Un arquitecto en las artes escénicas
Miguel Rodríguez
La Fura durante la actuación de 'El amor brujo -El fuego y la palabra-'.
El amor brujo. -El fuego y la palabra-, de La Fura dels Baus
Ficha artística y técnica
10 de julio de 2015. Plaza de Toros de Granada.
Dirección musical: Manuel Coves
Dirección escénica: Carlus Padrissa – La Fura dels Baus
Cantaora: Marina Heredia
Coreografía: Pol Jiménez
Coproducción: La Fura dels Baus / Festival Internacional de Música y Danza de Granada/ Sponsorship Consulting Media/ Teatros del Canal/ Festival Castell de Peralada/ Old and New Montecarlo.
10 de julio de 2015. Plaza de Toros de Granada.
Dirección musical: Manuel Coves
Dirección escénica: Carlus Padrissa – La Fura dels Baus
Cantaora: Marina Heredia
Coreografía: Pol Jiménez
Coproducción: La Fura dels Baus / Festival Internacional de Música y Danza de Granada/ Sponsorship Consulting Media/ Teatros del Canal/ Festival Castell de Peralada/ Old and New Montecarlo.
Puede que Santiago Calatrava, antes de sacarse las virutas de jamón de entre los dientes con bigotes de gamba, y de desplumar administraciones públicas con garabatos en servilletas de restaurante, fuera un creativo de lo más transgresor, qué sabemos. El caso es que, ahora, lo único que transgrede es la ley con construcciones chapuceras y poco funcionales. La Fura dels Baus se hizo célebre en el ámbito de las artes escénicas no solo por sus personales e imponentes puestas en escena, también y, de manera determinante, por la interacción con el público y el contenido o la intencionalidad casi siempre controvertidos de sus espectáculos. Desposeída de estos últimos pilares fundamentales, la firma de los trabajos de la compañía catalana adelgaza hasta quedarse en telas sin el cuerpo que las rellenen y en el esqueleto de hierros que son sus arquitecturas escénicas.
Decía la Heredia a propósito de El amor brujo que ella protagoniza, que se trataba de una versión muy “furera”, sin embargo, este nuevo espectáculo con motivo del centenario de la creación de la obra de Falla, La Fura arraiga poco del estilo de teatro y performance que dejara con el corazón en la garganta a los granadinos en el Festival Internacional de Teatro de Granada, allá por la década de los 80. La compañía capitaneada por Carlus Padrissa parece haber realizado ya demasiados trabajos por encargo o donde prioriza la visión comercial como para hacer llegar un mensaje propio, innovador y provocador. Sí estoy de acuerdo, no obstante, en las manifestaciones de la artista cuando declaraba que era una obra “muy fresquita”. Desde luego, había poco “fuego”, y “la palabra” rechinaba las más de las veces. En este espectáculo híbrido existía poca danza, poca interpretación, y en la reseña web de la obra hablan de que hay acrobacias… Será que yo me salté ese día la clase de circo… Era un esbozo de todo, y mucho de casi nada (por no ser, no era ni ambicioso), salvo de música. Todo un gesto para con una de las obras maestras del compositor nacido en Cádiz. Ningún pero para la Orquesta Joven de Andalucía, el cante de Marina Heredia o la guitarra de José Quevedo, el Bola. Y dirán ustedes: “¿Qué esperabas de un espectáculo enmarcado en un festival de música y danza?”. Cierto. Mea culpa. Me quedé corta en contextualización.
Para ser justos, no todo el fiasco de El amor brujo –El fuego y la palabra- es atribuible a la Fura, la organización del evento tuvo una importante carga de responsabilidad en el condicionamiento sobre este, ya que, aunque no suela considerarse, ello también forma parte del espectáculo, así como las tres pitadas monumentales que profirieron los más de 7000 espectadores antes del comienzo de la pieza por dicha (des)organización. No obstante, no se puede descargar de culpa a los creadores de XXX para un espectáculo de resultado mediocre y destartalado por la falta de integración de los distintos elementos en el conjunto. Por descontado que se crearon imágenes de gran belleza gracias al uso del agua y el fuego y el vestuario que recreaba dichos elementos naturales, sin embargo, la contextualización de esta poética visual, fundida en un magnífico telón de proyecciones surrealistas y de Val del Omar, en una interpretación y un texto que sonaba infantilizado, impedía que la escena despegara, se cargara de fuerza y llegara a emocionar. Desde luego, Marina Heredia es indiscutible profeta en su tierra, un título que se ha ganado merecidamente con los requiebros de su garganta. Otro gallo cantaría si hubiera tenido que hacerlo a golpe de declamación en un recital.
Perdonen el desencanto, yo es que los macroeventos donde no les puedo ni atisbar la cara a los intérpretes, y donde se acaba siguiendo el espectáculo por las pantallas laterales, solo los suelo recomendar a organizadores.