Se apagó la luz de Rosa
Si mi madre continuara viva, en este 2016 hubiera cumplido 81 años. Los mismos que tenía Rosa, la mujer de Reus que se ha convertido en un símbolo de las muertes por pobreza energética. Gas Natural le cortó la luz hace 2 meses y desde entonces se servía de velas para iluminar su casa, hasta la madrugada de este pasado domingo, cuando una de estas llamas provocó un incendio y, según todos los indicios, se llevó a la mujer por delante.
Hay personas de las que conocemos hasta su talla de sujetador, otras, sin embargo, se van de forma tan silenciosa como han vivido. Éste último es el caso de Rosa, una mujer con una familia desestructurada, según dicen desde el Ayuntamiento, cuya única compañía era una nieta mayor de edad que en teoría vivía con ella y en la práctica sólo pasaba allí temporadas, a veces junto a su pareja y la hija de él. Los vecinos apenas sabían nada de la anciana y la conocían como “La del 2º B” por el piso que ocupaba. Y no estamos hablando de un macro edificio sino de un bloque de 3 plantas y tan sólo 6 viviendas. La mayoría de ellos ni siquiera sabía su nombre. Alguno llegó a descubrir su precaria situación cuando desde los servicios sociales llamaron a su timbre por error y dedujo que la destinataria de esas ayudas tenía que ser “La del 2º B”.
Lo cierto es que Rosa llevaba ya 10 meses sin poder asumir el coste del alquiler del que hasta entonces hacía sido su hogar. La precariedad económica no le permitió pagar el agua ni la luz y precisamente esos servicios sociales se hicieron cargo del coste de la factura del agua; sin embargo, ahora desde el Ayuntamiento aseguran que no tenían noticia de que tampoco pagaba la luz.
Imagino esos últimos meses a oscuras para esta mujer, con la sombra de un desahucio y el invierno a las puertas y sin tener ni idea de qué iba a ser de su vida, de dónde podría depositar sus huesos de anciana para vivir los últimos años que le hubieran quedado sin temor a morir en la calle tras toda una vida de lucha.
Sospecho que muchas ganas de prosperar tampoco le quedarían en vista de la soledad absoluta en la que naufragaba, sin siquiera una televisión que la distrajera de esos oscuros pensamientos, negros como las noches que se cernían sobre ella al tiempo que le abrían paso hacia su tumba.
Gas Natural, la Generalitat y el Ayuntamiento se están lanzando acusaciones cruzadas sobre el caso de Rosa. No porque haya fallecido, apostaría que no les importa demasiado a ninguno; lo que realmente molesta a todos es que se haya convertido en noticia nacional.
Aunque al margen de las instituciones, permítanme que me vuelva a sorprender por algo que parece que muchos han pasado por alto en este asunto: muy poca gente estaba al tanto de la situación de Rosa, sus vecinos no conocían su nombre, en el barrio no sabían quién era…No hablamos de Madrid o Nueva York sino de Reus, una ciudad preciosa pero no tan grande como para que algo así pase inadvertido.
El individualismo se extiende por ciudades y pueblos y por un lado a los más pobres les convence de que están solos, de que no pueden pedir ayuda al vecino por vergüenza, de que cuando menos se les vea más difícilmente se percibirá su necesidad. Es el estigma de la pobreza y la idea de que el que es pobre se lo merece, “algo no habrá hecho bien”, “que apechugue con las consecuencias”. Y por otro lado estamos los demás, los vecinos, los de alrededor, que ni miramos por no ver, que preferimos no saber y que cortamos cualquier conversación comprometida que nos aboque a tener que ayudar a quienes nos rodean. ¿Cuántos de nosotros sabemos quiénes viven a nuestro lado? ¿Cuántos conocemos sus problemas o sus dificultades? ¿Cuántos estamos dispuestos a ayudarles o siquiera a escucharles? Es fácil buscar responsabilidades externas: en las instituciones, en las empresas…y que conste que las tendrán, no me cabe ninguna duda, pero nunca volvemos la vista hacia nosotros mismos para darnos cuenta de qué estamos haciendo mal como sociedad para que una abuela muera sola en un pequeño edificio y los vecinos ni siquiera sepan cómo se llama.
Aparentemente su muerte está trayendo algo positivo: el debate de la pobreza energética, pero no nos engañemos, en pocos días volveremos a olvidarnos de su nombre. Aunque a mí me ha recordado las declaraciones del ministro de industria, energía y turismo José Manuel Soria, -ése de los papeles de Panamá, al que iban a nombrar director ejecutivo del Banco Mundial-, cuando aseguró con total certeza que no existía en España pobreza energética y que la luz pertenecía a una compañía privada que tenía derecho a establecer libremente los precios. Unas afirmaciones que llegaron en mitad de una situación de precariedad social absolutamente vergonzante: desahucios, suicidios, muertes por accidentes derivados de la falta de energía eléctrica, etc. Durante varios meses a diario, en televisión, radio y prensa aparecían casos extremos de personas desahuciadas o a las que les habían cortado la luz. De pronto, de la noche a la mañana, eso dejó de ser noticia, como si ya no hubiera desahuciados, como si ya no existiera la precariedad, excepto por un detalle: que a los periodistas nos seguía llegando un reguero de casos para los que ya no podíamos servir de altavoz.
Ahora que se supone que la crisis ha pasado nos enteramos de que siguen muriendo todavía más personas al año por pobreza energética que por accidentes de tráfico, esos que intentan prevenir con anuncios catastrofistas que nos hacen sentir culpables por coger el coche. Se estima que 140.000 granadinos no pueden ni encender la luz ni un brasero porque no pueden pagarlo y desde 2008 más de 400.000 personas se han quedado sin hogar. En el segundo trimestre de este año ha crecido el número de ejecuciones hipotecarias un 8% con respecto al primer trimestre, en total más de 21.000.
Da igual. Mientras a nosotros no nos toque es lo mismo, nuestro vecino seguirá sufriendo y muriendo sin que conozcamos su nombre, ni sus datos…ni nos importe que sea una chica con discapacidad o una anciana. Y lo que no entendemos es que la sociedad avanza en conjunto, no individualmente. Así que en vez de tratar de escaquearnos de ofrecer nuestra ayuda deberíamos pensar en la forma de entregarla sin contraprestación: si tú ganas, yo gano.