Los aprendices de Maquiavelo
Es difícil creer que aquellos que hoy se vanaglorian de ejercer la política en sistemas democráticos sean plenamente conscientes de lo singular, lo raro, lo extraordinario que ha sido en la historia de la humanidad la práctica de la democracia. Y lo frágil que en su excepcionalidad, vista la perspectiva de la historia, es. No parece que valoren el regalo que supone la democracia, porque apenas parecen sentirse afectados por el desencanto de la ciudadanía con sus actuaciones. Desencanto en el mejor de los casos, porque en otros es la indiferencia, cuando no la resignación, los principales adjetivos que predominan en el ánimo de la ciudadanía ante el espectáculo que dan, como si fueran actores y actrices de una mala tragicomedia en el escenario de los asuntos públicos. No todos los políticos, ni toda la política, afortunadamente. Lo desalentador, es que muchos de los protagonistas, a izquierda o derechas, vinieron enarbolando la bandera de la nueva política, nuevas formas, más participación, más ética y transparencia, más exigencia, para sustituir a una vieja política con evidentes signos de fatiga y que parecía agotada a la hora de proporcionar soluciones a los problemas sociales, económicos y políticos que deconstruían nuestra sociedad. Hoy día el panorama de esa nueva política es desolador, no solo no han cumplido una sola de sus promesas, sino que parecen haber heredado lo peor de aquello que venían a sustituir.
Aquí estamos, agostados por los calores veraniegos y con las instituciones paralizadas por bloqueos de unos y de otros, líneas rojas, mercadeos absurdos no se sabe muy bien de qué, porque la transparencia brilla por su ausencia, y con nubarrones de repetición de nuevas elecciones, a ver si esta vez tirando los dados los resultados salen como uno quiere, en el gobierno nacional o en algunos autonómicos
Aquí estamos, agostados por los calores veraniegos y con las instituciones paralizadas por bloqueos de unos y de otros, líneas rojas, mercadeos absurdos no se sabe muy bien de qué, porque la transparencia brilla por su ausencia, y con nubarrones de repetición de nuevas elecciones, a ver si esta vez tirando los dados los resultados salen como uno quiere, en el gobierno nacional o en algunos autonómicos. Lo que tienen los juegos de azar, es que solo gana uno, cuando no se da, que también sucede, que pierden todos. Mientras, la extrema derecha de los nuevos barbaros, ayudados por actuaciones de vodevil más propias de culebrones televisivos que de la acción política, pavoneándose un día sí y otro también, se burlan de conquistas sociales y políticas duramente conseguidas. Incordian, a ver si poco a poco van ganando eso que predominan guerra cultural, en su lenguaje bélico. Lenguaje nostálgico de tiempos en los que sus antecesores ganaban esas guerras a través de la violencia, y arrancando a partidos que deberían cuidar de la democracia y de sus avances, antes que de sus intereses, jirones de libertad e igualdad, que oscurecen y fragilizan aún más la democracia.
Desgraciadamente, la mala praxis política es como un virus que se contagia con gran facilidad. Basta creer que la sobreactuación, el populismo, la demagogia, o el postureo barato, tiene algún redito en los resultados, para que unos y otros se contagien. Sirva de ejemplo hacerse la victima cuando tú has sido el provocador, como la actuación de Ciudadanos en la jovial, pero no menos política y reivindicativa manifestación del Orgullo. De la esperanza a la resignación, una lamentable situación que sintetiza el estado de ánimo que vivimos en este pequeño lugar del mundo que llamamos España, que continua, como en toda su historia, incapaz de aceptarse a sí misma, con toda su pluralidad, con toda su fragilidad, con todas sus dudas, pero con la certeza a la que apenas prestamos la merecida atención, del valor de sus gentes, que sufren en silencio la incompetencia de esos malos aprendices de Maquiavelo, obsesionados por la táctica, por la estrategia, en manos de los llamados gurús de la comunicación política que les prometen resultados, sea como sea.
