentirse en exceso, que sucede igualmente
El laberinto del arrepentimiento ni siquiera pone de acuerdo a los sabios que discurrieron pesarosamente sobre el mismo. Xenocrates, discípulo de Platón, nos dio un sabio consejo; Me he arrepentido muchas veces de haber hablado, jamás de haber callado. Consejo que más de uno podría aplicar en primera persona, en la desmesura de banal voracidad que sacude nuestra presencia en las redes sociales: opinamos de todo, contra todo y contra todos, insultamos, despreciamos, y nos comportamos con la alegre despreocupación del ignorante que ignora su ignorancia, y como tal, no le importa caer en el más estrepitoso de los ridículos, una y otra vez. En la misma línea incide la sabiduría popular italiana, que también existe, a pesar de esos salvinis con sus ocultas camisas pardas, que han tirado por la borda el sentido común de la península italiana. Proverbio popular que aconseja que del escuchar procede la sabiduría, y del hablar el arrepentimiento. La historia demuestra que si de algo pecan, sin el más mínimo arrepentimiento, los fascistas de cualquier época, es de un exceso de verborrea, tan hipócrita como la moral que predican. Acompañado su exceso verbal por una proverbial incapacidad para escuchar al otro, a no ser que sea un correligionario. Argumentar, o pretender que alguien atrapado en este dictatorial populismo te escuche argumentar, sin golpearte, real o metafóricamente, es como intentar enseñar literatura a un niño que aún no ha aprendido a leer, una pérdida de tiempo.
También encontramos, en la búsqueda de la receta perfecta del arrepentimiento, a quienes creen que arrepentirse en un ejercicio fútil y banal, que nos desespera, cuando es precisamente el aprendizaje del error el que permite que no nos atoremos golpeando la misma piedra de la estupidez, una y otra vez. Ludwig Börne, político y escritor alemán del siglo XIX, pregonaba que no arrepentirse de nada es el principio de toda ciencia. Los literatos, cómo no, viven atrapados en la incertidumbre de nunca saber qué hacer, si pecar por exceso o por defecto, el argentino Kieffer profetizaba que nada hay tan oportuno como arrepentirse del arrepentimiento, está claro que nunca llueve a gusto de todos, y que elegir el tiempo adecuado para la constricción, incluso arrepentirnos de haberla practicado, es tan complicado como quejarnos por no acertar la primitiva, sin haberla echado. Los moralistas en general, como el novelista francés Langrée, nos animan a no esperar para arrepentirnos a que nuestras faltas nos hayan castigado. Tarde o temprano, más bien temprano, nos dice el prudente novelista, te golpeará con dureza los errores de tu vida, más te vale poner freno a los mismos antes de que tu rostro moral quede irreconocible.
También encontramos, en la búsqueda de la receta perfecta del arrepentimiento, a quienes creen que arrepentirse en un ejercicio fútil y banal, que nos desespera, cuando es precisamente el aprendizaje del error el que permite que no nos atoremos golpeando la misma piedra de la estupidez, una y otra vez
La palabra más razonable que se ha dicho sobre el celibato y sobre el matrimonio es ésta: hagas lo que hagas, te arrepentirás, decía el también moralista, que no moralizante, ilustrado francés Chamfort. Hay decisiones que uno ha de tomar en la vida, más allá del casarse o no, que te atrapan en una decisión imposible, si haces o dices algo, te arrepentirás, si no lo haces o no lo dices también. Así es la vida, y el laberinto del arrepentimiento, a veces hagas lo que hagas, pierdes, y te podrás arrepentir de ello, o no, pero como decía, el también ilustrado moralista, Voltaire, todos vamos desencaminados: el menos imprudente es quien antes llega a arrepentirse. No es un consuelo, ni una guía práctica del arrepentimiento, pero al menos nos sitúa en la dirección correcta; hagas lo que hagas, o no hagas lo que no hagas, siempre encontrarás algún motivo para arrepentirte, por lo que más te vale, si has de arrepentirte por algo, que al menos merezca la pena haber vivido la experiencia.
Siguiendo el ejemplo de moralistas ilustres, en nuestra búsqueda del arte del arrepentimiento, pocos encontraremos más sabios que Michel de Montaigne, quien se jactaba de: lo digo a menudo, que rara vez me arrepiento y que mi conciencia halla contento en sí misma. La génesis del arrepentimiento se encuentra en la conciencia de la que nace. Todos poseemos conciencia, aunque a menudo la ignoremos, o pretendamos hacerlo. Sin embargo, es la llamada opinión pública el tribunal popular al que dirigimos el juicio sobre si nuestros actos deben procurar o no arrepentimiento, cuando hay un tribunal superior, el interior, el de nuestra conciencia, al que deberíamos obedecer en primera instancia. Nadie, mejor que tú, sabe cómo te has comportado y si esa conducta merece arrepentimiento. Si has sido cobarde o cruel, o leal y devoto a tus creencias, y generoso con los demás. Ese tribunal superior, el de tu conciencia, es al que primero debes dirigirte, no al popular. Debes servirte de tu propio juicio. Las virtudes y los vicios son un grave peso en la propia conciencia si esta se suprime, todo se viene abajo. Cicerón es el maestro del pensador francés con estas citas.