Desgraciadamente, la mala praxis política es como un virus que se contagia con gran facilidad. Basta creer que la sobreactuación, el populismo, la demagogia, o el postureo barato, tiene algún redito en los resultados, para que unos y otros se contagien
Lo que es de lamentar es que esos resultados se encuentran más enfocados a las ambiciones personales que al bien común. Son tan malos como aprendices de Maquiavelo, que ni siquiera parecen tener en cuenta que las tácticas y estrategias deberían tener en perspectiva algo más que el poder por el poder; en palabras del polémico precursor de todos esos presuntos buenos consejeros, tan hábiles en tácticas y estrategias, pero tan analfabetos en el fin último de la política al servicio de la gente común: en un gobierno bien constituido las leyes se ordenan según el bien público y no según las ambiciones de unos pocos. Cierto que, y en esto no son tan malos aprendices de Maquiavelo, hay que llegar al poder, paguemos el precio en ideología, principios, ética, que haya que pagar, y esa parece ser su especialidad. Se encuentran perdidos en la burbuja de cristal del poder ejercido, o lo que a veces es peor, el alucinógeno éxtasis que te da creer que puedes alcanzarlo, y que aquellos jirones de dignidad ética que te dejes en el camino se olvidarán, una vez que logres ejercer el poder y todos se olviden, dada la virtud de tu práctica de gobierno. Si algo nos enseña la historia, es que la dignidad perdida en el proceso, aquello en lo que te conviertes por traspasar los límites y mirar al monstruo del abismo del todo vale, es que ese monstruo te devuelve la mirada, y pronto olvidas porqué estás ahí, porque lo único que importa, a cualquier precio, es mantenerse.
Montaigne nos advertía que mientras más desmesurado sea el poder ejercido, más difícil es mantener la mesura. Una advertencia en este digno oponente del estratega Maquiavelo que podemos resumir en: mesura y equilibra tu poder con contrapoderes críticos, sino quieres convertirte en alguien indigno de ejercerlo. Una buena medida, para comenzar, es rodearte de aquellos que te susurran algo más que lo listo, guapo y líder que eres. Ardua tarea y virtud, que no parece ser ejercida, ni parecen interesados en ella, los aprendices de Maquiavelo que predominan en la práctica política. Es difícil disentir con aquellos que si no les gusta lo que les dices, te pueden proscribir de la esfera política. El pensador francés nos los recordaba con una divertida anécdota del filósofo Favorino con el emperador Adriano; ambos disputaban por la interpretación de una palabra, y al ver que la cosa se iba poniendo seria, el filósofo se apresuró a dar la razón al emperador. Cuando sus amigos le reprocharon tal pérdida de dignidad les respondió irónicamente: ¿acaso pretendéis que no sea él más docto que yo, si manda treinta legiones?
Sin exagerar, un poco como aún piensan esos aparatos obsoletos de los partidos, para los cuales está bien dejar que sus militantes hablen y se expresen, pero sin excederse, que sabrán ellos de los asuntos de gobierno y de la política, si les falta información y preparación, no como a esos gurús aprendices de Maquiavelo en los que confían tanto las cúpulas
Maquiavelo fue uno de los primeros consecuencialistas, que en ética viene a designar a aquellos filósofos morales que defienden el valor final de una acción por las consecuencias que conlleva. A ver, es más complicado que eso, al menos en la ética contemporánea, pero los aprendices de Maquiavelo no están para esas sutilezas. Se basan en esa, tan predominante en nuestro mundo premisa, que todo es calculable, y que todo tiene un valor numérico. Napoleón parafraseando a Maquiavelo lo resumía a la perfección en la frase que da nombre al texto; qué importancia tienen los medios si estos permiten llegar finalmente. El individualismo del pensador florentino se manifiesta en la importancia que le da a la gloria, a la reputación, unidas al hábil manejo de las herramientas de poder, y que encajan a la perfección con un elitismo que desgraciadamente la democracia no ha terminado de exiliar, sino que por el contrario se ha enquistado convirtiendo la política en un oficio para algunos, que no tiene nada que ver con el oficio de la política. Ese elitismo venía a dividir a la sociedad entre los gobernantes, y aquellos con capacidades para ejercer el gobierno, y el resto, destinados a obedecer. Aunque hay que reconocerle el mérito, que no está nada mal para un pensador a caballo del XV y del XVI, de admitir la importancia de que poco a poco vaya ampliándose la implicación de los segundos en las elites gobernantes. Sin exagerar, un poco como aún piensan esos aparatos obsoletos de los partidos, para los cuales está bien dejar que sus militantes hablen y se expresen, pero sin excederse, que sabrán ellos de los asuntos de gobierno y de la política, si les falta información y preparación, no como a esos gurús aprendices de Maquiavelo en los que confían tanto las cúpulas. Estas semanas hemos asistido a algunas que otras dimisiones en algún que otro partido por la frustración de darse de cabezazos contra esos aparatos. No fueron las primeras, ni serán las últimas.
No es de extrañar que en una sociedad en la que el capitalismo ha contagiado a la democracia con sus valores, el éxito, la victoria, a cualquier precio, sin importar la honra y la elegancia de tu comportamiento ético, sea la máxima que rige tantos comportamientos políticos, de lo local a lo nacional, de lo nacional a lo local, pasando por lo internacional, no vayamos a olvidar el desastre que en otros países ha producido la perdida y la devaluación del papel de la ética a la hora de la práctica política. Mentir, exagerar, provocar, convertir en victima al verdugo, y otras preclaras herramientas que se han ido extendiendo con la misma rapidez que la estupidez que guía nuestro comportamiento en las redes sociales. Importa plasmar el momento, la foto que inmortalice el banal, y falso instante, con el que se pretende seguir poniendo a prueba la ética democrática, del revés al derecho, del derecho al revés, hasta que no sepamos dónde se encuentra lo correcto y dónde lo equivocado.
No es de extrañar que en una sociedad en la que el capitalismo ha contagiado a la democracia con sus valores, el éxito, la victoria, a cualquier precio, sin importar la honra y la elegancia de tu comportamiento ético, sea la máxima que rige tantos comportamientos políticos, de lo local a lo nacional, de lo nacional a lo local, pasando por lo internacional
La principal conclusión que pretende Maquiavelo que saquen sus aprendices que aspiran al poder, es que han desvincularse de la ética, porque ésta, incluso en la mayoría de aquellos que se consideran consecuencialistas, no valora la conclusión de una acción sin estimar los medios empleados, sin tener en cuenta el precio a pagar. No es algo muy diferente lo que hoy día muchos de esos aprendices de Maquiavelo pretenden inculcar en los políticos que aconsejan, algunos claramente predispuestos a ello. Importa lograr los objetivos, sin importar los jirones de dignidad, honradez, coherencia, que no son sino virtudes éticas, que te dejas en el camino. Todo quedará restaurado por la gloria alcanzada. Ética y política han de desvincularse, pues la una lastra a la otra. Política que a su vez, una vez desvinculada de la ética se confunde con el mero poder por el poder. La política ha de despertar ilusión y ha de ser útil. Ha de despertar ilusión porque nos jugamos nuestro futuro, y para ello hace falta ilusionarse y creer que podemos mejorar, no ir para atrás como los cangrejos. Y ha de ser útil porque hemos de ver aquí y ahora, que hay resultados, que nuestra vida mejora y no empeora. Para qué sirve la política si no es útil aquí y ahora. No desde luego para practicar esos estúpidos juegos de estrategia a ver quién gana en el tablero de la realidad, mientras las fichas somos sacrificadas por unos y otros. La pregunta que hemos de hacernos es: ¿asistiremos impasibles a aquellos que actúan así? La pregunta que deben hacerse, consejeros aprendices de Maquiavelo y aconsejados, políticos gobernantes o en la oposición: ¿merece la pena el precio a pagar por la gloria?