El arrepentimiento público puede ser sincero, no cabe duda, pero tampoco cabe dudar, que en la mayor parte de las ocasiones éste solo se produce cuando te han pillado en una conducta impropia, y no ha sido el tribunal de tu propia conciencia el que ha emitido un juicio, sino el tribunal popular que te obliga a arrepentirte para evitar mayor castigo
El arrepentimiento público puede ser sincero, no cabe duda, pero tampoco cabe dudar, que en la mayor parte de las ocasiones éste solo se produce cuando te han pillado en una conducta impropia, y no ha sido el tribunal de tu propia conciencia el que ha emitido un juicio, sino el tribunal popular que te obliga a arrepentirte para evitar mayor castigo. Quién sabe si la razón verdadera del arrepentimiento es tu mala conducta, o el hecho de que tu avaricia y ambición hayan provocado que te pillen con las manos en la masa, más guiado por el afán de notoriedad, que por la propia conciencia. Montaigne pone como ejemplo dos personajes históricos, ambos destacados por la grandeza de su personalidad y voluntad, pero uno sometido a la soberbia de la búsqueda de fama a cualquier precio, el otro guiado por la humildad de no saber nada. Si alguien preguntara a Alejando Magno qué sabe hacer, responderá que sojuzgar al mundo; si alguien pregunta a Sócrates, dirá por el contrario, que llevar la vida humana de forma acorde con su natural condición. La hipocresía del arrepentimiento reglado, por ejemplo el de la confesión católica, es criticada por el sabio Montaigne, pues lo que evita es precisamente que sea la propia conciencia la que nos guie en nuestro comportamiento, y enmascara bajo la apariencia de la devoción, un mal comportamiento en la vida: No creo que haya una facultad tan fácil de simular como la devoción, si no se conforman a ella la conducta y la vida, su esencia es abstrusa y arcana, sus apariencias frívolas y ostentosas.
Uno de los más comunes errores es confundir pesar con arrepentimiento, uno puede sentir pesar porque no sea más agraciado físicamente, si se conforma con ese don, o por no poseer más inteligencia, si ostenta algo más de perspicacia.
Uno de los más comunes errores es confundir pesar con arrepentimiento, uno puede sentir pesar porque no sea más agraciado físicamente, si se conforma con ese don, o por no poseer más inteligencia, si ostenta algo más de perspicacia. Cuestiones que no son las mismas que arrepentirse por no haberse esforzado más, cuando uno debió hacerlo, o no haber sido lo suficientemente atento con una persona que merecía nuestra atención y consideración. El arrepentimiento viene de aquellas cosas que pudimos hacer de manera diferente, el pesar depende de factores que no sobrepasan, la salud, o la mala fortuna. Otro error común que cometemos es arrepentirnos de las decisiones que tomamos en las encrucijadas de nuestra vida, que en su momento nos parecieron buenas, y su devenir nos demostró que fueron malas. Ese arrepentimiento tendría sentido si no hubieras sido coherente con tu manera de ser en aquél momento, pero espurio si actuaste conforme a tu carácter y circunstancias. Ni somos el mismo que fuimos, ni seremos el mismo que ahora somos. Arrepentirse por las decisiones tomadas por ese yo pasado, en la medida que fuimos consecuentes con nuestras creencias y circunstancias, es tan inconsecuente como hacerlo por las que podríamos tomar en el futuro, donde nuestras actuales circunstancias, creencias o sentimientos podrían cambiar. El arrepentimiento tiene sentido, únicamente, al caer en la incoherencia de no seguir los dictados de nuestra conciencia, no dependiendo de los resultados de nuestras acciones. Si has actuado conforme a tus creencias y principios y has pagado un precio por ello, no has de arrepentirte de las consecuencias sufridas, sino al contrario sentirte orgulloso.
El arrepentimiento está de moda, en personajes de tres al cuarto en las televisiones, en políticos caídos en desgracia, y en otros tantos escenarios de este carnaval público en el que se ha convertido la vida
La sociedad moderna es una sociedad viciada por el peso malentendido de la culpa, que se muestra hipócrita en ocasiones, banal en otra, y en la que el arrepentimiento es más una muestra de dominio escénico, que de pesar moral por una conducta incoherente con las reglas morales que pretendes respetar. Nos culpabilizamos por no cumplir expectativas ajenas, más que por no cumplir las propias. Nos culpabilizamos por derrochar en una sociedad consumista, mientras tantos otros malviven en situaciones desesperadas, y lo encubrimos con el pretendido arrepentimiento de hacer una buena acción al año, como si eso borrara nuestra despreocupación por el dolor ajeno. El arrepentimiento está de moda, en personajes de tres al cuarto en las televisiones, en políticos caídos en desgracia, y en otros tantos escenarios de este carnaval público en el que se ha convertido la vida. No hay salida al laberinto del arrepentimiento, una vez perdidos en su centro, pero quizá si optamos por elegir siempre el mismo camino; arrepentirse cuando has socavado los principios morales que tú, y no la hipocresía eligieron, quizá, tan solo quizá, encontremos una salida.